Ahogo

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Nada de lo que me estaba diciendo Sebastian tenía sentido y, sin embargo, yo parecía haberlo estado esperando desde hacía mucho tiempo.

Todo a mí alrededor parecía tan estático que me obligué a apartar los ojos de mi hermano y observar detenidamente la habitación; de esta manera me aseguraría de que no me estuviera perdiendo de nada. Noté, no sin cierta pesadumbre que, aunque todo en aquel lugar parecía correcto y en su sitio, realmente me había perdido de todo. Nada estaba bien. Mi entorno parecía bastante calmado y tenue, pero por alguna razón, pensé que en cualquier momento algo estallaría y ese "nada está bien" que tanto había rondado mi cabeza aquel día finalmente me golpearía el rostro.

¿Qué era esa extraña sensación? Era como si algo realmente malo viniera de camino. ¿No estaba ya tocando la puerta? ¿No estaba alzando su mano en mi contra en aquel instante, vestido de malas noticias? ¿Cuánto tiempo más esperaría aquella cosa horrible en dejar de ser una espantosa conmoción, como una expectativa de algo que aún no ocurre?

Mi estómago se revolvió y las náuseas se apoderaron de todo mi cuerpo, sacudiéndome y doblándome hacia adelante y sacándome de aquella burbuja en la que me había encerrado, dándole más importancia a la atmósfera que a la circunstancia en la que nos encontrábamos. No obstante, nada salió de mi boca; todo se quedó en un pequeño y repentino estremecimiento.

Unas pisadas apresuradas y pesadas me hicieron erguirme y mirar hacia la puerta, con la vaga esperanza que no se había ido a ningún lado a pesar de todo. Yo seguía esperando, aunque a veces fuera de manera instintiva.

Esta vez resoplé con alivio al verle: sí se trataba de Jared, que me miraba con los ojos abiertos, desorbitados, y las manos rígidas a cada lado de su cuerpo. Se acercó a la cama para arrodillarse junto a mí y darme un abrazo que no pude traducir en otra cosa que dolor y compunción.

—Lo siento —me dijo, apretando su boca contra mi cabello con fuerza. Sus brazos cada vez ejercían más fuerza a mí alrededor y su respiración se volvía irregular y vacilante. Yo apenas podía responder. Todo dentro de mí era como un terremoto, pero mi cuerpo se negaba a reaccionar. Permanecí quieta, sintiendo que las manos de Jared eran más que suficientes para contener el agitado mar que me estaba ahogando—. Lo siento, Ana. Demonios, lo siento. Todo esto es mi culpa.

—¿Qué fue lo que sucedió? —pregunté con voz mecánica; su rodilla tocaba mi pierna y sus manos tocaban mi cabello y mi cara como si buscara algo con desesperación. No encontraba nada, ni siquiera una lágrima, pero su tacto estaba haciendo lo posible por agrietar la coraza que me había hecho en aquel momento para no derrumbarme—. ¿Cómo fue que...? —Entonces no pude culminar la pregunta. Mi voz alcanzó el borde y se quebró junto con todas las fuerzas que estaba utilizando para no caer. Dieron de lleno contra las rocas que esperaban filosas por volverme pedazos.

Dios mío.

Dios mío. Hayley. ¿Qué culpa tenía mi mejor amiga de nada? Ella era simplemente un daño colateral. Ella no tendría que estar pasando por esto. Pero para efectos prácticos, nadie tenía por qué pasar por esto.

Me eché a llorar. En silencio, con las manos cubriendo mis ojos y las manos de Jared cubriendo las mías, intentando sacarlas de su camino.

Las emociones brotaban en tropel y ahora nada podía detenerlas, ni siquiera una noticia medianamente buena. Nada, porque el daño estaba hecho.

Todo ello a la vez, en una vorágine tremendamente violenta, era cruel, intolerable.

—Anabelle... —Quitó mis manos de mi cara con vehemencia, obligándome a mirarle. Buscó mis ojos hasta que tuvo que forzarme a prestar atención a sus palabras con una sacudida. Sus ojos brillaban con ira y su mandíbula debía estar doliendo—. Tenemos que marcharnos. ¿Me escuchas? Ana, tenemos que irnos de aquí.

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