Todo quedó oscuro, sentía que estaba completamente cegado, y era desesperante. Había tanto silencio que incluso juraba que podía escuchar mi corazón latir fuertemente, nunca me había causado tanta guerra. Algo que siempre me ha dado paz, algo que siempre buscaba para sentirme pacífico conmigo mismo estaba a punto de volverme loco, en ese preciso momento comprendí que no hay peor ruido que el silencio.
Grité, pero mi voz no sonaba en lo absoluto. Me empecé a llenar de angustia y sentía que me estaba poco a poco consumiendo,
Un fragor me despertó sin más.
Y a pesar que la calefacción estaba apagada, desperté totalmente sudado. La tormenta era imponente, el cielo brillaba por momentos cuando las nubes chocaban entre sí provocando un estruendo. El reloj marcaba la 1:20 am, me levanté y me dirigí al balcón.
El sueño de hace un momento se sintió tan real que pensé que Lucy se había ido, pensé que en realidad estaba herida.
Me asomé al balcón para cerrar la enorme puerta de vidrio. Y ahí estaba ella.
Debajo de la lluvia sentada en una de las butacas cerca de la piscina, totalmente empapada. Y aunque la brisa era helada no parecía hacerle frío. Restregué mis ojos para verificar si no estaba soñando como hace un momento y cuando confirmé que en realidad estaba despierto bajé rápidamente hasta el jardín.
Ella ni se inmutó.
Estaba con su rostro entre sus manos, inmóvil, sin siquiera mover un solo dedo. Me causó escalofríos no solo por la lluvia sino también por aquel leve sollozo que escuché mientras me acerqué totalmente a ella. Era un sollozo desgarrador, reprimía su llanto supongo para que nadie pueda escucharla, aunque la única persona que podría hacerlo sería yo.
—Lucy. —Musité poniendo mi mano en su hombro.
Ella levantó lentamente su rostro, y pude observar sus ojos hinchados, parecían inyectados en sangre de tanto haber llorado.
—Lucy vamos adentro...
—Me siento perdida. — Me interrumpió en un susurro. —¿Y si nunca me encuentro? ¿Y si nunca sé qué ha pasado conmigo? Hubiera preferido morir en lugar de estar en el limbo. —Dijo, y a pesar que una brisa helada corrió, verla llorar tan desconsoladamente hizo que ignorara aquel frío.
—Eso lo dices porque aún estás aquí. — Respondí.
—Naím, seamos sinceros. Estoy muerta, yo lo sé. Lo estoy. — Comentó con lágrimas en los ojos.
—Eso no lo sabes. — Dije sentándome a lado de ella, ambos estábamos empapados. La lluvia que se desprendía de las nubes era imparable. —La vida te está dando una oportunidad, no te des por vencida. — Ella giró su rostro y me miró analizando lo que había dicho, tenía algo de indignación en su expresión.
—¿Qué hay de ti? Tú estás vivo, saludable y aun así te rendiste hace mucho tiempo. — Comentó y aquellas palabras que lanzó vinieron directo a mí como flechas.
Disimulé.
Era cierto. Muchas veces mis razones para seguir viviendo eran escasas.
—Lo tienes todo, todo lo que muchos quisieran tener, pero sin embargo vives tu vida con esa expresión en tu rostro como si llevaras algún peso en tu espalda, no puedes mantener una relación por miedo, no sé a qué. Te importa tan poco tu vida que ni siquiera reflexionaste el hecho de que te estrellaste contra un árbol por estar drogado. Seamos honestos, no te estrellaste porque te quedaste dormido. — Reprochó furiosa, entre enojo y llanto, como si le doliera el hecho que yo esté tan sano y vivo, y ella entre la vida y la muerte.
—Solo aprovecho mi vida viviéndola al máximo. — Mentí molesto. Entiendo en la posición en la que se encuentra, pero eso no le daba derecho a juzgarme.
—¿Vivir al máximo? Naím, puedo mirarte a los ojos y ver lo vacío que estás por dentro. — Expresó molesta, la lluvia seguía igual de imponente. —La vida es tan irónica, mientras yo tengo tantas ganas de vivir, mientras que yo me sentía feliz con lo justo que tenía, tú estás aquí, viviendo una vida soñada, pero siendo desgraciado. — Yo la miré absorto. Jamás me había sentido tan pequeño en mi vida. —Quizás sea cierto, quizás sea parte del destino, quizás yo estoy muerta y estoy aquí para enseñarte, no sé, quizás enseñarte cómo vivir plenamente. — Dijo y sus lágrimas empezaron a caer nuevamente mezclándose con las gotas de la lluvia.— Y quizás el destino sabe que soy lo suficientemente tenaz para encontrarte. Quizás sabe que cuando me propongo algo, mis esfuerzos y mi constancia son implacables. —Respondí. Ambos estábamos abstraídos tratando de entender al destino y su tendencia desenfrenada de sacudirte cuando ni tú sabes que lo necesitas.
—Encuentra mi cuerpo, y yo te ayudaré a mirar las cosas de mejor manera. —Dijo esperanzada. Me miró y se acercó quizás demasiado. Pude sentir nuevamente ese sutil aroma a vainilla. Un aroma que me estaba empezando a agradar.
Nunca había visto tanta vulnerabilidad en unos ojos, nunca había presenciado tan de cerca un estado así de fragilidad, sentía que cualquier movimiento repentino podría romperla, que se rompería en mil pedazos incluso si pestañeaba. Aunque la pureza es una palabra que causa disputa, para mí, esto lo era.
Y a pesar que nunca he vivido sintiéndome de otra forma, a pesar que estaba acostumbrado a este estado permanente de inconformidad, lo aceptaría. No por mí. Quizás por ella. Porque por primera vez la vida me estaba dando la oportunidad de ayudar a alguien sin necesidad de usar mi apellido.
— Si estoy perdida quiero al menos encontrar mi cuerpo. Y que mamá o papá puedan enterrarme. O tan solo saber cómo morí. Si logro saberlo tal vez eso me obligue a aceptarlo. — Susurró débil ante mi repentino silencio.
—De acuerdo. — Dije sin más. —Te encontraremos.
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Somos más de lo que el amor podría ser...
RomansaNaím Lerman un empresario arrogante y descarriado que con apenas veintiocho años tenía su vida asegurada, luego de tanto tiempo viviendo en un profundo rechazo de sí mismo y resistiéndose a sentirse completamente feliz, la terrible noche que vivió...