La mejor vista

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«Un entrenamiento físico puede realizarse de muchas maneras que resulten más placenteras.»

Mis pasatiempos siempre han sido curiosear por redes sociales, mirar algo de tv y/o leer un libro, o al menos un capítulo.

Toda esa organización y poca emoción cambió después de leer una acalorada escena de sexo en mi nuevo libro.

Por tanto calor me levanté del sofá y me dirigí al ventanal del balcón de mi habitación que daba a la calle y a una plaza que posee tanto juegos para niños (como es común) y al lado unas cosas raras para hacer ejercicio, nosotros, los adultos.

Corrí la cortina y deslicé el ventanal unos veinte centímetros hacia la derecha, cuando me iba a ir, veo algo que estuvo a punto de prenderme fuego justo allí.

Como nunca antes, había un hombre en esas máquinas raras, ejercitándose, estaba sin remera, mostrando sus anchos hombros, pecho fuerte y musculoso, abdomen marcado, y pantalones cortos muy bajos que dejaban ver el principio de esa V que me enloquece.

Justo detrás de ese ventanal, yo estaba haciendo un charco de saliva... y algo más.

No me pude contener, me moví detrás del ventanal y mi mano fue directo a filtrarse por debajo de mi falda suelta y ropa interior.

Comencé a tocarme lento, esparciendo la humedad por mi vulva, luego aumenté el ritmo debido a lo que acababa de leer, y ahora ver, no estaba para andar con rodeos.

Me toqué y froté mientras lo observaba hacer pecho en esa máquina que todavía no entendía porqué estaba en la vía pública, pero que ahora agradecía.

Deslicé un dedo dentro de mi húmeda vagina y con la palma froté mi clítoris, con la mano derecha me agarré fuerte al borde del ventanal.

Entre tanta intensa estimulación, llegué al orgasmo y se me escapó un gemido alto que no pude reprimir hasta que estuvo fuera de mi boca. Rápidamente me la tapé, pero como era obvio fue tarde y aquel hombre de abajo me estaba dando toda su atención.

Me miró fijamente por unos segundos hasta que bajó la mirada hacia donde yo tenía mi mano perdida, la saqué y él subió su mirada nuevamente a mis ojos y me dedicó una sonrisa de lado.

 Agarró su remera perdida en algún lugar del piso y comenzó a caminar hacia la puerta de mi casa sin dejar de mirarme.

Cuando llegó al timbre lo hizo sonar y yo no podía moverme, me quedé dura en mi lugar.
Él se hizo ver desde abajo de mi balcón y dijo en tono burlón:

—¿Quieres hacer la cosa de Romeo y Julieta dejándome aquí abajo? —levantó una ceja. —Yo creo que no, creo que no quieres nada romántico justo ahora y que solo quieres cosas calientes. —dijo y lo terminó con una sonrisa de lado que provocó que la quisiera a dos centímetros de mi rostro para besarla. —Deja de comerme con los ojos, Julieta. Abre la puerta para que puedas comerme con tu boca... y todo tu cuerpo. —dijo y guiñó un ojo.

—Mi nombre no es Julieta. —dije mientras salía de mi estupor.

Salí de mi habitación y bajé por las escaleras a abrir la puerta mientras oí que él gritó:

—Qué bueno, ya que no me llamo Romeo.

Abrí la puerta y ahí estaba él.
Puro músculo, alto aunque solo era una cabeza más que yo. Ojos marrones, cabello castaño muy claro rozando el rubio y piel bronceada.

Lo que vi por el ventanal se intensificó cuando mis ojos recorrieron toda su magnífica piel expuesta, y rápidamente subí la mirada.

—No dejes de follarme con la mirada. —dijo él.

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