Capítulo 14; Todos tienen un demonio dentro

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Estaba arrodillada a la mitad de un pasillo blanco completamente vacío y sin fin. Desconcertada, me puse de pie y di vueltas a mi alrededor buscando algo, lo que fuera, mas no había nada.

No había nada aparte de mí, solo blanca inmensidad.

Grité lo más fuerte que pude, pero no había nadie que me escuchara.

Corrí con toda la energía en mi cuerpo, como si estuviera huyendo de la muerte misma, tratando de encontrar una salida, pero el lugar parecía infinito.

Me empecé a desesperar y cuando dos sonidos peculiares retumbaron en mis oídos me dejé caer sobre mis talones.

Me cubrí las orejas con mis manos y cerré los ojos lo más fuerte que pude con la esperanza de que una vez que los volviera a abrir estaría en otro lugar.

En su lugar favorito, un acantilado a un lado del mar en la calle tal casi llegando a la Joya.

Pero cuando los abrí seguía en el mismo cuarto blanco con el mismo miedo corriendo por mis venas.

Cada célula de mi cuerpo sentía terror, nada más aparte de terror puro.

De pronto sentí un líquido algo espeso en mis manos, no necesité verlo para saber lo que era. Era más familiar de lo que me gustaría, de lo que a cualquiera le gustaría.

Sangre.

Bajé la vista lentamente y vi que había líquido rojo por todos lados. Me encontraba sobre ella, en medio de un charco carmesí, un charco que cada vez iba creciendo más y más.

Mis manos estaban atestadas de sangre, al igual que mi ropa, la parte central de mi playera estaba teñida de ese color, al igual que mis pantalones y mis pies descalzos.

Aunque la sangre no era mía.

Eso lo sabía y exactamente eso era lo que me alteraba.

Me desperté de golpe sentándome mientras gritaba con las manos aferradas a la sábana, con mi respiración erráticamente agitada y mi pulso a mil por hora.

Unos pasos apresurados llegaron a mi cuarto y en menos de dos segundos Dawson apareció en el marco de mi puerta. No dijo nada, solo se acercó a mi cama con una mirada de preocupación y se acostó a un lado mío rodeándome con un brazo, acercándome a él y dejándome de lado.

–Todo está bien, solo fue una pesadilla –intentó tranquilizarme acariciando mi cabello con su mano derecha con delicadeza.

–Se... se sintió ta...tan real –tartamudeé, buscando mi respiración, con mi mejilla pegada en su pecho –. Co... mo siempre.

–Pero no lo es –acomodó las sábanas, tapándome y se hizo un silencio.

Él sabía el porqué de las pesadillas sin embargo nunca hablábamos de eso, ni con él, ni con mis bestias, ni con nadie.

–Gracias –murmuré.

–No hay de que –me aproximó más, sin parar sus caricias en mi cabello.

–En serio, lobito. Gracias por siempre estar ahí.

–Siempre, pecas.


Pesadillas.

Las tenía todo el tiempo, algunas semanas más que otras.

Algunas veces diferentes, aunque todas igual de monstruosas como siempre.

Cada vez que ese día se acercaba, las pesadillas se convertían en algo de cada noche.

Y al faltar una semana, solo una semana para el tercer aniversario de este viernes 13, las pesadillas me acechaban cada vez que cerraba los ojos.

Colisión InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora