Más que simples coincidencias

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—Esto está mal —seguía diciendo—. Muy mal. ¡Endemoniadamente mal!, ¿me oyes? Si comprendieras la gravedad del asunto —señaló a Nathan—, no estarías ahí sentado como si no pasara nada.

Caleb apenas podía moverse —había salido hacía varios días del hospital, pero algunas heridas seguían cicatrizando, sobre todo la del costado—; sin embargo, el hombre insistía en desplazarse por la habitación como un energúmeno mientras se pasaba repetidamente las manos por el cabello rubio. Si no lo hacía, simplemente no sería el mismo Caleb que yo conocía. Tenía el rostro enrojecido de furia y apretaba la mandíbula cuando no se entusiasmaba con la idea de recordarnos lo mal que estaba todo. «—quería decirle—, estamos al tanto.»

Nathan, por otro lado, había perdido el color. Estaba pálido y se veía aún más frágil que su (ya no tan) convaleciente hermano. Estaba muy quieto y podría decir que atisbé incluso un poco de resignación en sus ojos ya de por sí caídos. Por un momento, antes que Caleb se encendiera, pude ver que Nathan había sentido por menos de un segundo ganas de echarse a llorar. Había desaparecido muy rápido, pero yo sé que había estado ahí, y no sé si había sido por el hecho de saber que Caleb pronto comenzaría a decir la verdad, que todo estaba mal, o por algo más. Jared era otro asunto. A pesar de tenerlo muy cerca, no me había atrevido a mirarlo mucho, por temor a que se sintiera incómodo bajo la mirada de cualquiera de nosotros. Al parecer los demás pensaban lo mismo, pues ni siquiera Caleb le hizo formar parte de su rabieta. Al menos no directamente. Aun teniendo la oportunidad de hacerlo por ser él el protagonista de todo esto.

—Incluso si pudiera ponerme de pie, hermano —dijo sabiamente Nathan—, dudo que pueda solucionar algo con apoyarte en tu recitación de quejas. Y para ser completamente honesto, ahora mismo no quiero hacer otra cosa que dejar de escucharte.

Yo estaba nerviosamente agazapada bajo el brazo de Jared con los brazos cruzados y la mirada fija en los pies de Caleb, que se movían de un lado a otro con premura. Jared estaba inmóvil, probablemente deseando desaparecer y que nadie notara su presencia. Ambos habíamos vigilado la noche anterior, como era de esperarse, tras tener que limpiar la sangre del hombre que se había aparecido en nuestra casa con alguna diabólica intención. Yo no había llorado, pero estaba pálida y fría cuando Jared nos encaminó a la habitación para que me pusiera algo presentable y así llamar a sus hermanos, que disfrutaban de un plácido sueño junto a sus esposas hasta que recibieron la mala noticia.

—Estás temblando —me había dicho Nathan cuando llegó, un poco torcido, lento y maltrecho a casa—. ¿Tienes frío?

Negué con la cabeza, aunque no estaba muy segura de nada. Llevaba puesto un suéter, y ni siquiera había notado el temblor de mis manos hasta que él las tomó entre las suyas para preguntármelo de nuevo.

Jared y Caleb, los más capacitados para la tarea, estaban metiendo el cadáver en la cajuela, en el garaje. El primero me miraba de vez en cuando, preocupado. Su rostro parecía haberse tornado un poco gris, de un tono enfermizo, como si jamás hubiese disparado un arma.

—L-los vecinos... —empecé a decir, preocupada de que alguien se diera cuenta de que algo iba mal. Alguien debió haber que haber escuchado la detonación.

—Me encargué de eso. Estamos en el garaje, nadie verá lo que estamos haciendo, Anabelle. Estaremos bien.

No pregunté más al respecto. Nada estaba bien.

Por supuesto que yo no pensaba que estaríamos bien.

—¿Por qué no llamar a la policía? —inquirí, abrazándome a mí misma—. Esta vez no hay manera de que piensen... Quiero decir, ha sido en defensa propia, ¿no?

Línea de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora