capítulo dieciocho: desarmando.

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 Seulgi permaneció unos largos segundos frente a la puerta, estática

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Seulgi permaneció unos largos segundos frente a la puerta, estática. Nana, la persona con la que Irene siempre hablaba por teléfono, con la que seguramente estaba hablando el día que se fueron apresuradamente de Japón, la que al parecer conoce la casa como la palma de su mano e incluso tiene unas llaves para entrar.

¿Será este su hogar?

¿Y qué vínculo tiene con Irene?

Seulgi volvió al sofá donde Irene dormía. Parecía que llevaba días sin dormir. Todo de la situación preocupaba a Seulgi, y no quería irse. La cara de paz de la mayor hacía una difícil tarea dejar de mirarla.

Con la palma de su mano tanteó la temperatura, «normal, dentro de todo» pensó.

¿Qué tan inadecuado sería indagar la mansión? Sabía que si lo pensaba de más, no lo haría, pero su curiosidad era tanta que casi picaba. En el centro de la casa, donde se abría una enorme escalera blanca, Seulgi miró hacía arriba. Tuvo que impulsarse a cerrar la boca, porque todo se veía tan inmenso y ella se sentía muy pequeña.

Miró a Irene para asegurarse que dormía antes de subir y emprendió su camino. El segundo piso estaba limpio, tanto que daba miedo. Todo lucía nuevo y reluciente, y el color blanco gobernaba en todos lados. Había varias habitaciones y dos pasillos separados por la escalera. Podrían vivir fácilmente dos familias aquí.

Algo dudosa, avanzó. El pasillo estaba lleno de ventanales, por lo que la luz natural se filtraba en cada rincón. La primera habitación a su izquierda estaba abierta. No había camas, y la habitación parecía ser algo más grande que las demás, tenía un escritorio con un computador, y una biblioteca enorme. Incluso, había una mini–escalera, una especie de segundo piso dentro de la misma habitación. Seulgi, anonada, notó como la ambientación cambiaba un poco del ruidoso blanco a un marrón tranquilo. Olía a café, y no le costó adivinar que allí su jefa seguía trabajando, incluso desde casa.

También notó dos títulos colgando de la pared. Irene no tenía fotos, al menos no en aquella habitación, pero tenía tantos libros y Seulgi se preguntó si había leído todos.

Siguió su camino por el segundo piso, la siguiente habitación, al lado de la biblioteca, estaba separada por un enorme ventanal. No estaba del todo abierta, pero supuso que era el cuarto de Irene.

Cuando entró, lo primero en notar fue el fuerte aroma de la mayor. Como supuso, la cama no tenía ni una arruga, con un edredón negro, en el centro de la habitación. Los ventanales daban al inmenso patio trasero de la casa, dejando ver una piscina, sillas y mesas veraniegas, algo que Seulgi no había visto antes. Allí, Irene tenía su propio baño y su propio armario. Por supuesto, su habitación era básicamente su departamento y por un momento pensó que Wendy moriría por ver este lugar.

Seulgi deslizó los ojos por la habitación, casi superficialmente, casi, porque sus ojos se detuvieron en unas fotos sobre la mesa de luz. Hasta ese momento, todo se sentía impersonal. Habían dos fotos, en una, parecía ser Irene en una etapa de niñez, casi adolescencia, junto a el señor Bae, su padre. Ambos mirando seriamente a la cámara. Irene lucía muy formal, incluso siendo tan joven. Y junto a esa fotografía había otra, donde Irene sonreía como nunca la había visto, y a su lado una niña, abrazada a ella, ambas riendo a carcajadas.

polos opuestos ; seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora