Pequeño incidente

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Después de varios días en su compañía, ya me había acostumbrado al temperamento de Jared, lo suficiente como para saber que era mejor no preguntar por qué demonios se iba de repente cuando algo ajeno a mi conocimiento surgía. Una de las tantas razones por las que no cuestionaba las ocasiones en las que se largaba como alma que lleva el diablo era porque, honestamente, no me atrevía. Sabía que obtendría más conocimiento sobre él si solamente observaba en lugar de preguntar, aunque he de reconocer que de vez en cuando ganas no me faltaban de soltarle un aluvión de preguntas sobre su extraño comportamiento y sus prolongadas ausencias.

Cuatro domingos más tarde, después de la partida de Trent, nos encontrábamos sentados en una habitación en el apartamento de Jared. Estábamos sumergidos en una película, y yo no dejaba de moverme buscando una estratégica ubicación para no aspirar todo el aire contaminado por el tabaco.

Hayley estaba con nosotros. Era uno de esos días tranquilos en que la universidad no formaba parte de nuestras preocupaciones y podíamos fingir que éramos jóvenes sin responsabilidades. Incluso Jared.

—¿Puedes dejar de comerte mi cereal? —le reclamé a mi amiga, sin quitar la mirada de la pantalla.

—Técnicamente, es el cereal de Jared, y él me dijo que podía comer lo que quisiera.

—Bien, pues entonces sírvete el tuyo —le espeté, chasqueando la lengua. Jared puso su brazo a través de mí, aprisionándome contra el respaldo del sofá para que dejara de moverme.

—Entre las dos se lo han comido todo.

—Es la paga por hacerme una fumadora pasiva —dije con voz neutra cuando quité mi atención de la película. Jared me miró de reojo y luego soltó un bufido, dándome un pequeño codazo para que quitara mi cara de reproche.

—Aquí viene de nuevo—susurró él. Sinceramente, no me importaba que tuviese ese hábito, pero lo que no soportaba era que cada cinco minutos tuviese uno nuevo en la boca.

—No voy a decirte nada sobre eso.

—Claro que lo hará... —murmuró Hayley, que probablemente no pensó que yo le escucharía.

***

Luego de dejar a Hayley en su casa, Jared se dispuso a llevarme a la mía, no sin antes detenerse a poner gasolina porque, además, solo estaba tratando de molestarme retrasando las cosas. Yo, por mi parte, tenía un dolor de cabeza de mil demonios, y no podía esperar a llegar a mi apartamento y dormir un poco.

—¿Te vas a quedar ahí? —vociferó Jared cuando bajó del auto. Yo abrí los ojos y me percaté de lo solitario que estaba el lugar. Ni siquiera lo pensé dos veces antes de abrir la puerta y casi correr a su lado.

—¿Qué hora es? —pregunté desperezándome, al tiempo que intentaba mantener el paso de Jared, que parecía ir corriendo cuando en realidad estaba caminando con mucha paciencia. Siendo como fuere, él y sus largas piernas nunca podrían ir más lento.

Era realmente escalofriante. La estación de gasolina a altas horas de la noche, por estar tan poco concurrida, estaba silenciosa y oscura. Era casi como si en cualquier momento alguien pudiese salir de las tinieblas y hacernos daño. No le tenía mucho miedo a la oscuridad, pero dados los últimos acontecimientos no podía evitar tener esa clase de pensamientos.

—Las once —respondió Jared mientras abría la puerta del mini súper en el que se encontraba el mostrador para pagar. Miré atrás nuevamente y le eché un vistazo al auto de Jared, que para el momento era el único que había en el recinto.

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