¿Aliado o traidor?

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El grito-aullido de Sebastian fue lo que me despertó de un salto. Desplazándose por el pequeño estar del departamento, me recibió de mi lejano y pesado sueño entre vítores.

Salí de la habitación, un poco asustada al principio, desconcertada y soñolienta en partes iguales segundos después, preguntándome si había soñado con Jared o si él, como una vez había hecho antes, se había marchado mientras dormía. La primera vez aquel mismo día le había ganado en ese aspecto, pudiendo despertarme antes y observarlo en ese rarísimo estado de auténtica paz, pero la racha no duró demasiado.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Quéeee? —pregunté pausadamente al salir mientras me pasaba las manos por la cabeza, tratando de mantener los ojos abiertos por más de dos segundos. El beso que había sucedido entre Jared y yo quedó por unos momentos en el olvido gracias al escándalo de mi hermano. Sebastian seguía celebrando algo de lo que no estaba al tanto todavía y parecía lo suficientemente fuera de sí en ese momento para hablar.

No pregunté nada más. Simplemente lo observé alzando las manos como un desquiciado y esperé que su momento pasara. No le prohibiría seguir adelante durante unos treinta segundos más, pero si excedía el tiempo límite, iba a atentar contra él con un cojín. Tampoco dejaría pasar el que me hubiese despertado de mi atrapante sueño post-desayuno de esa forma tan abrupta.

Cuando vi la pantalla del televisor pude ver qué era lo que lo había devuelto a un estado primitivo. Algo que funcionaba con gran parte de la población masculina para llevarlos a ponerse como locos celebrando o sintiéndose defraudados.

El fútbol. Había ganado...

—¡Alemania! —gritó, abrazándome y alzándome por los aires. Arrugué el rostro, poniéndome rígida para no dejarme caer del peligro de sus vigorosos pero inestables brazos. Estaba como demente, pero lo dejé regocijarse.

Quiero decir, estaba bien -más que bien, de hecho- poder verlo tan contento, ignorando todo lo infausto. Casi me podía sentir como si el mal no estuviera al acecho. Me alegré un poco y solté un silbido, como si a mí también me emocionara mucho la victoria del país vencedor, pero más que nada, me parecía bien que el mundial se hubiese terminado.

Casi, decía, porque la puerta sacudiéndose con golpes me devolvió de inmediato a la dura realidad.

Sebastian me puso de nuevo sobre mis pies y volví a estar muy por debajo de su altura, lo que me hizo sentir una leve molestia en las costillas. Ambos, guardando silencio ahora, permanecimos mirando la puerta con recelo.

—¿Dónde está Jared? —pregunté en un susurro.

—Tuvo que irse. —Rodé los ojos, eso lo noté aun cuando no estaba del todo despierta, pero me ahorré un comentario irónico.

—Eso ya lo sé, ¿pero te dijo que volvía? ¿A dónde iba? ¿Algo?

Sacudió la cabeza. Más golpes.

Me llevé el dedo índice a los labios para que se quedara quieto y caminé hacia la puerta de entrada, pero él me detuvo, frunciendo el ceño. Quizá preguntándose por qué tantos nervios de mi parte, quizá enojado porque, fuese quien fuese, él era quien debería mirar de quién se trataba. Al menos eso interpreté en su enfadado gesto. Que él era quien mandaba y debía tomar las decisiones o algo así. En parte tenía razón, era el hombre y el más grande.

¿Jared le había dicho algo, que ahora actuaba con tanta cautela? ¿O era el mismo instinto protector agudizado?

—¡Ana, vamos, sé que estás ahí! —gritaron desde el otro lado.

Sebastian se detuvo y se volvió hacia mí, no muy seguro de cómo proceder a continuación. Me hizo un gesto interrogativo con las manos e hizo una mueca con la boca, con la que me preguntaba quién diablos estaba allí.

Línea de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora