Villa de la Hoja - Siglo XIX
La mañana era apacible pero cálida. Amplios campos verdosos contrastaban con el inmenso cielo despejado. Escasas nubes blanquecinas como el algodón más puro demostraban lo lejos que se encontraban de las grandes ciudades y pueblos donde dominaba el hedor, la suciedad y la contaminación. Aquellos parajes dignos de ser retratados por los artistas más dotados eran habitados por personas de las más altas castas, quienes se regocijaban al residir entre la espesura de la naturaleza y las comodidades de la realeza. Inmensos palacios sumergidos en medio de bosques infinitos donde solo conocedores se atreverían a transitar.
Además de aquella población pudiente y acaudalada, dichos terrenos también eran morada de individuos que trabajaban de sol a sol para obtener el favor de sus amos y así llevar el pan a su hogar. Algunos otros afortunados eran propietarios de cierto ganado o ínfimas parcelas de tierra obsequiados luego de tantos años de trabajo, lo cual les daba el beneficio de vivir holgadamente y crear su propia descendencia que, al fin y al cabo, terminaría siendo mano de obra para la clase acaudalada.
A este último grupo pertenecía Shikaku Nara, un hombre viudo que, al igual que sus ancestros, dedicaba su vida al cuidado de los caballos de diversas caballerizas circundantes de la zona. Su mediana estabilidad económica le permitió adquirir algunos animales vacunos y de granja para poder subsistir en caso algún día no tuviera oficio. Su hijo, Shikamaru Nara, era el encargado de las labores ganaderas; no quería que él continuara el fatigante legado de ganarse los reales gracias al sudor de su frente, no quería que tuviera que depender de la gracia de tales nobles para poder vivir, por esa razón nunca permitió que él pisara siquiera alguno de aquellos magníficos castillos que se escondían en el lugar.
Por su parte, Shikamaru vivía cómodamente, disfrutando de la libertad que le era proporcionada. Cada día alimentaba a sus animales con mucho esmero, además de tratarlos con cariño y mucho respeto. Solía salir a pasear con Pakkun, un viejo caballo obsequiado por su padre, a quien a su vez se lo obsequiaron en una de las tantas caballerizas donde trabajó. Pensaron que el corcel tenía los días contados debido a una enfermedad; sin embargo, Shikaku lo cuidó hasta que logró reestablecerle la salud.
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El sol saliente anunciaba un día más de trabajo. La pereza era uno de sus mayores amigos y a la vez adversarios, pues debía batallar con ella cada mañana; no obstante, aunque resultara difícil, su conciencia ganaba cada pelea matutina y lograba alistarse a tiempo para empezar sus labores. Acostumbrado a llevar el cabello ligeramente largo como su padre, lo ató en una pequeña coleta para que no interrumpiera su trabajo y vistió una camisa sencilla junto a unos pantalones de hechos a mano con tela de cáñamo. Ese día llevaría a las vacas y a las ovejas a las praderas del este, justo desde donde podía verse los matorrales que colindaban con una de las residencias más grandes de la zona.
Caminando lentamente hacia su destino, subió a través del terreno irregular cubierto de flores y diversas plantas que embellecían el lugar. No por nada esos remotos campos se encontraban en la Villa de la Hoja, lugar donde crecía el pasto más verde y las flores más coloridas; donde el aire era más puro y el aroma de la tierra era más embriagador.
La cuesta arriba siempre era problemática. A pesar de sus 20 años de vida y sus más de 15 años de práctica, la caminata suponía un esfuerzo mayor que ejercía presión en sus músculos cardiacos además de sus piernas. Poco a poco y luego de casi una hora llegó a su destino, donde por fin detuvo el arreo y dejó a sus animales libres. Se tendió sobre los matorrales dispuesto a descansar un poco y quizás alcanzar el sueño que le hubiera gustado completar en su cama.
Al ver a una de sus ovejas correr fuera del territorio permitido, todas sus intenciones de dejarse caer en los brazos de Morfeo se esfumaron y empezó a correr antes de que el animal se perdiera. Una vez la tuvo localizada, la tomó en brazos y regresó sus pasos hacia la pradera donde pastaban las demás. De pronto, algo llamó su atención.
Una bella criatura que parecía haber salido de algún cuento de hadas vagaba por la espesa hierba, admirando todo a su alrededor como una niña pequeña que descubre el mundo por vez primera.
--Es hermosa...-- salió de sus labios sin poder creer lo que sus ojos le mostraban.
No parecía ser una muchacha de por ahí, de ser así habría recordado su rostro. Él nació y creció toda su vida en esos campos, no había manera de no habérsela cruzado antes. Sus ropajes no demostraban riqueza alguna ni abolengo, por lo que la única explicación lógica sería que, o era una nueva criada de algún noble de la zona, o era una recién llegada proveniente del pueblo.
Dos veces al mes y en ocasiones una vez por semana Shikamaru iba al pueblo a hacer compras para el hogar y algunas ventas. Las compras variaban entre especias esenciales para la cocina, telas para confeccionar prendas, y algunas frutas y verduras que conseguía en la tienda de su buen amigo Chouji. Por otro lado, los productos que vendía eran carne, lana y leche que extraía directamente de sus animales. Conocía el pueblo pero no solía visitarlo en su totalidad, solo se involucraba en lo concerniente a la zona comercial del área, por esa razón pensó que la joven podría vivir por esos lares sin haber notado nunca su presencia.
Intentó acercarse a la damisela, pero un balido le recordó al rebaño que había dejado desprotegido. Si corría tras la muchacha, corría el riesgo de perder su ganado, y ese era un lujo que no podía permitirse. Así que regresó con la oveja en brazos hasta la pradera este, observando cómo la joven se hacía más pequeña a la distancia.
Para su sorpresa, ella se fue acercando, pero no lo suficiente para poder hablarle. Aún así, Shikamaru aprovechó la oportunidad para ver qué es lo que tenía tan maravillada a aquella hermosa criatura. Descubrió que intentaba captar todo a su alrededor. Se acercaba a los arbustos, aspiraba el aroma de las flores, tomaba en sus manos lo que parecían ser minúsculos insectos de tierra y pisaba las hojas que yacían en el suelo. Al ponerse de pie se acercaba a los árboles, trepaba en ellos y hundía su cabeza en el espeso follaje. ¿Acaso podría ser una visión de la madre naturaleza mostrándose ante él? No podía entender tal deleite proveniente de una muchacha que debía tener casi su misma edad pero que poseía la fascinación de un niño. Solo una divinidad podría mostrar tal interés por su creación, ya que los simples mortales como él solo veían algo común y corriente.
Estuvo observándola por un buen rato hasta que la perdió de vista. El último rastro de la mujer se esfumó entre la espesa hierba que bordeaba la pradera y desembocaba en quien sabe donde.
Aún no estaba seguro si había presenciado la personificación de un ángel, un hada del bosque, una diosa o una joven tan humana como él. Lo único que podía asegurar es que no dejaría pasar una nueva oportunidad. Volvería a esperarla en otra ocasión y averiguaría de dónde había salido. Rogaba por que fuera de carne y hueso, solo así sería digno de expresarle lo que sintió su corazón.
28/04/21
¡Hola a todos!Vengo nuevamente con una historia ShikaIno que espero sea de su agrado. La hice con mucho cariño y emoción para todos ustedes. 😀😀
Les mando un fuerte abrazo esperando que se encuentren bien, desde donde quiera que me lean.
¡Los quiero! 💌
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SENTIMIENTOS PROHIBIDOS
FanfictionShikamaru Nara es un joven humilde que vive en los campos de la Villa de la Hoja, hogar de grandes nobles. Siendo un pequeño pastor hijo de un cuidador de caballos, se verá envuelto en una compleja situación al descubrir que aquella misteriosa mucha...