16: Los bucles de la ira

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     Mari. Mari Makinami. Tercer grado, 1.76 metros de altura.

     Claramente, mayor que yo.

     Claramente, más fuerte que yo.

     Golpeé mi cabeza contra los casilleros varias veces.
     No había nada dentro.

     Había vuelto al mismo lugar de siempre. 
     El bucle del que creí escapar, estaba de nuevo enredado entre mis dedos.

     Me rasqué el cuello.

     Suspiré.

     Me iban a partir en dos. Más gente involucrada.
     Entre más narices, menos oxigeno se respiraba en mi tétrica historia.

     No me até las agujetas, y salí corriendo a donde sea que ella fuera.
     La había visto pasar varias veces; apenas si sabía de mi existencia, y yo de la de ella. Claramente no iba a permitir que me pasara una tontería.

     Bueno, eso decimos todos antes de reaccionar por impulso.
     O solo soy yo, que siempre justifico mis acciones.

—¡Oye, oye! ¡Espera! —grité, tratando de seguirle el paso. Sí que caminaba rápido—. ¡Señorita, tú!

     Ella seguía a su paso, sin voltear hacia atrás.

—¡Oyeee! —corrí más rápido—. ¡Espera, detente! 

     Se sacó unos aurículares y volteó hacia sus espaldas.
     Por el impulso, casi me estrellé con su espalda.

     Me miró extrañada.

     No la culparía, porque comencé a hablar como un idiota.
—Sí, oye... Jajaja... Disculpa, es que tienes algo mío en un zapato. Y... Bueno, pensaba que tal vez podrías entregármelo, si fueses muy... —su mirada se volvió pesada para alguien como yo—. AMABLE... —establecí—, ¿me la entregarías?

     Miró al suelo.
—No, gracias... —sonrió de forma insufrible y volvió a su camino.

     Me coloqué frente a ella de un salto.
—¡No, no! ¡Tienes algo en el zapato! —gesticulé—. ¡Es mío! —me señalé con mis manos.

     Ella me dio la vuelta y salió caminando por un costado mío.
     Me quedé mirando a la nada con una leve sonrisa en mi rostro; producto de la desesperación.

     Todo me había salido mal.

     Fui de nuevo hasta ella; su expresión fue aún más determinada que la segunda vez.
—¡Te pagaré! Solo necesito que revises lo que hay en tu zapato... Lo necesito, es mío —junte las manos, rogándole.

     Ahora, se sacó ambos auriculares.
     Tenía toda su atención.

—No tratarías tan mal a un alumno menor que tú, ¿verdad? —sonreí apenado—. ¿Podrías?

—No había nada ahí. Por favor, eres muy molesto... —negó con la cabeza.

—N-no... Sí lo había. Era un trozo de papel.

—Te he dicho que no había nada.

—D-debe ser un error, por supuesto... —me acomodé la ropa, y me rasqué la nuca—. ¿Puedes revisar?

—¿Aquí?

—Podemos ir a esa... Eh... —miré una banca cercana—. ¡Allá!

—Lo siento, pero esto es muy extraño. Si tus amigos hicieron una apuesta para molestarme, más te vale que pares. No es divertido.

—No, no, no —dije nervioso—, no es ninguna apuesta.

     Me miró con curiosidad, sin embargo, podía sentir los muros de su desconfianza alrededor de mí.
—No. No haré nada de eso... Sí que son raros los chicos más jóvenes... 

     Dio un paso al frente, y yo me agaché al suelo, sin esperar su reacción.
—¡Necesito verlo!

     Me dio una patada; dejó caer todo su peso sobre el centro de mí cabeza
     Sentí como si se hubiera partido en dos y todo mi ser se regase por la acera.
—¡Déjame en paz, maldito bastardo!

     Grité mientras me sobaba, sí que había dolido.
     Ella salió corriendo.

—¡P-por favor! —caminé despacio, tomándome de la cabeza. Realmente me veía estúpido.

—¡Auxilio, un acosador! ¡Me está molestando!

—¡No es verdad! ¡Ella me robó algo! 

     Ambos corriamos.
     Ella se metió por entre un pasillo.

     Entré por donde mismo, y al doblar, me recibió un golpe seco contra la mandíbula.
     Solo pude suspirar y caminar hacia atrás.

     Cuando volví a mirar, sus zapatos estaban en el suelo, frente a mí.

     No había nada.

     Pero no era que en serio no hubiese nada.

     La nota estaba entre los dedos índice y medio de su mano izquierda.
     Me miraba fijamente.

—Atrévete a venir por ella.

     Me compuse suavemente, y negué con ambas manos.
—No pienso pelear... Yo te lo pedí amablemente desde un principio... —jadeé—. Necesito sentarme un momento...

—Ah, ya veo.

     Se lanzó a mí, me dio un golpe limpio en la espalda con su codo.
     No necesitó obligarme a doblar mi cuerpo; por inercia lo hice. 

     Después, un golpe al pecho, con su rodilla.

     No; ella no se detuvo con un chico menor como yo. 
     Y de hecho, estaba en lo correcto.

     El dolor punzaba finalmente en mi torso; miré hacia arriba.
     Al menos el cielo estaba muy bonito; morado y rosado... ¿Había atardecido tan rápido?

—Que estos golpes te graben el nombre de Mari Makinami en cada maldito intento por propasarte con alguien común y corriente.

     Claramente, ella no era común y corriente.

     Prosiguió hablando.
—¿Tanto por esta cosa? ¿Qué dice?

     No pude detenerla; cuando subí la cabeza para mirarla, ella ya estaba leyendo.

—Basura —la tiró a mis pies, yo no podía tomarla. Estaba tirado en el suelo, respirando pesadamente.

     Ella se colocó los zapatos en cada pie, y se sacó la camisa de la falda turquesa.
     Se limpió, me pareció increíble que sus lentes no cayeron en ningún momento.

—Gra-gracias... —me retorcí.

—Ni que lo digas. Me largo.

     Intenté ponerme de pie; ella me tomó del brazo y me jaló hacia arriba.
     No pude pronunciar palabra alguna, porque me quejé varias veces.

     A pesar de haberse despedido, me miraba con paciencia.

—¿Estás enamorado de alguien en secreto?

—Tengo problemas más serios que ese, creeme... —masajeé mi brazo haciendo circulos con mi hombro derecho—. Repórtame, me llamo Shinji Ikari.

—¿Eh?

—Repórtame; lo hice mal... —me guardé la nota en el bolsillo.

     Ella alzó una ceja.
—Si que le haces honor a tu apellido, Ikari.

...

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