22: Yo, consecuencia

198 26 3
                                    

     Ni siquiera podía sentir mi cuerpo.
     Disasocié.

     Desconecté los cables de mi cerebro. Los coloqué de nuevo en su lugar.

     Lo juro. Todo estaba perfectamente en orden.

     Desayuné esa mañana; me di un baño. Me coloqué el uniforme como siempre lo hago, los zapatos me los puse al final. ¿Estoy diciendo o contando mal la historia? ¿En realidad la estoy contando mal?

     ¿Hubo un error en ella?

     ¿Dónde fue? ¿Acaso cuando comencé a contarla?

      Llegué al hospital. Ella estaba recostada en la camilla, con la mirada clavada en el techo.

     No murió.

     Eso no me alegró, pero tampoco me hizo sentir miserable. Sólo fue algo que noté fuera de la línea; algo que simplemente me limité a saber porque lo vi con mis propios ojos, y la impresión no tuvo espacio en mi cuerpo. 

     Es que, a decir verdad, no sentí nada.

     Nada.

     Nada.

     Nada.

     Rei me miró.

     Sus ojos estaban vidriosos; agotados. Sin embargo, su ceño permaneció tranquilo. No hubo gesto en sus cejas o boca que me hiciera desear dar la vuelta y correr.

     Pero verla... El hecho de verla ahí...
     Que no me hiciera sentir nada.

     ¿En qué me convierte? ¿Eso qué me ha hecho volverme? 

     ¿Qué he sido ahora? ¿Qué ha sido de mí?

     ¿Quién es la persona que puede ver a su compañera sufrir sin sentir dolor alguno? Más bien, lo explico mejor, ¿quién podría siquiera presenciar una escena como la que vi y carecer de emoción alguna?

     ¿Por qué tendría que ser yo la respuesta a eso?

     Cerré la puerta tras de mí, y caminé lentamente. Metí las manos a mis bolsillos, con la cabeza gacha, esperando escucharla hablar.

     La miré de soslayo.

     ¿Tenía qué hablar yo? No sabía qué hacer. 
     Cualquier opción me parecía demasiado. Me parecía errónea, caduca, una equivocación.

     Algo tenía qué decir. ¿Y qué se dice cuando se causa demasiado dolor a alguien ajeno? ¿Basta solo pedir perdón? ¿Basta con decirlo? ¿O es mejor hincarse y llorar en el suelo? ¿O no hacerlo nunca?

     Yo, hablando demasiado.

     Son las cosas que odio de mí. 

—Me odio —le dije—. No sé qué estoy haciendo.

     Rei me miró de manera analítica. Era como si pensara a través de sus ojos y los míos. Sus pupilas abandonaron su color y se convirtieron en millones de letras... Esa manera de mirar ya la había visto antes.
     La había visto en una pintura.

     Era esa misma mirada del ángel caído. Esos ojos enrojecidos, que tan pronto me escucharon, comenzaron a llorar. La silenciosa ira cobrando espacio dentro de Rei; el resentimiento rasguñando sus párpados, haciéndola llorar como una niña. 

     La niña que sabía que yo tenía razón, y que la había lastimado tanto, que no podía hacer nada más que mirarme.

     Esa es; esa fue... Que su única mano libre pudo apretar el puño, intentando contener todo lo que tenía dentro de ella. 

     Eso duele.

     Sí; me duele.

     Siento algo; eso duele. Duele mucho.

     Y quise que siguiera mostrándome esa faceta suya, para entender que ambos eramos estábamos siendo humanos en ese momento. 

—¡Me odio mucho, lo siento! ¡Lo siento Rei! ¡En serio lo siento, discúlpame!

     Apretó los dientes, y respiró por entre ellos. 

     Era el sonido de la filosa respiración del dolor; del ardor, de lo que quemaba muy dentro. Había estado aguantando todas esas horas, o días, o semanas para llorar.

     Todo el tiempo que consumí, ella lo soportó.

     Me acerqué y me puse justo frente a ella.

—No sé qué siento, Rei... Pero sé que me disculpo de la manera más sincera que puedo. ¡Me duele verte así, y haberte hecho esto! ¡No sé qué estoy haciendo! —me tomé de la cabeza—. ¡No sé qué te estoy haciendo!

—¡Estaremos a mano! ¡Estaremos a mano! —me respondió en un tono autoritario—. ¡Yo tampoco puedo soportar la maldita culpa de cargar con todo! ¡Yo encubrí todo lo que pasó! ¡El accidente en la escuela fue también mi culpa! ¡Yo lo supe siempre, supe quién fue!

     Sin más, lo soltó.

—¡No hablaba de eso!

—¡Pero todo ha tenido qué ver aquí! En todo esto, ha tenido que ver... ¡Estoy cansada de cargar con tus malditos problemas, y todavía soportar todo esto que tiene que ver con el accidente! ¡Los casilleros, las ventanas rotas, toda la escuela! ¿¡Crees que eres el centro del mundo!?

—¿¡Qué!?

—Crees que lo eres... Sólo quiero ser mejor, mejor que antes... Y ahora, ¿esto es lo que obtengo? —señaló con sus ojos su brazo roto, sus piernas bendadas, y el yeso en su pie izquierdo—. ¿¡Cuándo será suficiente!?

—¡No puedo responderte!

—¡Yo tampoco puedo responderme! ¿¡Ves el problema!? Ahora has venido hasta aquí, no sé por qué ni para qué, si solo estás colmando mi paciencia.

—Yo no te pedí que me contaras todo eso que sentías.

—Yo tampoco te pedí que me contaras absolutamente todo lo que sentías, pero lo hiciste. Es mi turno de jugar un poco también. ¿¡Es eso justo para ti!?

—¿Qué es justo para mí? —pregunté—. ¿Acaso yo lo sé?

—No lo sabes. ¡Ni lo sabrás! ¡Pude haber muerto intentando salvarte! ¡Pude haber muerto intentando ser buena con los demás! ¡Sólo quise mantener a todos a salvo!

—¡Tu trabajo no es proteger a nadie! ¡No tienes porqué salvar a nadie! ¡Tú tampoco eres el centro del mundo!

     Se estiró. Me dio una bofetada sorda.

     Yo, quién la hizo gritar.

     Yo, quién la hizo sufrir.

     Yo, a quién quiso salvar.

     Yo, su consecuencia. 

—Todo es tu culpa, Shinji. Siempre te estás metiendo en problemas, y quiero ayudarte... Y es culpa de Asuka, por haber hecho todo lo que hizo, y también de Kaworu... Todos ustedes son unos malditos enfermos... —se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano— Y yo solo quiero ayudar...

     Rei realmente solo quería ayudar.

...

Notas para AsukaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora