Capitulo 8

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~Lucy~

—Entonces ¿Cuál es tu signo zodiacal? — Preguntó. Por momentos su mirada se fijaba involuntariamente a mis pechos. Su capacidad para disimular era inexistente.
—Capricornio. — Respondí. ¿A quién mierda le importa el signo zodiacal? ¿Quién pregunta eso en la primera cita?
—Dicen que las Capricornio son realmente difíciles de tratar. He escuchado incluso que tienen mal carácter.
—¿Ah? — Dije sin más. Sin poder disimular en lo absoluto mi sorpresa ante tan estúpido comentario. ¿Cómo pueden resumir por un signo Zodiacal la actitud de alguien? Aunque en este caso había acertado conmigo, pero estoy muy segura que heredé el carácter fuerte de mi abuela y ella era Cáncer. — Supongo. — Respondí, tratando de no sonar muy grosera.
—¿Y cómo es tú día como enfermera? — Preguntó. «Al fin una pregunta decente» Pensé.
Él tomó un pedazo de salmón y se lo llevó a su boca. No podía verlo completamente, pero iba tan bien vestido, su camiseta se ajustaba tan bien a sus brazos fornidos que, incluso verlo así tan efímeramente resultaba atractivo, pero no era eso, ni tampoco que me haya traído al restaurante más caro, eso me resultaban cosas muy banales, era aquella sonrisa estremecedora, aquella sonrisa que no transmitía empatía, ni agrado, era una sonrisa tétrica, macabra, como si cada surco que se le marcaba alrededor de la boca, era forzado. Sentí escalofríos, a pesar que no lo podía ver con claridad, recuerdo que su mirada, era penetrante, como si me desvistiera al verme, como si pudiera ver a través de mí y pueda observar con facilidad todos mis miedos.
Pero me calmé, me acomodé nuevamente en la silla de terciopelo café y sonreí al recordar porque estaba aquí.
El me ofreció pagar la cirugía de una niña cuyos padres se han quedado prácticamente en la quiebra por su enfermedad, una niña que he atendido por casi cuatro años y de la cual estoy profundamente encariñada (la ética profesional nunca se me ha dado bien en este tipo de situaciones) así que esta terrible cita significaba una esperanza de vida, Samantha quien apenas tenía 7 años, podía vivir si yo salía con aquel muchacho que llegó a Emergencias por un sencillo esguince de tobillo, y que según él quedó profundamente encantando con mi personalidad explosiva.
Mientras lo atendía, no pude evitar derramar algunas lágrimas que enjugaba con rapidez. Saber que Samantha necesitaba una operación tan costosa y que era la única posibilidad de que sobreviva me consumía. Y como siempre sentía ese nudo en el estómago que aparecía cada que un paciente que cuidaba con tanto esmero tenía menos posibilidades de vivir que la mía de no sentirme afectada por aquello, pero con Samantha era completamente diferente, todos esos sentimientos se multiplicaban por diez, aquel instinto materno me salía hasta por los poros, así que cuando él me preguntó qué me sucedía no pude evitar desahogarme y llorar como Magdalena o como decía mamá "a moco tendido".
No acepté al instante obviamente. Al inicio me pareció un fanfarrón, aunque era evidente que era rico, por su auto y su indumentaria, pero me resultaba increíble que una cita conmigo le costaría 80.000 dólares.
Luego de diez días de haber de acudido de manera diaria al hospital, fingiendo dolor de barriga, jaqueca, o cualquier enfermedad y pedir específicamente que yo lo atienda, él me dio un cheque y me prometió que lo firmaría después de la cita.
«Sábado a las 20h00, Restaurante Gioia.»
No hice alarde de aquello, así que preferí no comentarle a nadie la increíble oferta, aunque sabía con certeza que mis compañeras no lo dudarían, incluso hubieran salido con él sin haberle ofrecido dinero alguno. Pero dentro de mí había algo que me decía que no. ¿Instinto? ¿Sexto sentido? ¿O Alguna advertencia proveniente de mi subconsciente?
—Pues ya lo has presenciado. Ajetreado, agobiante, pero resulta satisfactorio cuando le dan el alta a algún paciente. — Respondí mientras tomaba unos espárragos.

La cena estaba deliciosa. He venido a este restaurante muy pocas veces, y siempre en ocasiones muy especiales. Por mi graduación de secundaria, y cuando me gradué como enfermera, la boda civil de una amiga cercana, y cuando mis padres renovaron sus votos hace un año. El código de vestimenta aquí era sumamente formal (y que recuerde, bastante estricto), luego del bochorno que pasé cuando me gradué de la secundaria y llevaba un vestido con unos nada combinables converse, y amablemente me dijeron que no podía entrar así, tenía muy marcado el hecho de que debía usar tacones y un vestido de esos que transcendían a elegancia. (Una regla muy arcaica para mi gusto, pero valía la pena aceptarla solo por probar una vez más su exquisito créme brûlée)

Somos  más de lo que el amor podría ser...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora