Capítulo 14

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La vida es efímera, lo comprendí cuando de manera repentina Kendall cerró sus ojos para siempre.
La muerte no tiene edad, no tiene pena, ni misericordia; la muerte no se arrepiente, ni cumple con ninguna ley de karma, o del destino, es cruelmente inesperada, y no pone fechas en el calendario.
Es odiada por muchos, y deseada por algunos, y aunque es totalmente imprevisible, irónicamente es lo único cierto en la vida.
Así que incluso cuando sabemos que la muerte es algo que naturalmente tiene que llegar, no valoramos nuestra existencia.
¿Rebeldía o simplemente damos por sentado que cada mañana que abrimos los ojos es una bendición?
Yo creo que ambas.
Kendall era tan joven, tan inocente, no tenía ni un poco de maldad en ninguna de sus acciones, y "tenía toda una vida por vivir" como muchos decían, aunque por ella también me di cuenta que "toda una vida" puede abarcar algo tan esporádico como un segundo.
Y aunque todo este dolor pudo haber servido como reflexión de mis propias acciones, o de mis propios sentimientos de conformismo, en lugar de eso, detonó de manera totalmente opuesta.

Me dejó un dolor tan profundo, que considero ninguna persona podrá apaciguar. Un dolor que se alimenta de más dolor, y que actúa de manera masoquista para recordarme una y mil veces que ella no merecía aquel final.
Cada vez que escuchaba noticias sobre asesinatos, o terroristas que atentaron a un pueblo y acabaron con la vida de muchas personas, cada vez que escuchaba o leía sobre aquello mi resentimiento hacia Dios se incrementó.

Dejé de creer.

No podía entender como aquellas personas podían seguir disfrutando de su vida, cuando le han arrebatado a otras personas la suya.
Me resultaba injusto, sentía que Dios, Jesús o aquella fuerza divina que se encargó de crearnos estaba errado, simplemente no entendía su proceder y su manera de castigar a los buenos y premiar a los malos.

Así que no solo deje de creer en Dios, también deje de creer en las intenciones aparentemente buenas de las personas, dejé de creer en las promesas y en las sonrisas, como instinto de autodefensa deje de creer en todo lo que pueda quebrantarme luego. Me convertí en un hombre frío y rígido, en alguien apático, que actuaba de manera egoísta, siempre teniendo como prioridad por encima de cualquier otra persona, mi propio beneficio.
Me volví egocéntrico, dejé de cuidar mi salud física, y mi salud mental estaba por el suelo. Para mi suerte tenía tan firmes los valores que mis padres y Alicia me fomentaron que creería yo eso fue lo único que evitó que me convierta en un parásito, como los que salían en las noticias.

Yo, Naím Lerman, que me consideraba un hombre capaz, y fuerte, estaba perdido y abrumado entre la culpa que aun mantengo de que Kendall falleciera.
Después de todo la única enseñanza que me ha dejado su ausencia es que las personas que más se jactan de ser fuertes, o aquellas que se muestran siempre con una sonrisa, son las personas que están más rotas por dentro, con las heridas más dolorosas, aquellas que no se cierran con una sutura, y que muchas veces son imposibles de cicatrizar.

Me encerré.
Me ausenté del mundo.
De las personas.
De mí.
Reprimí cualquier intención minúscula que tenía por sanar.
Porque el dolor era lo único que me hacía recordarla.
.
Y me enfrasqué de manera masoquista en el círculo vicioso de la pena.
.
De la soledad.
.
De la tortura.
.
Porque el recordar, es la manera más eficaz que existe para autodestruirse.



—¿Estás seguro que quieres hacer esto? — Preguntó Nate.
—Si. El hermano de Carlos no me dejará tranquilo. El piensa... El piensa que fui yo quien lo asesinó.
— Creería que lo más sensato es que salgas un tiempo del país, o por lo menos tener guardaespaldas. — Dijo y de repente Michael volvió de la cocina y nos dio a cada uno una botella de cerveza.
—Yo creo que debes atacar. — Comentó Michael. — Nate ¿Recuerdas como le dejaron la cara hace una semana? Debe defenderse, ellos son cobardes, solo lo enfrentan cuando Naím está solo.
—¿Cuántos fueron la última vez? — Preguntó Nate.
—Alrededor de quince personas, uno de ellos era el hermano mayor, y pude reconocer a algunos que compran drogas en la calle 57, golpeé a algunos, pero no pude con todos, eran demasiados.
—No es un secreto que la familia de Carlos es bastante inestable. Su papá es alcohólico, y su madre trabaja todo el día en la cafetería que está afuera de Thosán.
— Lo sé, yo sé que no tienen dinero, sé que no pudieron contratar a un buen abogado, o a alguien para poder investigar a profundidad el asesinato de Carlos, y quizás eso los frustra aún más. Pero salir del país, o ponerme guardaespaldas sería aceptar que soy culpable. No quiero irme a otro país, no quiero huir como si yo hubiera hecho algo. O que me cuiden como si tuviera miedo. — Respondí.
Considero que mi vida siempre ha sido fácil, o al menos siempre he podido hacer lo que yo quería, porque mis padres pasaban ocupados y no tenían tiempo de marcar un límite en mis acciones, así que por primera vez me sentía preocupado de una situación.

Somos  más de lo que el amor podría ser...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora