Matrimonio arreglado

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«El lado bueno y satisfactorio de un matrimonio arreglado»

Salgo del baño en un camisón color crema para dirigirme a la cama, cuando soy arrastrada hacia un cuerpo cálido y duro.

Hoy no lleva puesta una camisa.
Tampoco pantalones.
Solo lleva un boxer gris.

Su fuerte brazo derecho me mantiene presionada por la cintura, sin posibilidad de alejarme de su cuerpo. Mis manos empujan sus duros y abultados pectorales para que me dé espacio, no funciona.

Se me acelera el pulso.

Su mano izquierda recorre con suavidad mi mejilla para luego levantar mi mentón hacia arriba.

Recorro con la mirada sus amplios hombros, su cuello grueso, su mentón masculino y marcado, sus labios definidos, nariz recta, paso a sus cejas semi pobladas, su cabello castaño claro corto y finalmente, sus ojos.

Contengo el aliento.

Me encuentro con la mirada del hombre, una mirada azul hielo rodeada de hermosas pestañas que me provoca de todo menos frío.

No puedo ceder ante esto, ni hoy ni ningún otro día.
No puedo.
Me niego.

No puedo ceder ante el que ahora es...
mi marido.

Yo no quería esto, solo lo hice por el bien de mi familia y nada más. Nuestro matrimonio es solo por el bien de la compañía de mis padres y los del hombre frente a mí, nuestros padres son socios y les pareció bien casar a sus hijos para que la compañía siga adelante y quedara en la familia, para que nadie ajeno entrara a querer quedarse con lo que no le pertenece.

Y nos casamos.

Para mí solo es una firma en un papel, un garabato y nada más, pero el hombre que me mantiene firme contra su cuerpo, el hombre que tiene su mirada fija en mis ojos, quiere más. Más que la firma en ese papel que nos hace marido y mujer.

—Simone. —susurro su nombre, mientras trato de fingir calma.

—Dime, Laira. 

Mi nombre sale ronco de sus labios, más de lo habitual. Un estremecimiento recorre mi cuerpo, Simone lo nota y sonríe curvando las esquinas de sus labios.

Cierro los ojos para no mirarlo, es muy tentador. Huele divinamente y bajo mis palmas se siente estupendo.

—Suéltame. Quiero ir a la cama...

—Mmm... —ronronea. Siento que acerca su rostro al hueco en mi cuello, inhala y deposita un beso justo ahí.

—Quiero ir a la cama a dormir. —aclaro, debido a que antes, me había interrumpido.

Sale del hueco de mi cuello, me atrevo a abrir los ojos y mirarlo. Sigue sonriendo, no se ve para nada enojado o frustrado ante mi negativa.

Esto le divierte.

Puedo retrasarlo todo lo que quiera, pero llegará el día que ya no podré.

Llegará el día en que voy a ceder.

Puedo sentirlo.

Relatos Cortos © [Completa] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora