26: Y liberado del mundo

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     Mi cabeza sonaba como la estática de un televisor viejo. Sintonizando la señal de los demás.
Nunca me había dado cuenta de lo lejos que estaba de las personas que me rodeaban.
     Sus risas, sus carcajadas, las bromas del maestro, las bromas de los chicos a las chicas y viceversa. ¿Por qué al estar tan deprimido, es como si hablaran otro idioma?

     Yo de verdad quería que me explicaran el chiste.
     ¿Por qué no entendía lo que antes me parecía gracioso en extremo?
     ¿Qué lo hacía tan diferente? Eran los mismos chistes, las mismas personas contándolos. ¿Es mi culpa?

     ¿Es que esta persona que no comprende soy yo?

     Miré alrededor, barriendo con la mirada a todo el mundo.

     Se veían en blanco y negro, había interferencia entre los momentos en que alguien decía algo, y otro decía otra cosa. 

     Estaba disociando.

     Mirando al suelo, ahí me encontré de nuevo con esa sensación.

     De nuevo, estática. Era como si rebobinaras una cinta una y otra vez en tu cabeza, y de manera interminable, la videocasetera comenzara a escupir los metros y metros de cinta que dentro llevaba. 
Más tiempo pasaba, más cinta había regada por el suelo. Fueron creciendo, de poco en poco, los montones de imágenes vividas. Fueron cubriendo la pantalla, o mis ojos, y de poco en poco me tragaron vivo hasta el fondo. 

     Eran cálidos. Eran suaves.

     Eran un cobijo después de tanto sufrimiento.

     Me giré hacia la luz de la ventana.
     Tiernamente pintaba las mesas; verla pasearse de esa manera tan dulce me hizo verme al borde del llanto. 
     A lo lejos, elevándose a la distancia, había un cúmulo de nubes regordetas y grises. Iba a llover esa noche. 

     Un consuelo.

     Iba a poder pasar la noche llorando sin sentir miedo a que mi padre me escuchara. ¿No es ese un consuelo un poco estúpido?

     Seguí observando, hasta que llegó la hora de irnos. Pronto vi a la profesora Misato entrar dentro del aula, y conversar con mi profesor en turno. La verdad es que no escuché mucho.
     Me encogí entre mis hombros y me protegí del ambiente.

     Dirigí la mirada a mis amigos, o los que muy buenos fueron hace un tiempo. Me sentí agradecido de que me miraran sobre el hombro por un instante.

     Aún seguía ahí, dentro de ellos.

     Un momento después, escuché a Asuka conversar con Hikari. Ambas guardaban sus cosas en sus bolsos, y se reían de tonterías que habían pasado justo antes de que sonara la campana. 
     Y sucedió algo.

     Creo que un milagro; un pequeño milagro.

     Una lucecita extraña, que sentí que si la tomaba, iba a reventar y no regresaría nunca.

     Asuka pareció recordar algo de repente. Dio un salto sobre su lugar, y Hikari se detuvo justo cuando notó el cambio repentino en su amiga.
Con las manos pálidas, Asuka revolvió todo el contenido en su bolso, y mirando hacia distintas partes, mientras todos se distraían, sacó un pequeño espejo y un lápiz labial.

     Ella nunca había hecho eso.

     O al menos, no lo había notado.

     Sentí que ese momento fue mío, y preferí no tocarlo. Así, brillaría por si mismo y no se modificaría.

     Tan pronto pasó eso, se esfumó por la puerta.
     Todos se fueron; el día había terminado para todos.

     Pensé en sus familias, sus hogares, sus mantas y lámparas. Pensé en ellos comiendo felizmente.
     Lo pensé, lo reitero, porque para mí no parecía real.

     ¿Es eso normal?

     ¿La gente realmente vive tan feliz?

     Mis memorias de esas cosas, antes de deprimirme, eran o parecían haberme sido implantadas por alguien. Parecían recuerdos de otra persona, como cuando pensaba en el rostro de mi madre, o en las veces que papá me dijo que me quería.
     Sonaban diferente, no eran las voces de ellos.
     Tampoco era mi rostro el que recordaba.

     Eran de otra persona.

     Mientras permanecía rumiante en mi asiento, la maestra Misato me saludó tímidamente con una de sus manos. La ladeó de un lado al otro con rapidez.
     La observé sin sentir nada.

     Tomó asiento frente a mí. Volteó uno de los pupitres para que quedara de frente al mío.

—Así, estaremos a un nivel similar... —habló en un tono frágil y sútil. Fue como escuchar al agua cuando te encuentras dentro de ella. Silencio, chispas, burbujas—. Creo que sabes a qué he venido hoy aquí, y por qué estaré los siguientes días contigo. ¿No es así?

     No la podía mirar a los ojos. Mis pupilas no se movían de mi mesa.

     Ella permaneció en silencio. Sentí que el momento que había pasado con Asuka se me esfumó entre las manos. No como agua, sino, como humo... Se convirtió en aire, y se fue lejos. Se convirtió en una nube que me acompañaría en mis lamentos dentro de unas horas.

     Tenía muchas ganas de llorar, además de que no quería hablar. Si abría la boca, sentía que rompería en un llanto terrible. 

     Mi garganta lastimaba, mis ojos ardían. 

     Al no obtener respuesta, se inclinó hacia atrás en su asiento.

—Shinji, ¿puedes oírme?

     Otra vez no respondí. No podía moverme ahora. 
     Realmente iba a llorar.

—¿Estás bien?

     Quise tomar mis cosas y salir corriendo del aula. Sentí mis músculos tensarse, listos para huir de donde estaba.
     Solo fue un momento, porque el recuerdo del dolor que los golpes de mi padre me causaban me tensó aún más, y ya no podía hacer nada.

     Estaba a la deriva.

     Estaba... Vaya, estaba solo.

     Seguí mirando a la nada. La maestra Misato continuó mirándome por unos minutos más. 
     No sé si sentía lástima de mí; si sentía misericordia. Tal vez, asco. Repulsión.

—Si no quieres hablar, no hablaremos —me respondió luego de un rato. Sacó un montón de hojas de su bolso, y comenzó a revisarlos.
     Verla ahí y no poder hablarle me causó una impotencia destructiva. 

     Estuvimos cerca de dos horas manteniendo la dinámica de silencio.
     Me dejó ir a casa; hice una reverencia tan grande como pude y salí corriendo a quitarme los zapatos. 
Al agacharme para quitármelos, me invadieron de nuevo las ganas de llorar y quedarme ahí.

     Apuré la velocidad, pero me detuvo algo.
     Una incertidumbre.

     Una pequeña espina dentro de mi cabeza; no de mi corazón, no de mi alma.
     Algo dentro, muy en el fondo, de mi cabeza. Eso era el casillero de Asuka. Decidí revisar mis costados y aventurarme de nuevo. Jalé la manija con cuidado y observé su interior. A pesar de la oscuridad dentro del cubo, se notaba la blanca textura suave de un papel finamente doblado.
No estaba doblado a mano; definitivamente no se veía como un trabajo artesanal. Eso era un doblado industrial, preciso, bien hecho... Parecía tosco.

     Ya no era una nota. Ahora estábamos hablando de cartas.

...

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