6: Nada más

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     Ha llovido de nuevo. Las gotitas se agolparon contra las ventanas de la escuela, y le daban un aspecto azúl al aula de clases.
     La atmósfera me recordó bastante a cuando era un niño, y, en casa, todo se quedaba en silencio al comenzar el  vagar del azúl por los muebles.
     La sala, la pintura, las ventanas, el suelo.

     Como si se llenara de agua; o como si hubiese cargado el mar hasta el rellano de la casa.

     Pero éste era un océano diferente y silencioso, cuyas olas jamás chocaban contra nada, y la arena no se me metía entre los zapatos.
     Era un momento simple, y quería recostarme de mejillas contra el suelo, e imaginar que buceaba entre los rincones... Debajo del sofá, de la disquera, o de la televisión; y en la escuela, eso mismo deseaba hacer sobre el suelo del salón.

     Me pregunté qué se sentiría estar allá abajo, y observar a Touji y a Kensuke desde ahí. Estirar los brazos lo más que pudiera para tocar el techo, y carcajearme porque no podría alcanzarlo nunca.
     Momentos y cosas simples. Nada más.

     Y claro, me lo seguí preguntando conforme continuaba tomando la clase.
     De vez en cuando miraba a la dirección en la que se encontraba Asuka, y me removía ansioso en mi asiento.

     Y la campana sonó.

     Guardamos, aseamos, y no me fui. Yo realmente quería saber qué se sentía recostarse en el suelo de la escuela y nada más que eso. Que se tornara de azul cada esquina del lugar, y respirar ese aire marítimo tan etéreo e imaginario que ansiaba revivir de nuevo.

     Primero, me senté en la mesa y debatí contra mi propia cabeza los pros y los contras de cometer un acto tan extraño como ése.
     Se me puso la piel de gallina cuando sentí una corriente de aire, y escuché pasos provenientes del pasillo. 
     Si alguien me descubría, me arrancaría el rostro con mis propias manos y huiría de la escena tan catastrófica y estúpida para jamás mencionarla de nuevo.

     Me armé de valor y planté el trasero en el suelo para continuar pensando muy profundamente en todas las cosas que sucederían si alguien me descubriese ahí.

     Cerré los ojos.

     —Sólo una vez —me susurré para mí, y fui recostándome sobre el suelo poco a poco, hasta que mis brazos sintieron el toque frío de las laminas, y mi cabeza golpeó hueco en el espacio.
     Todo se veía más grande, más lejano.
     Me sequé el sudor de la estación, y estiré los brazos hacia ambos costados. Suspiré ante la sensación de la corriente de aire que se colaba por debajo de la puerta.

     Otra vez me sentía feliz.

     Bostecé y me giré para acurrucar una mejilla sobre el suelo. 
     Volví a cerrar los ojos y sonreí para mí.
     La sensación no podía igualarse, lo juro. 

     Abrí los ojos, y observé por encima de mí de nueva cuenta; estirando los brazos y alzando mi torso a medias.
     Me mareé, y tardé en reconocer donde me encontraba. Me levanté a la mitad lo mejor que pude, y me encontré con una pequeña bolsa redonda y de plástico duro, dividida en dos partes perfectamente a la mitad: blanco y rojo.

     Me recosté de nuevo, y la atraje hacia mí con mucha pereza.
La acaricié y pensé. Nada más.

     Y sí, nada más.
     Porque nada más pasó después de que Asuka entrara buscándola y me sobresaltara. Su rostro se veía determinado, pero conforme se acercó, se suavizó.

     Mi corazón latió hasta los tímpanos de mi conciencia.
—¿Has visto una bolsa de color rojo y blanco? —me preguntó mirando hacia todas partes, meneando la melena pelirroja cual cometa.

     Me incorporé, haciéndome el idiota. Le estiré el pequeño bolso con una mano mientras me limpiaba el uniforme.
—Justo la encontré.

     Sonrió a lo grande y asintió.
—¡Ahhh! Ya era hora, pensé que la había perdido —la tomó entre sus manos—. ¡Muchas gracias! Hasta luego.

     Y se esfumó por la puerta, y nada más.

     Me dije que no era tan mala como lucía.
     Me sorprendió que nuestro primer acercamiento fuera tan tonto y simplón —por no decir, como yo—, pero al menos, había hecho algo bueno por ella.

     Ya incorporado, tomé mi maletín y el paraguas, dirigiéndome a los casilleros.

     Sin embargo, ella seguía ahí, y buscaba algo.

     La sangre se me heló.

     Mis músculos se tensaron, abrí los ojos como platos, y no me dije nada que no fuera: sal de ahí. 
     Sinceramente, desconozco si ella volvió a responderme; la última nota que le envié lucía como un fin decente y un buen entierro a la situación, pero verla ahí esperando otra me causó una náusea nerviosa.

     Al menos no me preguntó nada sobre la estupidez que había cometido en el salón, cosa que también me pareció extraña.

     Me oculté detrás de otro anaquel de casilleros y parpadeé varias veces deseando no encontrar a nadie más que fuera a llamarme, oprimiendo mi pecho por nervios.

     Puse atención: una puerta se cerró, y unos pasos rechinaron sobre el suelo de la entrada.
     Froté mis brazos y comencé a rezar: se habían detenido a la mitad.

     Fui por el otro lado.
     Siendo más exacto, en sentido contrario, pasando por la derecha.
     Saltaba de pasillo a pasillo, abriendo lo más que podía las piernas.

     Escuché de nuevo, y se fue hacia otro lado. 

     Corrí para ponerme los zapatos lo más rápido que pude, y los lancé dentro de su lugar.
     Me odié por haber elegido calzado con agujetas, porque tuve que agacharme y mi concentración era nula. Bufaba como un cerdo molesto y respiraba agitado.
    
     Para mi sorpresa, la puerta no había sido cerrada. Me levanté aturdido y la cerré de golpe.

     Volteé a mi izquierda, y se encontraba Asuka mirándome desde esa dirección, a la lejanía. 

     Estaba empapada en lluvia, y para mi suerte no llevaba paraguas.
Y para su suerte, yo sí.

     Y nada más.

     Tenía una mirada de perrito bastante conmovedora. Alcé las cejas para hacerme el sorprendido.
     Iba a hablar, pero la lluvia volvió a romper contra el techo de la escuela y me interrumpió.

     Se acercó acomodándose el maletín en el hombro, y luchando contra un suéter naranja que cargaba en brazos.

—Perdón por buscarte, pero, ¿a dónde vas? —señaló con sus pupilas mi obvio paraguas azúl.

     La miré y tragué seco.
—Abajo, a la estación.

     Sonrió de nuevo y volteó a la calle.—¿Puedo acompañarte?

     Sus palabras me asustaron, pero abrí el aparato en señal aprobativa.

     Tímida, se acercó a mí.

—Shinji... ¿Verdad? —me preguntó al salir de la escuela junto a mí, y nada más.

...

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