Prohibido

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Soy la esposa de André Chicago.

No lo amo. Nunca lo amé. Me casé sin amor.

Sólo debía devolver un favor que me hizo en el pasado y mi deuda quedaría saldada si me casaba con él.

Era joven y estaba soltera, no tenía familia que cuestionara mi decisión y casarme fue una forma fácil y rápida de acabar con ello.

Le dejé claro que no estaba dispuesta a tener ningún tipo de relación con él y que jamás habría sexo.

Aceptaría ser sólo su esposa florero, una mujer que llevaría a eventos sociales y/o familiares para verse como hombre serio y de familia, nada más.

André aceptó y él terminó haciéndome un favor a mí.

Llevaba casada con él tres meses y a cada uno de ellos los viví pensando en su hermano, Juan Chicago.

Lo conocí el día que me casé con André. Me sorprendió lo diferentes que eran, no compartían ni altura, jamás hubiera imaginado que eran hermanos si no me lo hubiera presentado.

André era un hombre alto y delgado de metro setenta, con él éramos de la misma altura. El tenía cabello oscuro, ojos pequeños de color marrón oscuro, nariz fina y labios finos. Su rostro era ovalado y jamás se dejaba la barba.

Juan poseía un cuerpo ancho, cada músculo estaba marcado y el traje a medida le quedaba de infarto en su metro ochenta y siete. Tenía el cabello castaño más claro que André, sus ojos estaban enmarcados por unas oscuras y hermosas pestañas curvadas, lo que hacía que su mirada marrón clara fuera atrayente. Su nariz era recta y sus labios más gruesos que los de André.

Y él sí se dejaba la barba.

Era atractivo y muy galante, con la voz más ronca y varonil que había oído en toda mi vida. 

Al momento de saludarme, tomó mi mano con una sonrisa y besó el dorso.

Me asombró. Mucho. El tiempo se detuvo, al igual que mi respiración, y mi corazón latió más fuerte.

Le devolví la sonrisa y mi esposo nos alejó para nuestro primer baile como marido y mujer.

Al regresar de nuestra luna de miel de una semana, ya que él debía volver rápido para continuar trabajando en su empresa, una tarde salí de compras y luego fui a almorzar a un restaurante. 

Estaba por llevar la exquisita pasta a mi boca cuando lo oí.

—Hola, Coral.

Me erizó la piel al instante y el corazón me latió con fuerza al reconocer la voz de Juan Chicago.

Era la segunda vez que lo veía y su atractivo y encanto no me impactó menos.

Almorzamos juntos. Charlamos sobre la vida y lo que deseábamos de ella. En ningún momento nombramos a André y a mi matrimonio.

Al terminar intercambiamos números de celular y quedamos en estar en contacto.

Jamás le conté de ese almuerzo a André. 

Me pertenecía solo a mí.

Pero cuando comencé a llegar más animada a nuestra casa luego de los almuerzos que compartía con su hermano dos o tres veces a la semana, y aquellos eventos a los que debía acompañarlo y él aparecía, comenzó a sospechar que algo sucedía.

Y sus sospechas se confirmaron en un evento en el que intentó besarme delante de todos y su beso no llegó a mis labios.

El último segundo desvié mi rostro con una alegre sonrisa fingida y dejé que besara mi mejilla.

Relatos Cortos © [Completa] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora