LA CRUDA REALIDAD

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Si le desagradaba la idea de llevar diariamente engorrosos vestidos finos, detestaba más aún el hecho de tener que usar accesorios y peinados sofisticados. Usualmente solía llevar una delicada diadema que le permitía dejar sus cabellos sueltos, libres al viento. Sin embargo, cuando había una ocasión especial debía recoger su cabello, llevar maquillaje y usar esos molestos accesorios. Ese día su novio iría a visitarla, así que una vez más se sometería a la tortura de ser la elegante hija del conde.

Desde el día en que su tía Tsunade lo presentó ante la familia, él iba a cortejarla al menos una vez por semana. Y aunque era recibido con los brazos abiertos por su padre, ella no estaba muy feliz con la idea.

En uno de esos paseos matutinos pudo reconocer en él a un hombre déspota, caprichoso y autoritario, además de su mal trato hacia la servidumbre que no hacía más que cumplir sus deseos. En ese momento se dio cuenta que estaba tratando con una versión mayor de su hermano Deidara. Eran tan parecidos que cada vez que los tres conversaban era ella la que salía sobrando.

Por contentar a su padre decidió darle una nueva oportunidad. Si bien no sería el caballero más bondadoso del mundo, algún aspecto rescatable debería tener además de su atractivo. Ella estaba acostumbrada a codearse con gente de ese tipo en su círculo social, así que sería cuestión de tiempo para poder encontrar ese lado humano que seguro tendría. Lamentablemente, descubrió que algunas personas no tenían ni una pizca de humanidad.

Si él iba a ser su futuro marido, no estaba dispuesta a ser una esposa sumisa que sirviera de adorno para presentarse a su lado en los eventos sociales. Ella era una joven independiente, segura de sí misma y de sus ideales, así que pensó que lo correcto sería ser firme en sus decisiones. A él no le agradaba su trato amable con la servidumbre y se lo hizo saber de manera firme. Ella no dio su brazo a torcer e impuso su voluntad. Esto no fue tomado de buena manera por su novio, quien la tomó de los cabellos y la arrastró fuera de la cocina, ante la atenta y sumisa mirada de los siervos del lugar. En otra ocasión ella le recriminó el hecho de amenazar a su sierva Hinata, y él respondió lanzándole una cachetada por su osadía al contrariarlo. A pesar de todos sus malos tratos, él sabía disimular su actitud frente a la familia de Ino y la trataba con dulzura, mostrando una sonrisa falsa que engañaba a toda la nobleza; al fin y al cabo, nadie esperaría que el hijo de un hombre tan distinguido como el duque Fugaku Uchiha fuera un patán caprichoso golpeador de mujeres. Por su parte Ino lo detestaba, pero sabía que no tenía opción. Ni su padre ni su tía y mucho menos su hermano le creerían, así que sacar a la luz pública las acciones de su futuro marido lograría un efecto contraproducente condenándola a una vida mucho más martirizante.

Resignada a lo que le tocaba vivir, Hinata la ayudó a vestirse con una de sus prendas más finas. Era un vestido color plata con detalles labrados en toda la extensión de la falda, llevaba un corsé que hacía resaltar aún más su estrecha cintura, justo donde empezaba un delicado bordado que se extendía desde el pecho hacia las mangas, dándole un aire romántico a la pieza. Sus manos cubiertas por guantes largos y su pecho cuidadosamente adornado con un conjunto de perlas realzaban aún más su elegancia y porte señorial. En sus manos cargaba una pequeña sombrilla y un abanico a juego con el conjunto debido al clima primaveral y soleado, para finalmente usar un calzado de cuero con finas perlas incrustadas. Su sierva recogió su cabello en un pequeño rodete caído a la vez que ella coloreaba suavemente sus labios.
Finalmente, se sentó a esperar su destino.

Finalmente, se sentó a esperar su destino

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