Capítulo 62: Rutinas y decisiones

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Allan

¿Recuerdan cuando dije que Emma y yo nos quedaríamos acuartelados en casa las dos semanas que nos quedan? ¡Pues a la mierda se fue el plan!

Nuestra mágica burbuja de amor renovado fue pinchada por la aguja de nuestras responsabilidades. Sí, ya sé que estoy sonando muy dramático, pero es así. Aunque queramos no podemos faltar a la uni, Emma no puede ignorar Union News ni su trabajo en la tienda y yo tampoco el mío en el bar.

Por estos deprimentes motivos hemos acordado disfrutar al máximo las horas libres que nos quedan. Y creo que me pasé disfrutando y en especial con el máximo por cómo mi novia acaba de entrar a la cocina. Tiene ambas piernas encorvadas hacia los lados como si el más leve roce entre ellas la fuera a matar y suelta unos disimulados quejidos de dolor.
Lo peor del caso es que me está aniquilando con la mirada y por alguna razón me causa demasiada risa, aunque intento disimularlo.

—¿Por qué...? —me llevé el dorso de la mano a la boca para evitar reírme—. ¿Por qué estás caminando como un pingüino? —se me escapó una pequeña carcajada.

La mirada asesina que tenía hace unos segundos se transformó en algo peor, parecía una psicópata que estaba a punto de matarme de una forma tortuosa y dolorosa. Suspiré de alivio por tener yo el cuchillo en mano ya que estaba haciendo una ensalada antes de que llegara.

—¿Que por qué camino así? —dijo entre dientes acercándose a mí, solo la encimera nos separaba—. ¿¡Cómo te atreves a preguntarlo, abusador de mierda!? —gritó histérica a diferencia del tono ''calmado'' de hace unos segundos.

No te rías, Allan.

No te rías, Allan.

A la mierda, ya me estoy riendo.

—¿¡Te estás riendo, Allan Lerman!? —espetó, insultada.

—Tú me pediste que te diera duro —me excusé entre risas.

Y, señoras y señores, acabo de cavar mi propia tumba.

Sin previo aviso, se abalanzó sobre mí tanto como la encimera se lo permitió, pero al ver que desde esa posición no podría golpearme como quería, la rodeó con rapidez.

—¡Eres un imbécil! —comenzó a darme repetidos puñetazos en el pecho que no dolían para nada—. ¡Primero me dejas caminando como Bambi y después tienes los huevos de reírte en mi cara!

¡Qué divertido es esto!

—Es que no entiendo porqué te enojas —la sostuve de las muñecas—. Antes de quedarte dormida parecías muy satisfecha con mi trabajo.

—¿¡Y acaso crees que la tienes pequeña!? ¡Tienes como veinte centímetros allá abajo!

—Son más de veinte —dije por lo bajo, pero me escuchó y eso la enfureció más.

Comenzamos una divertida persecusión por la cocina, yo corriendo por mi vida entre risas y ella con un sartén en mano como Rapunzel en la película Enredados.

—¡Te voy a denunciar por violencia doméstica! —amenazó.

—No cuenta como violencia doméstica si lo disfrutaste, la policía pensará que solo fue un juego sadomaso que no salió como esperabas.

—¡No me contradigas cuando estoy en modo Bambi!

—Para estar en modo Bambi, corres muy rápido.

Y así entre gritos, defensas y persecusiones como las de Tom y Jerry, transcurrieron unos cuantos minutos. No sé cuántos con exactitud, solo sé que ambos estábamos muy exhaustos y acabamos sentados sobre la mesa aún sin poder respirar con normalidad.

Love DúplexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora