Capítulo 31; Perfección

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Mis sentimientos eran tan complejos como un nudo gordiano cuando de él se trataba, imposibles de descifrar.

Maldije internamente y me recriminé a mi misma por ser tan tonta, por haber tenido miedo.

Había echado todo por la borda por un tonto miedo.

El pasillo solo y frío no ayudaban a mi ánimo, había arruinado todo.

Empecé a pensar en cómo lo podrías arreglar, hasta que, sin necesitar de observarlo pude sentir su presencia.

–¿Me estás buscando, guapa?

Su voz ronca sonó detrás de mi oído, erizándome la piel. Pude sentir la tentadora calidez que producía su cuerpo, invadiéndome lentamente.

Con solo esas cuatro palabras mi corazón se desbocó, igual que un caballo salvaje queriendo ser domado.

El muy desgraciado lo había planeado todo, me quería torturar por haberlo dejado de esa manera, por haberlo avergonzado.

Éramos como el gato y el ratón, y de vez en cuando cambiábamos de rol.

Jugábamos, era lo que hacíamos.

Lo que siempre hicimos.

Pero nunca me importó, ya que por más que me intentara alejar no podía, un extraño magnetismo me atraía y no  me dejaba ir lejos de esos adictivos ojos.

De esos centelleantes ojos llenos de vida.

Lejos de ese olor hipnotizador.

Posó sus manos a los costados de mis caderas, como la vez del karaoke, y se acercó más a mí. Me sentí más acalorada, estábamos pegados el uno al otro.

–Esta vez no te vas a escapar –me atrapó la cintura dándome la vuelta lentamente, generando un poco de espacio, para después soltarme.

Me decepcionó el dejar de sentir su tacto sobre mi piel.

A pesar del espacio seguíamos cerca, tan cerca que con solo un simple movimiento de cualquiera de los dos nos uniríamos.

Respiré vagamente, el rubio no despegaba su mirada de mis ojos, estaba fascinado, se adentraba en ellos de tal manera que sentía que llegaba a observar mi alma.

Su interés genuino y su completa hipnosis causaban que ni siquiera pudiera recordar mi nombre.

Lo observé con detalle.

Su boca decorada con ese par de labios sinuosos. Su nariz aguileña un poco chueca justo en el huesito del puente. Su delineada y fuertemente marcada barbilla.

Me grabé toda su cara, cada centímetro de ella.

Sin romper el contacto visual, sus manos se empezaron a mover. Se deslizaron delicadamente desde la punta de mis dedos anulares, recorriendo por mis antebrazos y codos hasta llegar a mis hombros.

Su tacto quemaba a pesar de que llevara ropa encima.

La mirada hambrienta que transmitía junto con sus pupilas dilatadas hacían que las piernas me fallaran, que no pudiera responder. Estaba segura de que en cualquier momento me iba a desmayar.

Mis pensamientos se desvanecieron totalmente tan pronto las yemas de sus dedos tocaron mi clavícula, piel con piel, para después ir subiendo tentadoramente por mi cuello.

Di un paso, cerrando el pequeño hueco entre nosotros. Su pecho pegado al mío.

–Demonios, me moría por hacer esto –murmuró con una voz sensual, ronca antes de apretarme suavemente la garganta, inclinando mi cabeza hacia atrás con ambos pulgares.

Yo no podía articular palabra.

No despegué mi mirada de su voluptuosa y perfecta boca mientras descendía su rostro sobre el mío. Cerré los ojos cuando estaba a milímetros de distancia, ansiando su tacto y después de lo que me pareció una eternidad, ocurrió.

Sus labios se posaron sobre los míos haciéndome perder la cabeza, de una manera dulce y sensacional.

Nos movimos con gran agilidad causando una fricción de lo más deliciosa. Sentí escalofríos de pánico e inmenso placer, de adrenalina y debilidad. Sentí todo a la vez.

Era perfecto, los labios suaves, pero algo rugosos, el beso lento, pero lleno de pasión, lleno de las ganas que teníamos el uno por el otro.

–Si –jadeé contra su boca, rompiendo el contacto después de un tiempo.

Coloqué una mano sobre su firme pecho mientras colocaba mi frente contra la suya. Esa vista, esa sensación, se quedaría conmigo por siempre.

Su corazón latía tan fuerte como un martillo e igual de rápido que el mío. Un rastro de emoción me invadió al entender que yo era la causante de ese ritmo agitado dentro de él, al entender que estaba así por mí.

–¿Qué? –gimió confundido mirándome a los ojos, estaba igual de aturdido que yo, igual de afectado por nuestro contacto.

Ese sonido, esa pregunta, ese gemido, era lo mejor que había escuchado en toda mi vida.

–Viernes...  a... las... ocho –murmuré descontroladamente. Su respiración agitada me causaba ligeras cosquillas que solo me encendían más –. Mi... casa.

Una enorme sonrisa se apareció en su rostro, derritiéndome de nuevo, y antes de que pudiera decir otra cosa volvió a estampar nuestras bocas.

Aunque esta vez fue más osado, más ansioso, con más deseo, con más lujuria.

Cerré los ojos y me pegué más a él, rodeando su nuca con mis brazos mientras él bajaba su mano izquierda a mi espalda, atrayéndome. Ambos parecíamos tener la imperiosa necesidad de eliminar cualquier espacio que nos separara.

Me sentía en las nubes y en la tierra, en el cielo y en el infierno.

Nuestros labios se movían al compás, con la misma sincronía que la de una sinfónica. Nos movíamos como si estuviéramos diseñados con el único propósito de besarnos hasta el fin de nuestros días.

Ejercí más presión mientras el rubio pasaba su lengua por mi labio inferior, acariciándolo sutilmente. Era alucinante, eternamente alucinante, sentí que estaba a punto de estallar, a punto de explotar.

Sentí que no había nada más en el mundo que no fuéramos él y yo, como si estuviéramos en nuestra pequeña burbuja.

–Conmigo no basta que huyas –dijo entre tibios jadeos –. Si de verdad quieres deshacerte de mí tendrás que esforzarte más, guapa.

Volvió a juntar sus labios con los míos mandando una corriente de calidez por todo mi ser.

Hoyuelos era un hoyo negro que me arrastraba a su centro asfixiando cualquier pensamiento coherente, llevándome a la exquisita y suculenta locura.

–Porque cada vez que huyas yo iré tras de ti y te buscaré hasta encontrarte.

Y ahí en medio del beso más espectacular de mi vida, en medio de un tornado en un pasillo pobremente iluminado, aseguré una teoría que tenía miedo de aceptar.

En medio de sus labios, me di cuenta de que ya no solo se trataba de una simple misión.

Se trataba de la perfección en medio del caos.

Se trataba de él y esos coquetos hoyuelos.


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Colisión InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora