La muerte y el moribundo

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Cuando contesté su llamada, ya tenía los labios entumecidos. No había parado de sonreír desde que vi su nombre en la pantalla, y había esperado unos segundos para que mi voz no sonara aguda del tipo me-gustas-y-no-puedo-evitar-hablar-como-una-impúver-con-la-garganta-irritada. No sin el miedo, por supuesto, de que pensara que no tenía mi nuevo teléfono bajo mi supervisión —o peor, que me había pasado algo— y que dejara de intentar hablar conmigo por vía telefónica.

El aplastante calor diurno cedió cuando me adentré con Hayley en el salón de clases medio vacío, aunque la sensación de asfixia seguía estando presente. Entramos, y de repente noté el gélido efecto del aire acondicionado, haciéndome desviarme por un momento hacia el mundo de los contrastes extraños.

—Hey —dije, asintiendo en dirección a mi amiga para confirmarle que estaba en lo correcto y que se trataba de Jared. Ella alzó los pulgares con una amplia sonrisa y luego se adelantó a tomar asiento mientras yo, medio agazapada, trataba de evitar hacer contacto visual con el resto de los estudiantes para no delatar mi situación de enamorada.

—¿Cómo estás? —murmuró Jared al otro lado.

—¿Hablas así porque estás con tu familia o...?

—Sí —confirmó antes de que yo sacara otras dramáticas conclusiones. Me abracé a mí misma con el brazo libre y me decidí a salir del lugar para tener más privacidad. A pesar de la cantidad de gente que seguía llegando, el profesor no daba señales de que la clase iniciaría pronto. De hecho, se veía bastante despreocupado con los pies sobre su escritorio y el teléfono entre las manos—. Por fin me han dado un respiro y creo que de hecho les alegra que tenga alguien a quien llamar.

Percibí una sonrisa en su voz. Yo misma encontraba mi actitud un poco dispersa, pero las sensaciones en ese momento estaban amplificadas para mí y me daba cuenta de muchas cosas que en otro tiempo habrían pasado desapercibidas. Por ejemplo, había menos movimiento en los pasillos que de costumbre. Parecía que la universidad hubiese sido trastocada y como consecuencia había quedado medio vacía. Probablemente se debiera a las fechas, pero en fin.

—Eso es bueno —dije.

Meredith también llegó con otro pequeño grupo de estudiantes, pero la llamativa rubia no se dio cuenta de mi presencia, así que le di la espalda y seguí enfocada en la llamada. No obstante, por un corto instante atisbé preocupación en su rostro. No tardé en deducir que se trataba de su relación con Noel. Pero no me detuve a pensar en ello.

Caminé pasillo abajo y miré de refilón un grupo de personas que escandalosamente hablaban sobre su pronta graduación y, consecuentemente, la celebración de la misma, la cual era un día antes que la mía y los de mi clase. Me adentré en el tocador y cerré la puerta detrás de mí, aunque no le puse seguro para no despertar la curiosidad de alguien. Después de asegurarme de que estaba completamente sola, volví a hablar.

—¿Cómo va todo?

—Perfectamente.

—¿De verdad?

—Sí. Bueno, los planes siempre parecen estar perfectamente, hazme la pregunta de nuevo cuando lo llevemos a cabo.

—Dudo que mientras lo lleven a cabo sea un buen momento para preguntar. Pero en fin, trataré de no morir con la duda.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—No lo sé. Nada, supongo. No importa —le dije, subiéndome en el lavamanos con el impulso de una sola mano.

Las baldosas olían a desinfectante y noté su tacto arenoso en la palma de mi mano izquierda, la que me había ayudado a sentarme en lo alto del lavabo. Las paredes convergían en un techo de baldosas antirruido surcado por conductos de ventilación probablemente recubiertos de polvo. La papelera metálica en una esquina estaba casi vacía y el piso estaba increíblemente limpio, aunque probablemente se debiera a la hora.

Línea de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora