Como en los viejos tiempos

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Había momentos en los que reconsideraba el haberle cedido a mi mejor amiga una llave de mi departamento. Los lunes por la mañana solían ser esos momentos en su mayoría, aunque de más no estaba que ella evitara que yo llegase tarde a la universidad; era como una alarma despertadora con vida propia, nunca necesité programarla. Ella me ayudaba mucho a veces. Los lunes por la mañana, no tanto.

Aunque ella hacía uso del poder que representaba la llave para colarse a cualquier hora del día bien porque no se sentía con ganas de cocinar o porque estaba aburrida, yo agradecía su compañía y su efervescente forma de ser. Ella tenía energía de sobra por las mañanas, y a veces me cuestionaba cómo era que todo ese entusiasmo cabía en ese diminuto cuerpo. El resto del tiempo ella parecía tranquilizarse solo un poco, como si el día ya le hubiese pasado factura, igual que les pasaba a todos. Era tenaz.

—Despierta, cenicienta —dijo, tirándose a la cama justo a mi lado y cogiendo mi celular de la mesilla de noche. La veía por uno de mis ojos abiertos, mientras que el otro se aplastaba contra la almohada que a tempranas horas parecía más suave y fría.

—Es «Bella Durmiente», Hayley. Déjame otros cinco minutos —farfullé, evitando no babear del sueño.

—Cuando se nos haga tarde para ir a clases, no quiero que te quejes conmigo por el resto del día, ¿vale? Vas a necesitar más tiempo del habitual, además, si vas a atender al chico que estaba en la puerta de tu casa cuando llegué. Le dejé pasar.

—¿Qué? ¿Quién? —grité con los ojos bien abiertos, espabilando enseguida. Estaba dispuesta a golpear a Hayley si de verdad había hecho eso, pero por la mirada en su rostro, pude ver que me estaba tomando el pelo.

—Es broma, hermana. Pero me resulta curiosa tu reacción. —Alzó una ceja.

—No lo vuelvas a hacer—reclamé, hundiéndome otra vez en la cama.

—¿Quién se te vino a la mente? —preguntó, riendo con vigor.

—Nadie, solo... El simple pensamiento de que hayas dejado entrar a alguien a mi casa así... Sabes que no soy una persona muy tratable por la mañana.

—Ni por la tarde, cariño. Ahora vamos, que tienes que hacer el desayuno.

—Hayley, solo para que lo sepas... realmente sí tenemos compañía —le participé, rodando en la cama hasta llegar al lado más próximo, del que me tiré y caí de rodillas porque de veras no tenía ganas de ponerme en pie. Poco a poco lo hice hasta que me erguí de pie y miré a Hayley en la puerta de mi alcoba, mirándome con una ceja alzada

—¿Eh? —ladeó la cabeza, interrogándome con la mirada y pensando que quizá me estuviera vengando de ella—. ¡Mierda! —gritó después abriendo los ojos.

—No es nada de lo que estás pensando. Es Trent, que se quedó aquí por esta semana.

—¿Quién es Trent? Espera, ¿por qué se va a quedar...? —la empujé fuera de mi habitación mientras ella continuaba haciendo preguntas por la mitad, guiándola en dirección a la cocina y comenzando a sacar las cosas para el desayuno.

Trent se había decidido por permanecer en New York durante su semana libre, así que le dejé que durmiera en la habitación vacía que tenía en mi apartamento, ahorrándole así el innecesario gasto de la estadía en un hotel. La alcoba estaba en buenas condiciones porque muchas veces había tenido que dejar que Hayley se quedara en casa, y tomando en cuenta que dormir con ella era sinónimo de despertar con varias magulladuras por sus patadas, había preferido tenerle su propia estancia. Yo, por mi parte, disfrutaba de mi espacio, así que para evitar que alguna de las dos acabara en el suelo como consecuencia de reclamos territoriales, era mejor tener una habitación de huéspedes para casos como ese.

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