Malas nuevas [Línea de fuego, parte I]

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Hayley estaba enamorada.

Bueno, eso era ya bastante evidente. Pero los últimos días habían sido tan tensos que ella y Peter no habían tenido más opción que permanecer siempre juntos. Y eso le encantó. Desde luego que la circunstancia afianzó su relación tanto como los dejó sin nervios, pero ella era una muchacha a la que le gustaba ver lo bueno de todas las cosas.

Recordaba aquella vez que ella le había dicho a Anabelle que no pensaba brindarle una segunda oportunidad, que no deseaba sentir nada más por él. Ahora que lo pensaba, había actuado de una manera tonta e inmadura, pero afortunadamente podía contar con los sabios consejos de su mejor amiga.

—No es algo que se pueda abrir y cerrar como un grifo, Hayley —le había dicho Anabelle—. Si te gusta, te gusta y ya. —Dicho esto, siguió trabajando en un proyecto para la universidad. La chica de las pecas era bastante simple con el tema de las relaciones, otro aspecto con el que complementaba a la rubia, la cual se caracterizaba por ser todo lo contrario.

Y era cierto, desde que se dio por iniciado el algo que ambos tenían cuando ella por fin cedió con inseguridad y recelo —abrió a medias el grifo de la relación—, las cosas mejoraron. Ahora no había más entrecomillados en torno a aquella palabra. Ellos eran algo y mucho más. Y gracias al cielo que Hayley se había tragado el orgullo, porque entonces no habría tenido con quien morirse de miedo.

Más tarde agradecería también por la perseverancia de Peter. Oh, ese chico.

Era tan especial con ella que podía echarse a llorar en cualquier momento. Le gustaba estrujarla en abrazos de oso que le hacían perder todo juicio y sensatez y que, además enviaba cualquier señal de autocontrol al infierno. No tenía dudas de que estaban hechos el uno para el otro. De no haber aceptado una reconciliación, seguro habría vagado hasta la vejez buscando un nuevo amor cuando su verdadero y único había quedado atrás por su soberbia.

Cuando tenía esos pensamientos, no pensaba que exageraba, aunque probablemente lo hacía.

Hayley rodó su lápiz sobre la mesa de un lado a otro hasta que, en un momento de concentración perdida, el trozo de madera y grafito cayó al suelo con un repiqueteo. Luego, como si recogerlo supusiera un suplicio, decidió jugar con el bolígrafo en su lugar y dejar que aquel pequeño instrumento de escritura rodara cada vez más lejos, hasta que se topó con el pie de alguien. Allí se detuvo su trayectoria, pero también la respiración de la rubia. Dejó de mover la pluma y sus ojos se quedaron clavados sobre la espalda de su compañero de al frente como si en ella pudiera encontrar todas las respuestas.

Entre tontos y superfluos pensamientos, ¿cuánto tiempo había pasado?, se preguntó. Anabelle no aparecía y aunque ella sospechaba que estaba babeando sobre su teléfono por Jared, su instinto y la poca experiencia de Anabelle —la cual la chica se había dedicado a contar— le indicaron que estaba siendo demasiado inocente.

No podía ponerse de pie y salir, pues el profesor se había dignado por fin a dar inicio a la clase y se encontraba en ese preciso instante parloteando cosas de poco interés para los estudiantes. Hayley miró su teléfono y decidió ser paciente. Esperaría cinco minutos más y si su amiga no regresaba, entonces saldría e iría a por ella. Qué remedio. Entre el enamoramiento de Hunt y el suyo propio habían olvidado que no podían estar por ahí pululando sin que alguien estuviese al tanto. No podían actuar ya como colegialas que se esconden para hablar —o verse— con sus novios. Y no porque fueran maduras, porque vaya que era delicioso escaparse por ahí a hurtadillas, sino porque no era seguro.

¡No era seguro! Y aun así, había dejado que su amiga se desapareciera. Se había perdido media clase y seguro el resto también se lo perdería.

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