Enojo olvidado

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«A veces se necesita de un buen convencimiento para dejar el enojo olvidado»

Me encontraba ordenando el desastre que era mi cocina luego de las visitas que había recibido. No importaba cuánto tratara de calmarme, no lo conseguía y mi novio que no paraba de hablar solo estaba logrando alterarme más.

—¿Podrías callarte? —prácticamente le gruño aquellas dos palabras mientras secaba y guardaba el último plato limpio. Sequé la mesada ante el silencio que se produjo al hablarle así de mal a mi novio.

El aire cambió a mi espalda, sentí la presencia de él allí.

Me dio la vuelta de golpe, sostuvo mis caderas y me sentó en la mesada a mi espalda. Se metió entre mis piernas embutidas en los apretados jeans, con una mano apretó mis caderas y con la otra rodeó mi cuello.

—Cálmate, Rubí. —dijo con intensidad en sus ojos miel.

Me removí de su agarre, no estaba de humor para juegos o seguir sus órdenes.

—Suél. Ta. Me. —remarqué cada sílaba de la palabra con enojo. No me soltó, y nos seguimos retando con la mirada. Puse mis manos, que hasta el momento habían permanecido inmóviles a mis lados, sobre su pecho y empujé. No se movió un centímetro y me enojé más. Fruncí el ceño, y él sonrió. —No te atrevas, Adam.

Fue tarde.
Sabía que detrás de esa sonrisa se escondía un plan que estaba maquinando.

Me tiró con facilidad sobre su hombro y salió de la cocina. Golpeé con mis puños su espalda, nalgas y todo lo que tenía a mi alcance mientras le pedía que me baje. Adam caminó hasta el final del pasillo, abrió la puerta de nuestra habitación y me tiró sobre la cama. Aquello me dejó sin aire en los pulmones.

Se sentó en mis caderas y me agarró de las muñecas extendiendo mis brazos por arriba de mi cabeza.

—¿Quieres que quite tu enojo, preciosa? —tragué saliva y miré hacia otro lado para no ver sus ojos. La mirada que me estaba dando era de lujuria pura. No me negaría a nada mientras me hiciera olvidar mi enojo. —Veamos cuánto duras sin emitir sonido alguno. 

Aquellas palabras eran una sentencia.

No le gustaba que lo dejara sin respuesta a sus preguntas.

Tenía el corazón latiendo a un ritmo frenético mientras Adam me ataba las muñecas a la cabecera de la cama con un pañuelo que no había visto de donde salió.

Me quitó la ropa sin nada de suavidad, me quedé desnuda de cintura para abajo y admiró mi piel descubierta. Buscó una tijera en el cajón de la mesita al lado de la cama y cortó mi remera y sujetador.

Bastardo.

Él sabía muy bien cuánto odiaba que arruine mi ropa.
No dije nada, sabía que él quería que dijera algo. No le daría el gusto.

Pasó sus dedos por mis pezones, poniéndolos erectos e hizo una línea que bajó por mi abdomen hasta mi pubis. Seguí sin emitir sonido alguno, mordiendo con fuerza mi labio inferior para que así sea.

Apreté los muslos ante su intensa observación y toques. Mi entrepierna empezaba a querer atención.

Adam vio aquello que hice, me agarró por las caderas y me dio vuelta con facilidad.

Tiró de ellas hacia arriba, dejándome arrodillada con el pecho y los brazos extendidos en el colchón.

Esta posición me dejaba demasiado vulnerable.

La primera nalgada sonó con fuerza en la habitación, y le siguieron otras más en cada una de mis nalgas.

Cada azote hizo que se me saltaran las lágrimas y mordiera mi labio, pero cuando el lugar en mi nalga se calentaba al circular la sangre, mi sexo ardía y palpitaba furioso por dentro.

Me sentía caliente en todas partes.

Estaba ansiosa, excitada y muy enojada.

—Me las pagarás... ¡AH!

Fui sorprendida por el impacto de su pene entrando con fuerza dentro de mí, sentí como sus testículos chocaron con la entrada de mi vagina.

Estaba tan húmeda y excitada que mi centro lo absorbió por completo sin ningún pudor, mi vagina siempre fue una golosa, pero hoy estaba siendo muy avariciosa.

Adam no se movió un centímetro y me azotó dos veces cada nalga. Con cada azote, mi vagina se apretó con fuerza alrededor de su pene.

—No me gusta cuando no me respondes o miras hacia otro lado cuando te miro y estás enojada. —agarró con fuerza mis caderas y se salió por completo de mi interior para estrellarse con fuerza otra vez. Grité ante su ímpetu. —Así que ahora, tendrás un castigo.

Repitió aquella tortura hasta que llegué al orgasmo entre sollozos de intenso placer. Ya no pude seguir en silencio, cada penetración fue más fuerte y profunda que la anterior. Adam rotaba sus caderas con mucha habilidad y eso le daba diferentes ángulos a la penetración.

Adam no llegó al orgasmo.

Salió de mi cuerpo, me dio vuelta y se hizo lugar entre mis piernas luego de arrebatarme el aliento con un beso hambriento a la vez que me penetraba con una de mis piernas en su hombro.

Entraba y salía de mi cuerpo. Apretaba y soltaba mis caderas.

Otro orgasmo llegó para romperme desde dentro.

Adam no paró con sus movimientos, subió mi otra pierna a su hombro y continuó con el sexo castigador.

—A... Adam... No puedo... Más. —dije cada vez que pude ante su ímpetu sexual. Salió de mi cuerpo tan rápido como terminé de hablar. Se metió entre mis piernas, reposando su aún erecto pene en mi vientre y habló:

—¿Y el enojo? —preguntó mirando mis ojos verdosos y acariciando mi pelo castaño. —Debería venirme fuera de ti para que tu castigo sea completo.

Él sabía cuanto me disgustaba aquello, me gustaba sentir su calor alojado en lo profundo de mí. Comencé con las pastillas anticonceptivas por esa razón.

—Mi enojo está olvidado. —respondí en un susurro.

Adam introdujo su pene dentro de mí.

Y así, con el enojo olvidado, soltó mis manos de la atadura del pañuelo, acaricié su cabello rubio oscuro mientras me hacía el amor para dejar su calor alojado en mi cuerpo.

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