27: Espejos dentro de mí

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     Sostuve entre mis manos la carta que había escrito Asuka. Acaricié el papel, los doblados, y sus letras agolpadas.
     Estaba feliz, por eso lo hacía. Sin embargo, ya se encontraba demasiado maltratada. La había releído tantas veces, doblado tantas veces, y desdoblado otras tantas veces más que no me daba cuenta de que los bordes y las esquinas de los doblados ya habían comenzado a perder fuerza, haciendo que, en consecuencia, un agujero se formara entre los cuadritos de papel ya marcados de manera vigorosa.

     Asuka quería conocerme.

     Asuka quería conocerme a mí. A shinji. 
     Y ni siquiera tuve que pedírselo; ella deseaba hacerlo.

     De verdad que deseaba hacerlo.

     Por supuesto que no me lo creía; por eso tantas veces releí la carta que ella me había escrito. Esa carta era mía. No pertenecía a nadie más. El remitente de todas las notas que comenzaron el tumulto de cosas era yo, y nadie más que yo.
Pero a veces, entre el momento en el que despertaba, o estaba finalmente durmiendo en el duro suelo sin mi futón, me preguntaba quién era S.

     Era parte de mí; era la parte que se atrevía a decir las cosas... A empujones, pero lo hacía.
Sin embergo, Shinji de carne, Shinji de huesos... Shinji, yo, esta persona, no podía mencionar palabra frente a la profesora Misato.
Tampoco podía entablar conversaciones con mis compañeros. 
Nadie podía llegar a mí porque su ayuda me dolía hasta el fondo del pecho; hasta el último pliegue del alma.

     Todo esto era una prueba de lo frágil y obsoleto que soy.
     Por eso una simple carta de una niña caprichosa, que tampoco me parecía tan bonita ni amable, me llenaba de ilusiones. Aunque no lo quisiera, aunque a ella no la quisiera, era la persona que lograba hacerme volver dentro de mí.

     Esa tarde, estaba observando de nuevo a la profesora Misato. Ella seguía su tarea de todos los días: calificar y comprender. 
Ya veía yo a una mujer de edad madura, pensando en sí misma, ¿qué diablos hace intentando arreglar a una persona cuya responsabilidad no cae en ella? 
No lo sé, pensé.

     Nunca sé nada de la gente en su totalidad.

     Por eso me limito a mirar, y a esperar a que el momento de hablar sea el indicado.

     A veces pienso en que soy demasiado precavido para ser un varón; tampoco se trata de que esta sea solamente una cualidad femenina, pero me parece curioso.

     Ya, aún así, no pensaba hablar con la profesora.

     Siguió escribiendo y corrigiendo. Leía y releía, hacía gestos de incomprensión por las respuestas. Hacía ademanes con las manos, cómo preguntándose qué pasaba por la mente de todo su alumnado. 
Era clara: no entendía nada.

     No me sorprendió, porque todos esos trabajos que estaba calificando eran de nuestra aula. De manera conjunta, no sabíamos poner atención debidamente.
     No se nos enseñó cómo.

     Revisó la actividad de Kensuke, después la de Tōji. 
Kensuke sobresalió entre los demás, mientras que Tōji se quedó en el promedio. Cuatro papeles después estaba Hikari, quien también salió algo destacada.
     Luego, estaba yo.

     Miré mi nombre y me congelé.

     La profesora Misato sonrió.
—¡Ajá! Ya llegamos a la mejor parte. No creo que hayas salido tan mal; eres muy serio, así que supongo que supiste qué responder en todas las preguntas —me dirigió una mirada amistosa—. No seré tan cruel, ¿estás de acuerdo?

     Sentí que la miré como si no entendiera.
     Ella alzó las cejas, atendiendo a las respuestas en el papel.

     7 negativas, 13 positivas.
     Calificación: 7.

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