Clara (Ezarel)

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Hoy, martes, llegué a casa a eso de las 21:30.

Era una casita baja, vieja y de un azul oscuro, que en la noche (y en el día también) quedaba completamente opacado por el color chillón e irritante de las casas de los vecinos. Lo único que advertía su presencia eran las luces que salían por las ventanas, a veces solo se veía la de la cocina, a veces la de la sala, a veces ambas.

Me dirigí al portón de fierro pintado, que chirrió cuando lo abrí para pasar.

Llegué hasta la puerta de madera tallada, color blanco y cerradura gastada. Saqué la llave igual de vieja de mi bolsillo, la coloqué y abrí.

Junto al alarido de las bisagras llegó el olor a tuco, que fue responsable de recordarme lo hambriento que estaba.

En poco tiempo pude ver la cabeza de mi compañera asomarse por la cortina que separa la cocina de la sala. Una faelinne de piel oscura, opaca y ojos grandes de color café. La  mandíbula angosta resaltaba los labios gruesos; y el pelo lacio y negro caía sobre sus hombros hasta el vientre, siendo la oreja lo único que le impedía cubrir el rostro.

—Llegaste temprano —fue lo que dijo nada más verme. Los ojos se le entrecerraron en un gesto inquisitivo, a lo que respondí:

—El cuarto C se coordinó para faltar y el director me dejó salir antes —dije a la vez que colgaba el portafolios en el perchero.

—Está bien —contestó y desapareció a la cocina.

Me fui a la sala y tumbé en el sofá, estaba agotado, el tercero A me había aturdido de tal manera que los oídos me zumbaban, y aún podía oír a Guillermo gritando. Odio a Guillermo.

Luego el segundo B, el grupo no tenía nada de malo, el problema era una alumna algo alta, de ojos violeta y el pelo castaño cobrizo. Me recuerda levemente a Erika, mi amor de por vida, pero la chica es una altanera soberbia, y basta con que respire para darme cuenta que no es mi princesa y se me pase la idiotez.

Esto de ser profesor es matador, sin contar que me pagan menos que cuando era jefe de guardia, y que los jóvenes son unos metiches del demonio que solo quieren saber que pasa en mi vida personal. Solo hay unos 5 o 6 alumnos que me caen bien.

—¿¡El tuco con arroz o con fideos!? —gritó Elia desde la cocina.

—¡Fideos! —exclamé en respuesta y volví a ahogarme en mi miseria.

Hace ya 6 años había dejado el C.G, 7 años desde la muerte de Erika, y no hay nada que me duela más que eso.

Saqué mi billetera, y de ella un pequeño retrato que tenía de la que alguna vez fue mi chica. Era en blanco y negro, sin contar que era bastante pequeño, pero se la veía bien, la representación de sus ojos en el papel habían adquirido el brillo de los reales, y eso me ponía muy nostálgico.

Aún no puedo creer que me haya ido del cuartel, pero era por mi bien emocional, hasta Ewe me lo había dicho, si no me iba caería en la depresión o en la demencia, o en ambas.

Pasé la mano por mi rostro, intentado discernir mis emociones y encarcelar las —supestamente— necesarias pero dañinas.

Ahora debía seguir trabajando. Saqué una pila de exámenes a corregir, comencé a leerlos y poner los puntos que le correspondía a cada uno. A un tal Joseph le puse 1/10 porque se me tenía prohibido poner ceros.

Ya había corregido a unos 20 alumnos cuando escuché a Elia gritar «A COMEEEEEEEER». Dejé los exámenes en la mesa de la sala y me senté en la barra a degustar el plato más terrestre que otra cosa, pero delicioso.

Comí callado, tal vez más que de costumbre, o tal vez se me notaba más deprimido, patético y amargado de lo normal, tal vez ella había desarrollado telepatía y no me lo había dicho, tal vez fue mero instinto femenino (de ese que muy pocos hombres desarrollan), pero Elia dejó el tenedor tras el segundo bocado, apoyó los codos en la superficie plana y gris para finalmente entrelazar las manos.

One Shots de EldaryaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora