capítulo diecisiete: mandalas.

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nota: Escribí este capítulo muchas veces, finalmente me sentí más cómoda utilizando tercera persona, creo que le da un eje diferente a la historia. Así que, adiós Seulgi narradora, al menos por un tiempo jiji<3

 A Seulgi le costaba no poner el foco en el vecindario lujoso en el que se estaban adentrando

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A Seulgi le costaba no poner el foco en el vecindario lujoso en el que se estaban adentrando. Una vez que Irene le dijese a medias su dirección, encontró la casa en una especie de pasaje, dándole cierre a la calle y con únicamente una sola vivienda frente a ella. Decirle casa a la mansión que se presentaba ante ella era casi un insulto.

La reja negra se abrió ante el reconocimiento del auto, y dejo ver el enorme y espacioso jardín. Verde, cortado y perfecto, habían muchos tipos de plantas y una hermosa fuente de agua frente a la entrada principal. Todo lucía angelical, pero Seulgi no se detuvo a apreciar ningún detalle que no estuviese a la vista simple y se encargó de estacionar.

Irene le tiende las llaves con movimientos temblorosos y lucía mal una vez que entraron a la mansión. Allí dentro se respiraba aire fresco, para su fortuna, y con Irene apoyándose en su cuerpo, la guió hasta el primer sofá que vio, blanco y espacioso. Inmediatamente mira a sus alrededores en busca de la cocina, la casa parecía un sueño y en cualquier otra circunstancia estaría babeando, pero había algo más importante de lo que ocuparse.

Cuando divisa la cocina en la parte izquierda de la casa, busca paños para humedecerlos y así bajar la fiebre. La cocina era enorme, por supuesto, y Seulgi pensó que ese espacio era literalmente su departamento entero. Corrió de vuelta a donde yacía Irene, que seguía despierta, con los ojos apretados y sosteniendo su cabeza.

Seulgi mueve la mano de su jefa y coloca suavemente el pañito húmedo sobre la frente de Irene, quién suelta una especie de gemido por el sorpresivo cambio de temperatura. Sin embargo pasan unos cuatro minutos, y las mejillas de Irene dejan de verse coloradas, mientras Seulgi da vuelta el paño. –Gracias por esto, Seulgi, lamento que hayas tenido que venir hasta aquí.

Seulgi casi suelta una carcajada, es que estar en la lujosa mansión de la chica que te gusta suena como una pesadilla.

–No te preocupes. – Seulgi se siente tentada de acariciar el cabello de Irene, o abrazarla, pero no lo hace. Nunca la había visto de esa manera, tan frágil. Simplemente aparta un mechón de el rostro de la mayor, solo para hacer un toque por lo reprimido de sus ganas. A pesar de su estado, Irene lo sigue, pero no dice nada.

Las dos se funden en un silencio cómodo, Irene cierra los ojos disfrutando de la sensación del frío en su cabeza mientras que Seulgi solo la mira. Era inevitable para ella pensar si la mayor vivía aquí, sola, en este lugar tan grande.

–¿Quieres que llame a alguien? – casi susurra Seulgi, sin estar muy segura de si su jefa estaba dormida o despierta.

–No por ahora.. – responde lentamente –¿Quieres irte? – pregunta para sorpresa de Seulgi.

¿Qué tan maleducado era decir la verdad?

–No. – decidió responder, corta y concisa. –También... Me preocupa dejarte sola, todavía te puedo arrastrar hasta el hospital. – advierte, pero Irene ríe bajito y dulce, y Seulgi siente brillos en su estómago.

–Bueno, no lo dudo. He notado que tienes mucha fuerza, – Irene hablaba pausadamente, y sin abrir los ojos aún –por como me haz traído hasta aquí.

–No podías ni caminar. – sigue preocupándose –Cualquier otra cosa que sientas, tienes que decírmelo.

–Mm, no lo creo. – antes de que Seulgi le pida una explicación de a qué se refería, Irene decide adelantarse –¿Podrías traer otro paño, por favor?

Seulgi asiente, pensando si su jefa está delirando. Recoge el paño de la frente de Irene, y vuelve a la cocina. Aunque todo este aparentemente limpio, logra percatarse de algo que no vio la primera vez. Sobre la mesada de mármol negra espaciosa y larga en medio de la cocina, una especie de mesa/bar con sillas largas, había un colorido cuadernillo de mandalas y otros elementos para colorear.

¿Un libro para colorear? ¿Era esto el hobby de Irene?

Seulgi decidió no cuestionarse nada. «Cada loco con su tema» pensó «Así como yo pierdo el tiempo haciéndole retratos, ella colores dibujos infantiles, ¿Y qué? Tal vez no seamos tan diferentes después de todo.»

Vuelve a el sofá una vez que remojo el paño. Irene parece dormida, pero ella debe insistir con los paños húmedos, al menos por unos veinte minutos más. La mayor se seguía viendo más pálida de lo normal, pero había una expresión de paz en su rostro. Seulgi se sentó en el suelo, quedando casi cara a cara con Irene. Notó las respiraciones lentas y largas, y dedució que estaba dormida. Apartó algunos cabellos de la frente húmeda y fría, y volvió a poner el paño. Irene ni se mutó. Para Seulgi era imposible no enfocar sus ojos en los encantadores labios de su jefa, pero resiste.

Siempre resiste.

Están tan cerca pero tan lejos a la vez, que es casi doloroso.

De repente, escucha la enorme puerta abrirse y se voltea casi de inmediato, haciendo doler su cuello. Irene seguía sin mutarse. Una muchacha rubia con uniforme azul, de enfermera quizás, entraba a la casa como si fuese suya. No podía tener más treinta, pensó Seulgi.

Se levantó pensando en cómo iba a explicar la situación o quién demonios era ella y porque se aparecía en la casa de Irene como si nada, y para variar, con una llave.

–Eh.. hola – dijo Seulgi en un tono medio alto, para que la otra la note. La muchacha pega un salto y vuelve a la puerta, con la mano en el corazón

–Demonios, ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? – Seulgi tuvo la oportunidad de verla más de cerca. Indudablemente, la chica era muy bonita, con rasgos finos pero desafiantes a la vez, parecía una especie de modelo, además era altísima y Seulgi pensó que le llevaba al menos dos cabezas.

–Hola – repite en un tono nervioso –Soy Seulgi, la secretaria de Irene.

–Oh. – la rubia parece relajarse y se aleja de la puerta –¿Ha pasado algo?

–Eh.. nada grave. Irene se sentía mal, así que básicamente la arrastré hasta aquí. Le estoy bajando la fiebre. – explica –

–Wow, me sorprende que hayas sido capaz de sacarla de la oficina. – la rubia comienza a dirigirse a la cocina, haciéndole un gesto de seguimiento a una muy confundida Seulgi –En este cajón hay medicamentos, si la hiciste salir de la oficina, sé que harás que se los tome. A mi nunca me hace caso.

La rubia se acerca a la mesada de mármol y recoge el libro de mandalas que Seulgi había notado hacía unos minutos.

–Bueno, vine solo a buscar esto. Me debo ir. – dice simplemente, volviendo a la puerta –Cuídala mientras te deje, ya debes saber como es. – gira los ojos –

Seulgi asiente, intentando retener toda la información y deteniendo a su cabeza de procesarla ahora mismo.

–Soy Nana, por cierto. Un gusto. – Nana le sonrió y tal como entró a la casa, se fue, como si nada.

Así que esta es la famosa Nana.

 Así que esta es la famosa Nana

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