Capítulo 6

10 1 0
                                    


—Naím, no puedo creerlo. ¿Es cierto? — Replicó molesta. Muchos decían que aquellos ojos los heredó de la abuela de mi padre, y aunque yo nunca la conocí supongo que debe ser así. Tan azules que si los veías por un momento podrías confundirlo con el mar. Era extraño lo tan diferente y parecido que éramos, yo moreno de ojos verdes y ella rubia de ojos azules. Pero definitivamente ambos teníamos la misma nariz de mamá, y la sonrisa embaucadora de mi padre.
—¿Qué? — Respondí, molesto porque interrumpió mi lectura.
—¿Estás saliendo con Annabel Torres?— Preguntó indignada como si aquello fuera una total locura. Como si se tratara de algún acto de extrema rareza.
Hice caso omiso y llevé a mi boca un aperitivo italiano que una de las empleadas me había preparado. —Respóndeme mocoso. — Dijo y tiró de mi cabello. Yo reaccioné de manera exagerada a pesar que estaba acostumbrado a sus bruscas reacciones.
— En primer lugar, la mocosa aquí eres tú. —Respondí. —En segundo lugar, ese no es tu problema. Y, en tercer lugar, si tanto te interesa saber, sí, ayer salí con ella. — Kendall emitió un grito de asombro.
—Ella, ella es mi amiga. Mis amigas están prohibidas para ti. ¡PROHIBIDAS! — Respondió. Se acercó a mí y tomó mi libro tirándolo por encima del sofá.
—¿Qué haces? ¡Es edición limitada! ¡Me costó catorce mil dólares! —Dije, y aunque el dinero no me importaba, que aquel libro lo haya autografiado exclusivamente el escritor unos meses antes de morir, lo convertía en invaluable.
—Siempre me pasas diciendo que soy una mocosa, ella tiene mi edad. ¡Entonces también lo es! — Respondió. Pero no era lo mismo. Kendall era mi hermana, y aunque la mayoría de los imbéciles de mis amigos trataban de conquistarla, Annabel Torres tenía un cuerpo descomunal a su corta edad de catorce años.
—Solo son tres años de diferencia. Además, ella sí parece una mujer. — Dije. Nos miramos directamente y no pudimos aguantar la risa.
Tomó una de mis almohadas y la lanzó directo a mi rostro.
—Tranquila, no pasará de una cita, es demasiado intensa. Creo que nunca encontrare a una chica que no caiga rendida ante mi espectacular belleza. — Dije.
—Vaya, cuando repartieron la porción de arrogancia a cada persona, contigo fueron bastante generosos. — Respondió riéndose.

Luego de explicarle las muchas razones por la cual no volvería a salir con Annabel Torres, y de prometerle que no la volvería a ver, terminamos conversando llegando a la promesa, en que ni yo saldría con sus amigas, ni ella con los míos. 

———————————————————————————


—Naím, por favor detente ¡Naím! — Gritó.
La voz de Lucy era de desesperación. Pero no podía detenerme, lo único que no podía controlar en mi vida, era mi enojo.
—Naím, por favor, puedes hacerte daño. — Dijo.
Tumbé todo lo que estaba en mi escritorio, sin importar aquella taza decorativa que Alicia me obsequió, algo que era en realidad me parecía valioso, y de pronto cuando estaba a punto de tumbar el estante de la colección de licores que tenía, sentí unos brazos rodeando mi cintura, apretándome fuerte.
Sus pequeñas y delicadas manos a penas se entrelazaban, sabía que con un ligero movimiento podía tumbarla bruscamente hacia a un lado y seguir descargando mi furia, pero de alguna manera aquel contacto de sus manos presionándome y temblando mientras su rostro reposaba en mi espalda me calmó por completo. — Por favor, detente. Por favor. — Sollozó.
Me di la vuelta y al verla sus ojos estaban brillando, me miraron desesperados y a pesar que lo que esperaba era un regaño por todo lo que he hecho hoy, lo único que hizo fue abrazarme.
—No me escuchabas, estabas totalmente perdido en ti, traté de detenerte antes, pero estabas tan absorto en destruir todo, que ni siquiera me veías. — Dijo.
—¿No sentiste miedo? ¿Miedo de que también te lastime? — Pregunté sin más.
—Si. — Susurró.
—¿Por qué no te fuiste? — Recordé la tendencia que tienen todos de dejarme solo cuando tengo ataques y descargas de furia, todos me tenían miedo pensando que podían ser víctima de aquellos impulsos incontrolables.
Aún sentía aquel vació en el estómago.
—¿Por qué me iría? Podías haberte hecho daño si no te hubiera detenido. — Dijo, y en sus ojos se reflejaba ese miedo de no saber y no querer ni imaginar qué hubiera pasado si ella no me hubiera interrumpido.

A mis dieciocho mis padres vivían con el terror de aquel «Impulso suicida» que el psicólogo detectó en mí. Pero hasta ahora no puedo recordar una sola vez en que ellos me hayan detenido con algo tan sencillo como un abrazo. Quizás no eran los padres más dedicados, pero al mismo tiempo sabía que no podía culparlos, ya que siempre evité el contacto o algo similar a una caricia, por lo que muchas de las veces las píldoras tranquilizantes era lo único que podía poner en control mis nocivos impulsos.
Me quedé sin palabras y mis manos empezaron a temblar sutilmente, lo suficiente para que ella no se dé cuenta de aquello. No eran nervios, y mucho menos miedo, era quizás una respuesta de mi cuerpo ante algo totalmente desconocido.
—Si algún día deseas hablar conmigo, lo puedes hacer. Mi mayor virtud de la cual me siento orgullosa es que puedo escuchar a alguien por horas, y soy una buena consejera, aunque yo nunca aplique mis propios consejos. — Dijo y en su rostro se dibujó algo parecido a una muy disimulada sonrisa, no fue la típica sonrisa fingida de consuelo que recibía de mis amigos, doctores, o de Yana, esta vez, fue una sonrisa sincera.
— No... No deseo hablar. Al menos no de eso. — Respondí.
—Está bien. — Respondió tranquila. — Ahora tenemos que ocuparnos de esto. — Tomó mi mano y me dirigió hasta la cama. Llevó su dedo hasta mi frente y tomó un pequeño botiquín que tenía en mi buró, justo a lado de una foto en donde Kendall, Tayna y yo estábamos en uno de los cruceros que a papá le encantaba ir. Observó aquella foto unos poco segundos y agradecí que no haya preguntado quién es aquella chica de ojos azules sutilmente bronceada que sonreía espontáneamente a mi lado. Tomó un algodón y limpió una herida en mi frente que supongo fue el resultado de todas las cosas de vidrios que rompí.
—Tienes suerte, es apenas un rayón. — Dijo, sacó un curita de forma circular y la aplicó suavemente. — Y listo. Ya está.

¿Qué pasó? ¿Cómo es que de repente prácticamente una extraña puede tranquilizarme por completo? ¿Quizás es algún tipo de aura imperceptible por estar entre la vida y la muerte? ¿O un don ininteligible que posee de poder dar tranquilidad y paz a las personas? Mi mente estaba llena de pensamientos inexplicables, preguntas sin respuestas y un montón de dudas.

—¿Sabes? No quiero que suene como si estoy desistiendo. Pero ahora no me importa estar muerta. Incluso, no me importa encontrarme. — Tenía un pequeño destello cristalino en sus ojos. — Sí, tengo curiosidad, pero, es decir, hay bebés que mueren. ¿Entiendes? ¡BEBÉS! Ellos ni siquiera empiezan a vivir, sería muy egoísta lamentarme. —Se excusó.
—Si.
—Y yo en cambio, viví 26 años, y por los cortos recuerdos que tengo, sé que no fue la mejor pero fue una buena vida. — Respondió mirando a la nada, como si estuviera recordando aquellos efímeros momentos que su mente aún conserva. — Quiero saber, al menos quisiera saber cómo, pero si no puedes saldar todas mis dudas no sufriré, tendré la misma paz que tendría si lo supiera.
—Lucy, haré todo lo que esté a mi alcance para que lo podamos descubrir. — Dije, y aunque aquella impotencia inundó nuevamente mi pecho, ella me daba un poco de tranquilidad.
— Sé qué harás todo, pero si incluso todo, no es suficiente, no importa. — Respondió. Su rostro tenía una tristeza disimulada, como si se estuviera resignando de ella misma, como si se estuviera dando por vencida forzadamente.
— Pues haré más que todo entonces. — Comenté molesto, y por primera vez, no lo tomaba como un desafío, ni mucho menos como si Lucy estuviera subestimando mi capacidad, era un deseo real, algo que en poco tiempo se volvió personal. Ella sonrió.
—De verdad, gracias. — Se apoyó con su brazo en mi cama en modo de cansancio. — Recordé que estoy hablando con Naím Lerman. 

Somos  más de lo que el amor podría ser...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora