Camarote

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«Nunca olvides el lugar que vio nacer lo nuestro»

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Nota:
Este es un relato que llamaría «romántico» debido a que no cuenta con descripciones explícitas de un encuentro sexual, pero disfruté al escribirlo.
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Al despertar con el ruido de un motor, y saber que estoy en alta mar, me vienen recuerdos de lo que me llevó a este momento, no puedo creer que haya pasado lo que llevaba tiempo anhelando. He despertado en la cama del hombre que siempre miraba desde la distancia. Ahora lo veo acercarse con una bandeja de desayuno y recuerdo lo que ocurrió horas atrás para llegar a este momento...

Era noche de viernes y por esta vez no quería quedarme en casa. Me preparé con ese vestido negro con detalles de encaje y mis tacones casi sin uso. Un poco de maquillaje lo más natural posible y caminé hacia la salida con mi pequeño bolso con celular y dinero dentro.

Llegué a ese bar al que poco conocía y me atraía entrar. Creí que me sería difícil porque no era habitual por allí, pero los hombres de seguridad de la entrada no me cortaron el paso.

Al momento de poner ambos pies allí, vi al hombre que me traía de cabeza. Al hombre que miraba desde las distancias desde hace un tiempo. Estaba en la esquina más próxima a la entrada del bar, su figura robusta vestía un pantalón oscuro y camisa azul. En su mano derecha tenía un vaso con un líquido ámbar, por supuesto que sería whisky, y en su mano izquierda llevaba un habano. Estaba recorriendo el lugar con su mirada azul cuando me vio en la entrada del bar. Nuestras miradas conectaron y me puse en movimiento hacia la barra, contoneándome un poco más de lo habitual y sin dejar de mirarlo. Llegué a la barra y me puse de espalda hacia él mientras pedía mi trago.
Podía sentir su mirada clavada en mi espalda.
El barman dejó mi trago en la mesa y cuando me disponía a pagar, miró detrás de mí y escuché una voz ronca a mi espalda que dijo:

—Puedes poner la bebida de la señorita en mi cuenta, Marc.

Mientras Marc murmuraba un 'Por supuesto, Señor' yo me di vuelta para encontrarme con él. Ya sin su habano y con el whisky casi acabado me miraba sin pestañear. Tomé un sorbo de mi gin-tonic y me perdí en sus ojos que no sabía decir con certeza si eran azules o celestes con toques oscuros, no me hubiera importado seguir debatiendo eso en mi mente, pero se estaba presentando.
Agustín.
Yo sabía su nombre, por supuesto, lo tenía visto por Instagram y sabía que estaría esta noche aquí, pero no me di cuenta donde estaba hasta que pisé el bar y lo vi.

—Amelia. —respondí.

Sonrió y nos metimos en una conversación donde nos preguntamos sobre nuestras vidas, dónde vivíamos, qué hacíamos de nuestra vida. Me di cuenta que era un hombre muy capaz de comunicarse, hablador y simpático. 

De un momento a otro, me encontré sentada en su coche dando vueltas por el centro de la ciudad. Verlo manejar tan concentrado era un deleite, me vio mirándolo y sonrió, puso su mano libre en mi rodilla y la subió hasta la mitad de mi pierna. Allí la dejó hasta que llegamos a la costa, apagó el motor y bajamos.

La costa con sus muelles y embarcaciones era algo hermoso de ver a cualquier hora del día, con él se sentía mucho más. Caminamos por allí tomados de la mano y llegamos a un yate que estaba al final, subió y me tomó de la cintura para subirme con él. Pegó todo mi cuerpo al suyo, dejándome sentirlo, nos miramos, levanté mis manos y las pasé por sus firmes pectorales, seguí hacia arriba por sus hombros hasta llegar a su espalda. Él, por su parte, dejó una mano en mi cintura y la otra la pasó por mi cuello hasta posarla en mi nuca. Allí la dejó firme y acercó su boca a mis labios.
Me besó de una manera lenta y suave con toques salvajes y desesperados. No hizo falta más, me llevó enredada en su cintura hasta una habitación. Allí nos desnudamos lentamente, disfrutando y besando cada centímetro de piel descubierta.

Sentirlo contra mi piel me hizo sentir más viva que nunca en mis últimos veinticinco años.

Me hizo el amor de la misma manera que me besó minutos antes. Estaba ardiendo debajo de él, todo se sentía tan intenso y no podía dejar de pensar en lo explosiva que sería mi liberación. No podía pensar con claridad, estaba totalmente absorbida por su presencia en mí.
El placer era inaudito, lo consumía todo.
Nuestros gemidos inundaban la habitación. Y su mirada en mis ojos en todo momento me dejaba sin aliento. Estaba muy cerca del orgasmo y de alguna manera él lo sabía. Dió una intensa rotación de caderas y llegó el orgasmo para ambos. No pude evitar el grito que salió de mis labios seguido de gemidos más bajos.
El orgasmo duró algo más de lo habitual.
Cuando terminó, nos besamos abrazados y una sonrisa se formó en nuestros labios.
No podía creerlo posible. Acababa de ser una experiencia alucinante.

—No hay manera de que lo dejemos aquí, Amelia. —Su voz.. debería ser pecado escucharlo hablar con esa voz aún más ronca después del sexo. 

Claro que no lo dejamos ahí y descubrimos que lo alucinante lo creábamos nosotros, no fue cosa de una vez. Fue cada vez más intenso.
Cuando empezaron a verse los primeros rayos de sol, Agustín besó mis labios, se levantó y fue a la cocina. Empezó a hacer ruidos por aquí y por allá.
A pesar de eso, me dormí en algún momento.

Al despertar con el ruido de un motor, y saber que estoy en alta mar, me vienen recuerdos de lo que pasó horas atrás, no puedo creer que haya pasado lo que llevaba tiempo anhelando. He despertado en la cama del hombre que siempre miraba desde la distancia. Ahora lo veo acercarse con una bandeja de desayuno y sé con certeza que no seremos cosa de una noche.

Estoy disfrutando el momento y adorando las circunstancias que me trajeron aquí. Lo miro con una sonrisa en mis labios y le digo:

—Se me olvidó algo, Agustín.

—¿Qué?

—Permiso para abordar, Capitán.

Ambos nos reímos de mi ocurrencia.

Me encanta este hombre, pero sobretodo, me encanta el lugar donde empezó todo: su camarote.

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