Capítulo 37: Mimos y besos

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Allan

Despertar en la cama con mi chica se ha convertido en uno de los mayores placeres de mi vida.

Anoche lo pasamos en grande. Me había imaginado varios escenarios pornográficos de cómo sería mi primera vez con Emma —¿Qué? Soy un caballero, pero no de piedra— y debo decir que superó mis espectativas. Es jodidamente sensual y...creativa, por llamarlo así. ¿Cómo el imbécil de Dave se atrevió a decirle que era mala en la cama? ¡Es un diosa! ¡En todos los jodidos sentidos!

Me removí con cuidado para evitar despertarla. Estábamos acostados en la misma posición de la última vez, ella usando mi brazo izquierdo como almohada, yo detrás de suyo y nuevamente con mi mano sosteniendo uno de sus senos; me temo que esto último se me va a convertir en una costumbre, me encanta.

Aspiré ese agradable aroma corporal natural que desprende enterrando mi nariz en su cuello. No pude resistirme y comencé darle cortos besitos causándole cosquillas. Un ratito después se despertó, riendo.

—Lan —ronroneó aún adormilada.

—Buenos días, preciosa —dejé un beso en sus labios que hizo que se despertara casi del todo.

Se giró hacia mí, quedando ambos frente a frente. Me sonrió, tomó mi rostro entre sus manos y me besó con dulzura y lentitud, como si no quisiera que el beso terminase.

—Creí que había sido un sueño —murmuró contra mis labios—, pero no, es real.

—¿Qué fue exactamente lo que pensaste que había sido un sueño? —acaricié su mejilla, perdiéndome en sus hermosos ojos marrones.

—Todo. La cita, tu declaración, el que ahora seamos novios y las seis veces que lo hicimos anoche.

Sí, damas y caballeros, fueron seis. Cabe recalcar que tengo una novia muy fogosa, y bueno, tampoco soy un santo, yo también moría por tener más y más. No pregunten de dónde sacamos tanta energía, porque no tengo ni idea.

—No fue un sueño —la tomé por la cintura pegando su cuerpo al mío—, y si lo fuera, no te permitiría despertar. Tenlo por seguro.

Sonrió antes de subirse a mi abdomen y comenzar a repartir besos por todos lados. Es muy cariñosa sin dudas, eso me gusta. Me gusta estar con ella disfrutando de sus caricias y atenciones. En fin, me gusta tenerla entera para mí.

—Em —medio gruñí al percibir que sus mimos estaban despertando mi deseo—, adoro esto pero encima de que ya tengo una erección mañanera, ahora me estás calentando como no tienes idea.

—No le encuentro el problema —se encogió de hombros cesando sus besos.

—Que nos quedan pocos condones y debemos ahorrarlos hasta que vaya a comprar más, ese es el problema. Sabes que cuando empecemos, no vamos a poder parar.

Hizo un pucherito de inconformidad, me dio ternura y gracia verla adoptar esa postura infantil cuando supuestamente yo era el pervertido en esta relación. Atrapé su labio inferior con los míos dándole un suave beso. Por obvias —o más bien calientes— razones no se conformó con eso y profundizó el beso. Agarré su cintura y me senté dejándola a ella sobre mi regazo.

Grave error, así se sentía peligrosamente irresistible.

—Quiero despertar así cada mañana —dije, al separarnos por la falta de aire.

—Yo también —sonrió acariciando mi cabello, pero un segundo después su expresión cambió a una alarmada—. ¿¡Qué hora es!?

Miré hacia la ventana por la que penetraban los ligeros rayos del sol, por lo tanto debía ser temprano. Ambos nos giramos hacia el reloj despertador digital que descansa sobre la mesita de noche de Emma, en él figuraba la hora de 7:30 a.m.

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