Capítulo 7

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—Te felicito hija, es un logro muy importante. — Dijo mamá mientras llevaba una hoja de lechuga a su boca, prácticamente era lo único que tenía en el plato.
—Así es, sin duda el apellido Lerman hasta en la secundaria recibe reconocimiento. Te felicito. — Papá hablaba con tanto orgullo como si Kendall había ganado el premio Nobel de la Paz y no el reconocimiento de estar en el cuadro de honor.
—No es mucho, solo es a nivel de mi colegio. — Dijo Kendall y se llevó un buen pedazo de salmón a su boca.
—Yo tengo las mismas calificaciones. — Comenté irritado. Y no porque Kendall esté recibiendo halagos, sino por el hecho de que han hablado lo mismo desde hace quince minutos, y estaba empezando a irritarme.
—Si, eres buen estudiante, pero si tu conducta no fuera de 3 estuvieras en el mismo lugar que tu hermana. — Exclamó papá, movió la copa de un añejo de Aurum red y dio un sorbo mientras admiraba el sabor del vino.

Lo que mi padre no sabía es que mi conducta era una revelación de rebeldía consciente ante las estúpidas reglas arcaicas e inoperantes estipuladas no solo en mi colegio, sino también en la sociedad en general. Es decir, agachar la cabeza ante cualquier represión, incluyendo reprensiones injustas no era parte de mi plan educativo, aquello no se ajustaba en lo absoluto a mí. Pero como siempre, mi proceder era exagerado, siempre hacía las cosas yendo de un extremo a otro, y esa era la razón por la que tenía una calificación en conducta de 3 sobre 10.
Era aquello algo que envidiaba de Kendall, algo de lo que siempre la admiré, ella tomaba las cosas con tanta calma, que hasta cierto punto parecía que nada le afectaba (aunque era una persona afectuosa y sensible) no era sumisa, pero tampoco una díscola histérica desordenando y alborotando impacientemente a los demás. Ella mantenía el equilibrio y trataba siempre de satisfacer todas las expectativas (algo de lo que no estaba de acuerdo) pero así era ella, y aunque lo negara, muy en el fondo de mí; el Naím consciente y sensato deseaba al menos una partícula de su personalidad.
Era muy querida por los maestros, tenía muchos admiradores, y desde que tengo memoria ha sido presidenta de su clase , sin mencionar que era una Lerman y desde su nacimiento ya tuvo una infinidad de privilegios.

—Así como en su tiempo hemos premiado cada logro de tu hermano, tu madre y yo te queremos dar un obsequio. — Mi padre le entregó una llave a Kendall.
—¿Es un auto? —Preguntó Tayna asombrada, tenía siete años, pero a su corta edad estaba consciente de que darle un auto a Kendall era algo disparatado. ¡Ella apenas tenía 14 años!
Kendall salió con entusiasmo hasta la entrada principal y cuando se abrieron las puertas soltó un grito de emoción.
— ¡No puedo creerlo! — Exclamó.
Mi boca quedó entreabierta, si me lo hubieran obsequiado a mí hubiera estado igual de emocionado.
—Está flamante, igual que el Ferrari de Naím. — Dijo. Era un Zagato clásico de Aston Martin, que por mi amplio conocimiento de autos era de aproximadamente los años 60, y por supuesto estaba como nuevo.
— Muchas gracias papá, amo los autos clásicos. Mamá, gracias por esto, no debían. — Dijo abrazando a cada uno.
Recibir autos a temprana edad se iba a convertir en una tradición en nuestra familia, yo por ejemplo recibí mi primer auto cuando cumplí dieciséis, a diferencia de Kendall que supongo por su buen juicio mis padres decidieron obsequiarle uno prematuramente.
—Felicidades mocosa. Te lo mereces. — Dije y ella me abrazó entusiasmada, Tayna se unió a nuestro abrazo, y me di cuenta que, aunque lo niegue, nunca nada me alegrará más que ver a Kendall y a Tayna felices.

Quizás era la presión social, o aquellas expectativas exageradamente altas, quizás era el hecho de que consumir me hacía sentir tranquilo y en paz, o que me olvidaba de todo lo que me hacía sentir limitado.
Solo hace unos pocos años encontramos el método más fácil para sentirnos realmente libres. Fue en aquel viaje de fin de curso en que Mark el panadero (su apodo se dio porque es el hijo del dueño de la exportadora de pan más grande del continente.) nos entregó una bolsa pequeña con un polvo blanco en su interior. Nate y yo dudamos en hacerlo, pero Michael fue el que dio el primer paso y lo inhaló por su nariz como si no hubiera sido la primera vez : «Lo he visto a mi padre hacerlo ciento de veces» Nos dijo.
Y aunque Nate no se vio tan atraído ante los efectos, Michael y yo estábamos tan enganchados que no dudamos en seguirlo intentando.
Primero lo hacía en cada fiesta o reunión social que teníamos, porque obviamente la fiesta no la disfrutaría si por lo menos no consumía una o dos rayas, luego sentía la tentación de hacerlo por lo menos tres veces a la semana ya que el estrés que me causaba indirectamente todo lo que abarcaba ser un Lerman me afectaba a un punto de llevarme a sentir cierta necesidad.
La transición de ser un niño de por sí arrebatado y rebelde a ser un joven arrebatado y rebelde pero esta vez drogadicto fue un poco difícil para mis padres.
«Es la edad» « Es el estrés típico de la adolescencia, es normal» «Aún es muy joven» Vivía escuchando a mis padres justificando mis acciones, porque como dije ellos eran buenos, pero nunca pusieron un porcentaje más de atención en lo que podía estar pasando en la vida de sus hijos, al menos en la mía.
Al principio Mark el panadero era nuestro dealer, el encargado de proporcionarnos a Michael, a mí y prácticamente a casi todo nuestro curso aquellas sustancias, y muy pocas veces a Nate cuando había discutido con sus padres o fallaba en alguna audición. Luego el panadero se mudó a Inglaterra junto con su familia, pero como el "buen amigo" que era nos facilitó el número de aquel solidario proveedor. Al cabo de un mes mis extensos conocimientos se empaparon también de aquel mundo, no los consideraba en sí como una amistad, pero dado a su reputación debíamos fingir que aquella banda de veinteañeros con pocas neuronas, totalmente fuera de sus cabales y con un futuro que probablemente se centre en una celda de prisión eran nuestros amigos. No me intimidaban, yo era mucho más grande y fuerte, pero me obligue a "respetarlos" por el simple hecho que me aterraba la idea de que dejaran de proveernos.

Cuando Kendall encontró aquel sobre transparente con un polvo blanco por dentro no dudó en enfrentarme.
—¿Qué rayos es esto? ¿Qué mierda es esto Naím? — Preguntó, interrumpió en mi cuarto sin más mientras yo estaba con Michael jugando billar.
Yo fui directo hacia ella, revisé que no haya nadie alrededor y le quite aquella bolsa pequeña de las manos.
—Es solo azúcar. — ¿Azúcar? Ni siquiera Tayna con ocho años podría creérselo.
—¿Crees que soy estúpida? ¿Qué mierda crees que soy? —Exclamó furiosa.
—Shhhhh... — Dije la tomé del brazo y cerré la puerta de mi habitación. —Basta Kendal, metete en tus asuntos. — Respondí irritado.
—Eso no es ni de Naím, ni mío, es de Carlos Abad el becado, el alto de lentes ¿Lo conoces? ... Ya sabes el de la secundaria que se la pasa en problemas todo el tiempo — Mintió Michael.
—Nunca dije que puede ser tuyo también. — Comentó Kendall, intentando que Michael caiga en la trampa.
—Solo me anticipo. Es decir, si Naím consumiera esas porquerías en primer lugar ¿Crees que hubieras encontrado uno? ¡Exacto! No. Porque ya lo hubiera consumido. — Michael mentía igual de bien que su papá, que por cierto hace unos pocos meses falleció estando en la cárcel. Pero agradecí que haya reaccionado antes que yo.
—Bueno pues dile a Carlos que yo ya me hice cargo de esta porquería. —Dijo, entró al baño de mi habitación y luego de unos segundos escuché el sonido del inodoro.
«Mierda» Susurré. Michael mantuvo la postura y Kendall salió sin más de mi habitación, dejando como último su mirada fulminante.
—¿Desde cuándo Kendall es tan genial? Es decir, acaba de tirar por el inodoro la coca, pero su furia la hace ver sumamente atractiva.
Michael me regresó a ver y el que fulminaba con la mirada esta vez era yo.

Somos  más de lo que el amor podría ser...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora