Prólogo

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Reese

Dicen que cuando uno se enamora, la sensación es tan abrazadora que en tu mente no puedes imaginarte una vida sin la compañía de aquella persona que ha cautivado tu corazón, no puedes vivir sin aquella adrenalina que desprende la sensación de amar y ser amado.

Es un regalo.

Nunca me habría imaginado que la persona de quien yo me enamoraría sería como un segundo, un instante que apareció en mi vida en un abrir y cerrar de ojos; alguien de quien yo jamás habría esperado que el amor que le tendría se convertiría en una amarga y total tortura que duraría más que la eternidad.
Creo que es algo que nadie te explica del amor que, cuando este es fugaz e incomprensible, el dolor se vuelve una tortura y aquella pena se convierte en una penitencia. Una que te acompañará por el resto de tu existencia.

La mía era su mirada. Ese cielo azul en el que mi mente se podría perder por el resto de mi vida si él me lo pidiera.
No tenía la necesidad de irme a otro lugar si me miraba de aquella manera, si me sonreía como si yo fuera su persona favorita en todo el mundo, y quizá así era, pues estaba seguro de que este amor era único y especial.

Más que ningún otro sentimiento que pudiera sentir en la vida.

—¿En qué piensas? —. Me sonrió como siempre solía hacerlo cuando me miraba.

Enamorado.

—En lo mucho que voy a extrañar estar así contigo —murmuré acariciando su mejilla. Me sentía tranquilo al estar a su lado —. No quiero volver a la realidad jamás, quiero quedarme aquí contigo. Para siempre.

Tomé un mechón de su cabello y lo sostuve un momento sintiendo la suavidad de su melena negra.

—Vamos a quedarnos aquí.

—¿Qué? —. Comenzó a reír.

—¿Por qué no? —negué con la cabeza. Quería que me escuchara—. Podemos vivir aquí por el resto de nuestra vida, sin pedirle nada a nadie y sin que nos importe la manera en la que nos miran.

—No podemos olvidarnos de lo que nos espera en casa —. Sonrió acariciando mi mejilla. Recargó su barbilla en mi pecho cuando se acomodó en la cama—. Tenemos que regresar a casa.

Yo rocé la piel de su espalda desnuda con mis dedos mientras lo miraba en silencio. Me agradaba ver en sus ojos confianza, valor, quizá más que en los míos.

—Tengo miedo de que no volvamos a este lugar —. Me sinceré.

—Reese, después de hoy, sé que siempre vamos a estar juntos —. Hizo una mueca tierna y se abrazó a mi pecho—. Nadie podría romper jamás este lazo que nos une, ¿Sabes por qué?

—¿Por qué? —. Sonreí sintiendo la calidez de su cuerpo contra el mío.

—Porque es un lazo que ata tu corazón al mío —. Me miró contento besando mi barbilla—. Aún cuando estemos separados, yo siempre voy a estar contigo porque nuestras almas están unidas y es imposible separarlas ahora. Están fundidas en una sola.

—¿Dices que toda la vida será así? —. Pregunté—. ¿Toda mi vida estarás conmigo?

Me miró con una sonrisa, aquella que siempre solía darme cuando trataba de demostrarme lo que sentía, no sólo con palabras, también con emociones. Acciones que tenía conmigo siempre y que juré nunca más recibir de alguien más. No las quería si no venían de él.
Su tacto, sus sentimientos, su alegría; sin duda alguna eran cosas que nunca antes había percibido en alguien más y me enloquecía la idea de ser yo quien recibiera todo su afecto.

De Los Días Que Te Amé © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora