Capítulo XV: ¡Por favor, Kouyou!

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Era la tercera semana de agosto y el clima, aunque en un principio sofocante y ardiente, para ese punto del mes se había tornado agradablemente fresco. El ambiente en las calles de Yokohama era tranquilo, los atardeceres parecían perfectamente diseñados para disfrutar en familia, y aunque a más de uno la idea le pareciera agotadora, las mañanas eran perfectas para salir a correr. O al menos así lo creía cierto pelirrojo, cuyas piernas corrían a prisa en ese momento.

La respiración del muchacho era agitada, las gotas de sudor resbalaban por su frente y sus mejillas se encontraban irremediablemente teñidas por un intenso color carmín. Quería parar, claro, su cuerpo así lo exigía, más la sensación agradable que golpeaba su pecho cuando el viento pegaba a su rostro, el sonido de las aves que llenaba sus oídos y el deje de pensamientos en su mente mientras corría, no podían más que animarlo a continuar. La sensación de libertad le parecía inherente a esa actividad.

Así, y sin sopesar en el cansancio de su cuerpo, el muchacho continúo corriendo varios kilómetros más hasta que la alarma de su celular le recordó que debía volver para tomar el desayuno. Casi sin aliento, volvió sus pasos hasta la casa que unos días atrás se había vuelto su nuevo hogar.

Chuuya atravesó la puerta jadeante, caminado del recibidor a la cocina para saludar brevemente al azabache que se encontraba preparando el desayuno. Después, y con Kouyou aún entre las cobijas de su recamara,  aprovecho el tiempo disponible para subir hasta su habitación y tomar una baño rápido.

Bajo la ducha las gotas cayeron sobre su cuerpo extendiendo una sensación relajante desde su espina dorsal hasta la punta de sus pies. Posteriormente, con la toalla en vuelta en su cintura, Chuuya salió del baño y dejó caer su peso sobre la cama, pensando en la rareza que aún entrañaba para él su nueva situación. 

Hace meses se encontraba sumamente estresado, las deudas del hospital, la renta de la casa, la escuela y su nefasto empleo de medio tiempo era lo único que ocupaba su mente, siendo la presencia de Dazai en su vida, de las pocas cosas buenas del pasado. Sin embargo, ahora tenía a dos adultos responsables cuidando de él. No podía estar más agradecido pero extrañado a su vez, no es que su madre no lo hubiese atendido antes, claro que lo había hecho, sin embargo, el rol de protector era casi natural para él.

Con un suspiro y sin más vueltas que dar a su cabeza, Chuuya irguió su postura y se dirijo hacia al armario ubicado al fondo de la habitación. Vistiendo unas bermudas color azul y una simple playera blanca, el pelirrojo con los cabellos húmedos y una herida casi sana en la mano izquierda, bajo a la cocina escuchando el murmullo de una voz que acompañaba a Arthur.

— ¡Oh Arthur-sama! — escuchó el tono exagerado de Dazai — este es el café más delicioso que he probado en mi vida.

— ¿En serio? El secreto está en ...

— ¿Dazai? — no pudo evitar cuestionar Chuuya al verlo en la cocina a esa hora de la mañana ¿Qué Dazai no se levantaba hasta las 10 en el mejor de los casos? 

— ¡Oh Chuuya! Estaba a punto de ir a llamarte — intervino el mayor — ¿puedes servir el café para el resto? Yo subiré por Kouyou.

— Sí, sí, yo lo hago — le ofreció una sonrisa amable el pelirrojo mientras pasaba su mirada al castaño de la habitación — ¿Qué haces aquí?

— ¿No se supone que debes saludar primero, Chuuya? — entono juguetón el castaño acortando la distancia entre sus cuerpos —. A Kouyou le molestaría saber que has dejado tus modales atrás — se inclinó a la altura del rostro del pelirrojo y poso una de sus manos en la cadera de este. Toco el borde de la playera que vestía el chico y empezó a subir sus dedos por debajo de la tela, rozando con suma delicadeza la tersa piel impregnada de aromas gracias al baño.

Zurcir [Soukoku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora