capítulo veintitrés: amigas doradas.

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Notita: Holaa, resulta que estuve sin internet, pero tengo los capítulos armados. Así que mañana hay actualización!! Quiero también decirles que todos los personajes que aparecen tiene un porqué en la trama que van a ir a descubriendo~ Como siempre, gracias por todo el apoyo que le dan a la historia</3 .

 Así que mañana hay actualización!! Quiero también decirles que todos los personajes que aparecen tiene un porqué en la trama que van a ir a descubriendo~ Como siempre, gracias por todo el apoyo que le dan a la historia</3

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Joy entrá a la suite como si fuese suya. Toma asiento en uno de los bancos altos frente a la mesa, y acto seguido, se cruza de brazos. Era evidente por su lenguaje corporal, y el hecho de que todavía llevaba el bolso colgando del hombro, que ya tenía ganas de irse.

−Gracias por venir Joy. − Irene la mira con ojos delicados, mucho más calmada que la noche anterior. Eran las diez de la mañana y la suite tenía mucho aroma a café. Joy se preguntó si Irene había dormido algo.

−Ambas sabemos que no me vas a pedir disculpas, así que, ¿Qué necesitas? − Joy ni la miraba. Cuando quería, ella también podía ser fría como el hielo.

−En realidad sí. − Irene se sentó frente suyo, empujando una taza con café humeante. Joy tuvo que desechar su bolso a un lado cuando sintió el olor. −Perdón por.. reaccionar así. Y tienes razón, probablemente hubiese hecho lo mismo.

−Yo sé que te gusta. − Joy suelta muy tranquila tomando un sorbo de café. Irene palidece.

−¿Me gusta? ¿Qué? ¿Quién? − sonaba atropellada, la más alta frunce el ceño.

−Gritarme. − contesta con simpleza.

−Ah. − Irene suspira, mordiéndose levemente el labio –Entonces.. ¿Me perdonas? ¿Ya estamos bien?

−Pues no lo sé.. − Joy la mira con malicia –Quizá con un cheque podría llegar a pensármelo.

Irene rueda los ojos, su amiga nunca cambiaba, pero la hizo reír. Cedió ante la mirada de Joy y le hizo un cheque de tres mil dólares. Los ojos de la más alta denotaban brillos. Quizá le gustaba más el dinero que a ella misma. −¿Dónde está Seulgi? − hace la pregunta que lleva mortificándola toda la mañana.

Resulta que no había dormido casi nada, apenas dos horas y muy a su pesar, porque su cuerpo se rindió. Su cabeza estuvo muy ruidosa ya que miles de pensamientos, la mayoría reprochando su comportamiento, la atacaron toda la noche. No iba a mentirse a sí misma; se sentía culpable. El manojo de emociones que había sentido en la fiesta fue mucho para ella. El manejo del negocio, de la clase alta, del dinero, e incluso de las personas a su mando se le hacía fácil; pero cuando se trataba de los sentimientos, se sentía toda una inexperta.

Cuando la alarma le avisó que eran las ocho de la mañana y que solo alcanzó a tener esas dos horas de sueño, se levanto casi con un subidón de energía. Se había tomado, quizá, cuatro cafés en lo que iba del día desde entonces. A las nueve, decidió enviarle un mensaje de texto a Seulgi pregúntale el por los horarios de hoy. Por supuesto que sabía los horarios de hoy. Y por supuesto que se sentía bastante idiota de preguntar eso sabiendo todo lo que sucedió la noche anterior. Pero a Seulgi ni siquiera le entró el mensaje.

polos opuestos ; seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora