Profesor

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Era una noche de primavera, soplaba una brisa fresca que poco a poco secaba el sudor de mi piel causado por las clases de karate que tomaba cada martes y jueves.

Aquel día era jueves, estaba deseando llegar a casa y darme una larga y refrescante ducha. 

No habría salida nocturna para mí, me quedaría en casa a mirar una serie y saldría el próximo fin de semana ya que cumpliría veinticinco el sábado siguiente.

Busqué el celular, en el bolsillo de la campera gris de tela fina que llevaba encima del top azul, para ver la hora y noté que no lo tenía. 

Me detuve de inmediato y lo busqué en la mochila que colgaba de mi hombro.

Tampoco estaba allí.

¿Dónde lo había dejado?

Lo pensé por unos segundos y recordé que luego de atar los cordones de mis zapatillas deportivas sentada en el suelo acolchado donde practicaba karate con otras siete personas y el profesor, olvidé agarrarlo.

Di media vuelta, volví sobre mis pasos y caminé rápidamente las diez cuadras hacia el pequeño gimnasio.

Esperaba que todavía estuviera abierto.

Luego de varios minutos apurando el paso, giré en la esquina, caminé otro poco y miré hacia arriba. 

A través de los enormes ventanales, vi las lámparas japonesas del techo encendidas. 

Supe que el profesor seguía allí y recuperaría mi celular.

Subí las escaleras lentamente, las piernas me temblaron un poco por la rutina que realizamos aquel día.

Al llegar al final, giré mi cuerpo a la izquierda otra vez y las palabras que iba a dirigir a mi profesor se borraron de mi mente al instante.

Él se encontraba de espalda frente a mí haciendo dominadas, bajo la luz de esas preciosas lámparas japonesas, colgado de una barra en la pared al lado del espejo del tamaño de la misma, el cual reflejaba los diferentes trofeos que había ganado en competencias a lo largo de los años. 

Continuaba descalzo. No llevaba su habitual ropa blanca y cinturón negro con el cual daba las clases. Sólo vestía el pantalón blanco y suelto de su vestimenta.

Jamás hubiera imaginado que su ropa holgada ocultaba aquel espectacular físico.

Cada vez que flexionaba sus brazos y su cuerpo ascendía, los diferentes músculos de su espalda y brazos se exhibían ante mis codiciosos ojos que los recorrían junto a las gotas de sudor que descendían por cada uno de ellos.

Mordí mi labio inferior, deleitando mi vista.

Me asombró la rapidez con la que mi cuerpo reaccionó a lo que veía.

Mi respiración se aceleró al igual que los latidos de mi corazón y comenzó a latirme el clítoris. 

Mi profesor soltó la barra, había terminado y dio media vuelta con las manos en las caderas.

Actué rápido. Solté mi labio inferior y dije alegremente con una sonrisa:

—Disculpe, profesor. Olvidé mi celular y regresé por él.

Su gran parecido a Tom Cruise de joven siempre me fascinó, pero jamás había actuado al respecto. No me parecía correcto.

Tenía los labios entreabiertos, su pecho subía y bajaba con cada respiración, y las gotas de sudor se deslizaban hasta el borde de su pantalón blanco, humedeciéndolo.

—Sí —dijo sin aliento, con voz ronca. —Lo vi y lo dejé sobre mi escritorio.

Maldición, esa voz. 

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