Capítulo 36: Primera noche juntos

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Emma

¡Allan y yo somos novios!

Llevamos como media hora de noviazgo y aún no podía asimilarlo. Fue totalmente desprevenido, solo me lo pidió y me puse tan nerviosa que no sabía qué decir. Pero luego de que me dijera de esa forma tan linda las ansias que tenía de estar conmigo, no podía decirle que no, yo también lo quería.

Aunque aún estoy en shock.

El restaurante al aire libre de la estación final del teleférico era una maravilla. Ciertamente no se diferenciaba mucho de un restaurante ordinario: mesas dispersas por la gran zona en la que se ubicaban, una barra al fondo con taburetes para quienes quisieran hacer pedidos para llevar, camareros caminando de un lado a otro con bandejas en manos; pero lo que en realidad le daba el toque original era que está posicionado en un gigantesco balcón con vista a la ciudad. Y he de admitir que nunca había tenido una cita tan ideal como esta.

—¿Vas a dejar sonreírme así? —le pregunté a mi chico, llevaba cerca de quince minutos mirándome embobado en lugar de comerse su hamburguesa que debía estar helada a estas alturas.

—No puedo cuando hay tan buenas vistas —negó con la cabeza.

—Entonces me comeré esa hamburguesa antes de que se congele —bromeé, aproximando mi mano a esta.

—Cómete lo que quieras —continuó observándome, pero esta vez sosteniendo su rostro con sus manos.

Es lo más tierno que he visto.

—Ven aquí.

Lo tomé de la mano, llevándolo conmigo hacia el barandal con vista hacia la ciudad. Apoyé mis antebrazos en el borde y él hizo lo mismo, pero, al igual que cuando estábamos en la cabina del teleférico, en lugar de observar las vistas me observaba a mí. No voy a mentir, los ojos grises de mi novio también son más atractivos para mí que cualquier paisaje de la ciudad, así que me giré conectando su mirada con la mía.

—¿Me puedes explicar por qué seguimos aquí mirándonos y pasando frío en lugar de ir a dormir calentitos en nuestra cama en el dúplex? —preguntó, sin dejar de observarme con esa mirada llena de ternura.

—¿Nuestra cama? —fingí indignación—. ¿En qué momento obtuviste la mitad de la cama? Que yo sepa es mía.

—Bueno... —se agitó el cabello—, supuse que ahora que somos novios, puedo mudarme contigo a la habitación.

—Ah no, Sr. Lerman. La habitación y todo lo que está dentro de ella, incluyendo la cama, son bienes prematrimoniales. Sigue siendo mi habitación —dije haciendo énfasis en mi.

—¿En serio quieres meterte en temas legales, Srta. Wilson? —su expresión cambió a una retadora y burlona—. Basándonos en eso, yo pagué la mitad de la renta del dúplex, por lo tanto la mitad de todo es mío y no solo del clóset que fue lo único que me diste —se acercó hasta quedar a pocos centímetros de mi rostro—. Por lo tanto, novia, hoy duermo contigo.

Traté de sostenerle la mirada y no reírme, pero no pude, encima de que tenía razón, moría por llegar a casa para dormir con él. Acorté el poco espacio que nos separaba y lo abracé, adoro hacerlo por lo calentito que es y la seguridad que me transmite permanecer entre sus brazos. No tardó mucho en corresponderme el abrazo con dulzura, como siempre.

—Tengo frío, volvamos al dúplex.

—Aún no es medianoche, Cenicienta —bromeó.

—Hablando de eso —me separé un poco de él sin romper del todo el abrazo—, para haber sido una cita tan buena, se me hace raro que no se me haya roto el tacón.

Love DúplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora