Capítulo Once: Decisiones

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Ethan

Llegué a casa después del trabajo y lo primero que recibí fue un fuerte golpe de Yang que me dio con sus patas al intentar abrazarme.

—Hola Yang Yang —. Sonreí besando su cabeza mientras acariciaba sus orejas—. ¿Me extrañaste? ¿Verdad que sí?

Recibí un ladrido de vuelta que de seguro era un sí o un claro que no. Había que tomar el mejor lado.

—Vamos, te daré algo de comer.

Dejé mis cosas en la mesa del recibidor y caminé a la cocina para sacar de la estantería la comida y el plato de Yang Yang.
Casi no tenía muchas cosas en este lugar, pero siempre mantenía un espacio para las cosas de Yang Yang ya que era mi responsabilidad y, aunque no lo admitiera, quizá mi única compañía por lo que me resta de vida.

Vivir con él era más sencillo que con una persona.

—Aquí tienes, amigo —. Sonreí dejando su plato lleno cerca de la pared en donde estaba su trasto de agua.

Yang Yang comenzó a comer tranquilamente mientras movía la cola y yo me tumbé en el sofá para descansar.

—Que día —. Suspiré cansado.

Desaté el nudo de mi corbata y me quité los zapatos con los pies dejándolos caer al suelo. Estaba demasiado cansado para hacerlo de la manera correcta.
Todo el día me la había pasado en la constructora yendo de aquí para allá, ayudando a Joe y al insoportable de Hugo, sin embargo, no me podía quejar. Tenía bien grabado en mi mente que Reese me necesitaba allí para dar mi mejor esfuerzo.

Confiaba mucho en mí y no iba a fallarle.

Al principio creía que Reese me estaba alejando dado que estaba teniendo acciones demasiado extrañas como ir a la construcción sin razón o ir por largas horas a la oficina de Ike, sin embargo, poco a poco me di cuenta de que eso no era verdad. Yo no le había hecho nada malo y él siempre me decía que confiaba en mí.
Así que seguramente estaba ocupado con otras cosas y no tenía tiempo de ayudarme a mí, porque eso era, siempre terminaba ayudándome en algo.

Aunque tenía que ser al revés.

Creo que estamos bien, digo, después de aquel incómodo momento en el que lo curé del rasguño que se hizo, no hablamos más del tema.
Al principio se me hizo un poco extraño que gustara de llevar bandas en las muñecas para correr, sin embargo, creo que es algo que tiene que ver con moda o cosas así. Yo no conozco mucho las cosas que tienen que ver con moda.

Siempre paso de ese tema.

Así que estaba bien si Reese quería usar esas cosas o no, de cualquier manera, sólo corrimos una vez, así que no creo que vuelva a verlo así.
Sonreí. Era la primera vez que veía a Reese fuera de un traje y pude percatarme de lo atlético que era, sus músculos se marcaban contra la tela de licra que luchaba por mantenerse pegada al cuerpo de aquel hombre, además, estaba bien formado y para nada era grotesco. Estaba justo a la mitad.

—Yang —. Reí fuerte cuando comenzó a lamer mis pies tratando de quitarme los calcetines.

Miré a mi perro y di un par de golpes a mi pecho para que subiera al sofá y se recostara sobre mí para hacerle algunos mimos.

—¿Comiste bien? —sonreí acariciando su cabeza. Yang tenía un pelaje muy suave—. Al menos uno de nosotros ya lo hizo, yo ni siquiera he podido comprar la cena de camino a casa. Papá estaba muy cansado.

Miré a mi amigo y de inmediato pensé en mis palabras.

—Es verdad...

Lita había mencionado que iba a mandar un repartidor de comida a casa de Reese por la noche. Seguramente lo había encargado con anticipación, es decir, esa mujer tiene todo bajo control y organizado; ya debería de haber pensado en un plan para llevarle la cena a Reese.

De Los Días Que Te Amé © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora