Capítulo 52: Nuevas reglas de convivencia

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Allan

Emma regresó. ¡Emma regresó!

Tenía tantos sentimientos encontrados que no sabía cómo tomarme su regreso.

Por un lado me sentía ofendido y dolido porque tuvo que ver un video que documentó todo lo que ocurrió aquella noche para convencerse de lo que tantas veces intenté explicarle. El hecho de que venga ahora pidiendo perdón como si no hubiese hecho ningún daño me molesta y el que no haya sido capaz de decirme te amo a pesar de que supuestamente lo siente lo empeoró.

Pero...en el fondo le estoy agradeciendo al cielo porque volvió. Es difícil de explicar, estoy enojado y herido, pero lo que sigo sientiendo por ella es tan fuerte que tenerla de nuevo en el dúplex me produce muchos sentiemientos positivos.

En resumen, mi corazón y mi cabeza estaban en una guerra interna y por ahora estaba ganando el resentimiento que aún le guardo. ¿Por qué tenía que regresar cuando intento superarla?

Desperté en la mañana con unos raros sonidos a mi alrededor. En las últimas semanas de algún modo me adapté al silencio, incluyendo despertar con él, por ello amanecer con ruidos desconocidos puso mis sentidos en alerta y de un brinco me senté. Lo primero que vi fue a una sorprendida Emma con una gran bolsa de basura en una mano y una lata de cerveza vacía en la otra, mirándome con una expresión apenada.

—Lo-lo siento. ¿Te desperté? —me sonrió tímidamente.

—¿No es obvio? —respondí cortante, haciendo que sus hombros cayeran—. ¿Qué mierda haces? —pregunté mientras apartaba la manta con la que me cubría y me levantaba del sofá.

—Recojo este desastre, llevo toda la mañana haciéndolo —arrojó dentro de la bolsa unos envases de comida que ya ni recordaba haber consumido—. No quería recoger esto justamente para no despertarte, pero es lo único que falta.

—Espera, ¿recogiste todo lo que tiré? —enarqué una ceja.

No era solo la basura que se veía a simple vista alrededor del sofá. El baño era un desastre, en la cocina todos los utencilios y vajilla estaban sucios y el suelo en general tenía tanto polvo que bien podría decirse que se trataba de una casa abandonada.

No me juzguen, detesto limpiar y encima tengo el corazón roto.

—Sí —se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa—. Sabes que no me molesta limpiar y...

—¿Quién te pidió que lo hicieras? —la interrumpí, logrando que su expresión se apagara.

—Solo quise hacerlo, durante el próximo mes y medio esta sigue siendo mi casa y puedo limpiar si quiero.

Solté un suspiro de frustración.

—Este desastre lo armé yo y no tenías que recoger nada —alcé la voz casi sin notarlo.

—¿Por qué te enojas por algo tan simple como esto? —se inclinó para tomar algo más, pero la tomé del brazo, deteniéndola.

—Porque no soporto tenerte cerca actuando como si todo estuviese bien —murmuré muy cerca de su rostro, tanto que pude notar cómo sus ojos comenzaban a inundarse.

Desvié la mirada hacia otro sitio, apartándome. Verla llorar siempre fue una de mis debilidades y tiempo atrás juré que nunca provocaría ni una de sus lágrimas, pero en este intante prefiero ser egoísta y pensar en cómo ella me hizo sentir igual tiempo atrás.

La quiero y la aborrezco a la vez, qué combinación tan rara.

Le arrebaté la bolsa de basura de las manos para culminar la labor que ella había iniciado. Me incliné hacia adelante, observando la asquerosidad bajo mis pies.

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