Preludios

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Después de tantos intentos frustrados por hacer hablar a Hayley, abdiqué y me dejé caer a su lado. Todavía no entendía por qué estaba tan segura de que Alex quería matarla ni cómo se había enterado de lo que sea que se había enterado. Al final yo había optado por comerme las uñas y dejarla llorar como cría en mi cama mientras Meredith —que se había cansado de esperar en el baño a que alguna se calmara— la miraba fijamente y con cierto pesar. No había pedido explicaciones, pero estaba segura de que esperaba la ocasión perfecta para preguntar qué estaba pasando. Yo no sabía si quería que llegara esa oportunidad. Hacerlo significaba sobrevivir, pero aún así, yo no quería que ninguna se enterara de lo feo del asunto.

Jared todavía no llegaba, y aunque no estaba segura de cuánto había pasado, parecía un largo tiempo. Los minutos se extendieron en horas, aunque era imposible saber a ciencia cierta porque cada segundo parecía una eternidad. Las pocas veces que hablaba con alguna de las dos, lo hacía en voz muy baja y sin obtener respuesta, una intensa sensación de horrible anticipación rozando sobre nosotras como una nube de espesa niebla. Las tres estábamos aterradas.

Cuando la puerta sonó con golpes fuertes, las tres saltamos y casi podía sentir no solo mi corazón, sino el de las otras dos muchachas que estaban conmigo. Meredith, más confundida que antes, me dio una mirada interrogante y yo hice un gesto para que esperara. Hayley dejó de llorar súbitamente.

Otro golpe.

La tensión era palpable. Sentía como la habitación se había convertido en vidrio que podría hacerse añicos en cualquier segundo. Contemplé el trozo de madera que nos separaba del exterior respirando de modo espasmódico y, con una sensación casi apabullante de miedo, dije:

—¿Jared?

Mi teléfono estaba lo bastante lejos, por lo que no sabía ni la hora que era ni si él había intentado comunicarse conmigo. Eran muchos riesgos que tomar y el simple hecho de acercarme a la puerta era bastante incierto. Demasiado intrépido para alguien como yo, una chica de pocas experiencias temerarias.

—¡Ana, abre la puerta! —escuché su voz por fin, haciéndome liberar todo el aire que había contenido y correr a la puerta sin tomar ninguna otra medida de precaución.

Estaba segura.

Era él.

No sé quién actuó primero, pero el momento en que abrí la puerta y lo vi se desvaneció cuando me encontré en sus brazos apretados alrededor de mí con urgencia. Él había dado un paso dentro, así que presumo que tanto él como yo habíamos tenido el impulso de estrecharnos el uno al otro. Mi mayor acto de osadía de la semana.

Mi respiración fuerte daba por debajo de su oreja, casi en su cuello, y la de él, fuerte pero pausada como de costumbre, movía mi cabello de vez en cuando. Dejé que se me salieran algunas lágrimas y que mi tensión se liberara, ya no tenía que pretender ser la más fuerte del grupo porque ahora él estaba ahí. Dios, tenía tanto miedo.

Sus brazos me apretaban de forma exorbitante. De tratarse de otra ocasión u otra persona, habría dicho que me estaba sacando el oxígeno, pero fue todo lo contrario. Ese gesto desmesurado de su parte hizo que mi corazón volviera a latir y que toda la tensión se disipara.

—Ana, Ana, ¿estás bien? —preguntó nervioso mientras acunaba con sus manos temblorosas mi rostro. Asentí y él miró al techo como agradecido y volvió a atraerme hacia él sin mucha delicadeza, haciéndome chocar mi cara contra su pecho —. Mierda, mierda, mierda, ¿qué fue lo que pasó?

Me estremecí de alegría al escuchar la vibración de su pecho al hablar. ¡Ya no íbamos a morir!

Me separé de él y comprobé que Hayley estuviera en condiciones normales para hablar. A pesar de que yo sabía el origen de los problemas, mi amiga había descubierto algo nuevo y todavía no se dignaba a compartirlo con su entorno.

Línea de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora