Notas para Asuka

7: Una incompleta conversación

     Casi llegando a la estación, Asuka se frotó la nariz como si quisiera decir algo.
     No habíamos cruzado palabra después de que buscase confirmar mi nombre con una pregunta de rutina. Para mí, era mejor que no se atreviera a decir nada más, y estaba seguro de que para ella era mejor que yo tampoco lo hiciera.

     Normalmente, en ocasiones de estas, recurro a pensar sobre cualquier cosa que no sea esa mera situación, y me concentro en un objeto, e imagino que cambiamos papeles.
     Todo el rato intenté ser la capucha del paraguas azúl, y que mis ojos miraban a todas partes, menos al camino.

     Sí, es un pobre y muy absurdo mecanismo de defensa y evasión contra personas que no conozco, y que definitivamente, no debería conocer por circunstancias que me hacen sentir miserable, y otras veces, feliz.

     Y pienso que la ayudé porque me sentía culpable.

     Aunque no era mi responsabilidad.
     Me molesté conmigo, y miré al camino directamente con el ceño fruncido.

     No comprendo porqué hago esta clase de cosas tan estúpidas incluso ahora.

     Pero, regreso al momento en el que ella se rascó la nariz para hablar, o algo así.
     Se quedó de pie y se subió una calceta por la pantorrilla.
     Se estaba mojando de nuevo, así que regresé para cubrirla, haciéndome el caballero.

     Aún en su tarea, alzó la cabeza y sonrió.
—Muchas gracias.

     Volvimos al camino en silencio.
     Se rascó la cabeza y yo suspiré mirando en dirección a la calle.

—Lamento si no hablo mucho, realmente no sé qué decir en situaciones como éstas —parecía haberme leído la mente, así que me sentí algo aliviado—. Me han sucedido cosas raras, y me siento muy tensa —soltó una risa bastante nerviosa y cargada de pliegues ligeros en su rostro.

     Asentí y sonreí de lado.
—No te preocupes —respondí tranquilo, soltando el pecho—. Si quieres, puedes hablar.

—Es un alivio que exista gente como tú, sinceramente. Hace falta alguien así de vez en cuando.

—¿Tú crees? —pregunté.

—Claro —me respondió animada—. Normalmente no hablo mucho con las personas. No sé si te has dado cuenta de eso. Les doy algo de miedo.

—Pues a mí no me das miedo —mentí.

—¡Oh! ¿De verdad? —se sorprendió—. Es un alivio...

—Tampoco parece que asustes a Hikari.

—No lo creas, a veces sí. Pero, bueno... No quería hablar de eso. Espero que no te parezca raro que decida abrirme a un completo desconocido.

Eso claramente me ofendió.
—¿Soy un completo desconocido? —le cuestioné, parando en seco.

—¿Tú me conoces, Shinji? —me preguntó después de mirarme directamente por unos segundos.

     Me dejó helado, sin ninguna respuesta.

—¿Ves? No nos conocemos; nos estamos haciendo compañía solamente, pero no significa que no te agradezca lo que estás haciendo justo ahora —levantó el dedo índice, señalando el paraguas—. No me conoces, pero haces algo por mí. Es muy amable.

—Si lo dices así suena mejor —miré al camino de nuevo, y seguimos el paso.

     Esperaba no haberlo hecho mal, pues guardó silencio de nuevo.
     La lluvia se aligeró, y el viento la agolpaba contra nuestros rostros.

     Miré su suéter.
—¿Por qué llevas eso en verano?

     Dirigió la mirada a la prenda, con las cejas altas.
—Ah, me da mucho frío de vez en cuando. Incluso en verano. De donde vengo, el frío es algo común. También puede que sea una costumbre.

—Una costumbre...

—Una costumbre muy mala para Japón —reiteró, y guardó silencio.

     Yo la observé, esperando a que continuara.
     Después de unos minutos, decidí preguntar sobre qué quería hablar.

—¿Sobre qué se trata? —me preguntó—. Es algo poco común.

—¿Cosas extrañas?

—Cosas extrañas en mi casillero.

—¿Se te apareció un demonio ahí? —bromeé, porque sabía de qué se trataba y no quería lucir culpable—. ¿Una mano sangrienta?

     Ella negó sin reírse.
—Nada de eso; es algo extraño, pero que le puede pasar a cualquiera —cambió las cosas de posición en sus brazos—. Alguien me ha dejado notas en el casillero de zapatos —declaró, sin mirarme a los ojos.

     Me recorrió un escalofrío.
     Dudé sobre preguntar.

     Sin embargo, lo hice.
—¿A qué se debe?

—Me morí en su sueño y me lo dijo. ¿Es eso normal?

     Silencio.
—No lo sé.

     Silencio.
—Yo tampoco.

     Y llegamos a la estación.

...