28: Coping mechanism

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     Los días se escaparon entre mis dedos como un montón de hilos que hacían presión contra mi carne. Me quemaban, rompían y abrían heridas que yo pensaba que habían sanado.
Dolía tener que esperar tanto para que llegara el día de conocer a Asuka.
Aunque, desconocida mía no era, porque la había tratado poco, pero permanecía esa interacción entre nosotros dos.

     Sabía de ella muy poco, pero bastante a comparación de los demás, quiénes la conocían de manera superficial.
     Sin embargo, a pesar de eso, yo no sabía quién era ella.

     Eso tiene sentido cuando piensas que realmente no importa si conoces los secretos de una persona; su identidad es una parte fundamental de lo que se oculta. Por eso mismo la conocía, pero no al mismo tiempo.
Ignoraba cosas de ella, sus reacciones, sus formas de ver el mundo y su capacidad. Por eso, por ese simple hecho, yo no conocía a Asuka.

     Y por eso, también, ella no me conocía a mí.

     Asuka permanecía como una interrogante profunda dentro de mi mente. Iba y venía, haciéndome pensar en las mil y un formas que podríamos conocernos "por vez primera".
     Podría molestarse, podría llorar, podría salir corriendo, podría abrazarme fuertemente; todo era posible si pensaba en su semblante neutral cuando ponía atención a la clase.

     Todo se volvía directo a ella, y se convertía en la estrella para todo el espectáculo de un día escolar común y corriente.

     Con ese mismo pasar de los días, vi en ella sombra de ojos mal puesta, máscara de pestañas que se pegaba a sus ojos, y lápiz labial que terminaba siendo un aro alrededor de su boca debido a la despigmentación.
     Cosas de chicas que comienzan a experimentar con maquillaje, y después, no saben qué más hacer.

     Habíamos acordado vernos durante las vacaciones de verano.
Más específicamente, una semana después de que comenzaran dichas vacaciones. Hablamos de un fin de semana; un domingo caluroso y húmedo, bastante sofocante.

     Apenas era el tercer día desde que habían comenzado las vacaciones, y lo único que podía hacer, además de mirar hacia el techo y extrañar mis objetos preciados, era salir de casa.
Lo digo de manera precisa: las vacaciones siempre significaban, para mí, una constante señal de alerta.

     Estar en casa significaba darle gusto a mi padre en cuanto a obligaciones y limpieza; necesitaba verme ocupado, sino, recibía un firme castigo.
     Aunque castigado ya estaba, de cualquier forma, tenía que mantenerme a raya como normalmente lo hacía. Realizar mis tareas, realizar la limpieza, darme un baño, llorar un poco, pensar en mucho, y salir corriendo antes de que llegara.

     No importaba realmente cuanto tiempo tuviese de vacaciones; no importaba si se trataba de una simple semana, o tres meses enteros: yo hacía lo posible por escapar de casa e ir a jugar un rato con Kensuke y Tōji.
Sin embargo, esos días no regresarían. Ellos ya habían marcado su vasta línea frente a mí, y no me encontraba de ánimos casi nunca para enfrentar lo que conllevaba rehacer un lazo roto.

     Era demasiado trabajo para una sola persona.

     Demasiado atrofiante.

     Repetía una y otra vez que estas vacaciones serían diferentes; eso se debía a que existía en mi habitación una ausencia de objetos, y había conocido a Asuka, Rei, Mari, al chico extraño del hospital, y de manera más personal, a la profesora Misato.

     Dos buenos amigos fueron intercambiados por cinco completos desconocidos con los que me enredé.
Y aún con todo lo sucedido, mi padre me lanzó un balón de basquetbol a la cara el lunes por la mañana.
     Que hiciera algo de provecho al menos una vez en la vida. Supongo que eso quiso decirme sin tener que hablar o mirarme a los ojos.

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