Epílogo

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Dicen que el oído es el último sentido que perdemos al morir.

El caos, el llanto, los lamentos.

Que tu último respiro lo das antes de dejar de escuchar.

La brisa, el olor, la desgracia.

Que solo la eterna melodía del mundo te acompaña hasta el final.

Espero que sea cierto.

Ya que por mucho que me duela admitirlo, esa sería la única forma en la que él pudo haber oído el único te amo que salió de mi boca.


Marzo 2021

No soportaba esa realidad.

Esa en la que no escuchaba su voz, ni aspiraba su perfecto aroma al tenerlo cerca.

La realidad en la que no tomaba mi mano, entrelazando nuestros dedos cuidadosamente mientras caminábamos por las pequeñas calles del centro de Faribault.

Ni me acariciaba el rostro al despertar junto a mí, o arreglaba mi cabello justo antes de unir sus carnosos labios con los míos, llevándome a un estado de locura.

No soportaba la miseria que vivía repitiendo sus últimos momentos, recordando el sonido de sus latidos amainarse lentamente y sus ojos apagarse.

Estaba de regreso en San Diego, recostada sobre mi cama mirando el techo, y apretando los labios fuertemente, evitando que mis ganas de llorar aumentaran.

Pero como ya era normal en los últimos días, fallé, y mi control se desvaneció, al igual que yo lo había hecho cuando vi su pecho cesar de respirar.

El llanto se apoderó de mí al recordar como observé la vida ser consumida dentro de él, dejando de mí una existencia vacía, sin sentido ni arreglo después de que arrancaran una parte de mí al arrebatármelo de esa manera.

No se me había permitido ir al funeral, la misma noche de su muerte había dejado el pueblo por órdenes del jefe, y ni siquiera di pelea.

Después de perderlo ya no tenía nada por lo que pelear.

Desaparecí sin despedirme, sin decir palabra alguna, era como si hubiera sido solo un hechizo y en el momento en el que el mago lo ordenara, la ilusión se acababa.

Me di la vuelta, recostándome de lado, apoyándome sobre mi lado derecho y aferrándome a las sábanas con fuerza mientras me dejaba consumir.

Hacia meses que no dormía más de cuatro horas seguidas y cuando lo hacía era gracias a las pastillas que me daban mis hermanos, decían que era mejor que estuviera dormida.

Nunca supe si se referían a ellos o a mí, pero no me importó.

Por lo menos en los sueños podía imaginar que estaba conmigo, podía imaginar que no lo extrañaba, que no añoraba tenerlo a mi lado.

Pero cada que despertaba, desaparecía y eso lo hacía peor.

Al abrir los ojos y no encontrarlo, dolía más.

Me dolía todo.

El alma, el pecho, los recuerdos y el corazón.

Seguir queriéndolo no tenía sentido, como alguien persiguiendo un tren, una ensoñación, que aunque sabe que no lo alcanzará no se detiene, y aun así era imposible no hacerlo.

Porque duele seguir amando a alguien que ya no está, ni lo estará, pero duele más hacer el intento de olvidarlo.


Colisión InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora