#32. Mal del puerco.

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Observé como alguien se acercaba a la camioneta, asustada agarre de el bolsillo de mi sudadera el gas pimienta que siempre cargaba conmigo. Cuando la persona se acercó, al asiento piloto, me incline para proteger a mi hijo.


La persona llevaba un pasa montañas, era difícil distinguir pero supe por el cabello largo que era una mujer.


—Abre —ordenó la mujer—. Soy Donatella, la jefa.


El susto se bajó un poco y abrí la puerta.


—¿Qué pasa? —indague preocupada.


—Necesito que vayas a casa, les diras al escuadrón que está protegiendo a tu hija, que llamen al Jefe Clark para que mande al escuadrón Anti-Rusaka; eso es todo lo que dirás. Después ellos te llevarán a una casa de protección, allí estarán bien tus hijos y tú.


Memoricé esas palabras y finalmente pregunté lo que tanto temía.


—¿Y Sa-Santino? —inquirí con un leve balbuceo.


—Está bien —afirmo fastidiada.


Sin despedirse se fue dejándome con dudas. Conducí hasta la casa y al llegar dije lo que me pidieron, hice algunas cosas en la cosas como hacer una maleta pequeña y bañar a mis hermanos hijos antes que yo, después nos subieron a una camioneta a mis hijos y a mí y condujeron por horas hasta que llegamos a una mansión. 


Sin decime ni una palabra me llevaron hasta una habitación de aquella enorme y solitaria casa y me ordenaron no salir por nada.


Esperé y esperé pero no llegó nadie a brindarme información, solo una mujer trajo la cena para los tres. Alimente a mis hijos, después los llene de besos evadiendo las preguntas curiosas de mi hijo sobre el porqué estábamos aquí hasta que cayeron dormidos en la gigante cama después de haber explorado toda la había. Yo igual me dormí, o al menos eso trate porque a cada nada me despertaba preocupada.


Me desperté por una succión. Una succión en uno de mis pezones y provocada por una hambrienta Fiorella. De un tiempo para acá, agarro la manía de sacar mi bubi en cualquier momento.


—Pequeña diantre, ya ni dormida respetas —comenté con un enojo falso que la hizo voltear a verme y soltar mi pezón adolorido de las mordidas que me hacía con sus tres pequeños dientes.


—Mami —me llamó feliz, se trepó en mi cuerpo y con mi ayuda la incliné para que me diera un besito en la mejilla.


—Despertemos con besitos a Jhon —le pedí a mi hija esperando un milagro para que un bebé de un año y cuatro meses me entendiera.


Jhon se encontraba desparramado en el otro lado de la cama. Llevaba una pijama de Cars porque la ropa que traía se la quité al llegar a casa y la tiré de inmediato a la basura, lo bañé y lo perfumé con la loción que usaba su padre.


Me senté en la cama y después senté a Fiorella. Ella comenzó a gatear hasta que llegó hasta su hermano, por un momento pensé que le iba a dar un besito pero lo único que recibió mi hijo fue un jalón en su bonito cabello y el plan de despertarlo a besos no se pudo cumplir.

En la tierra como en el cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora