Capítulo I: El chico y la murria

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Los últimos rayos del día se colaban de manera minuciosa por la habitación de esa pobre casa de barrio, las paredes se encontraban pintadas de un triste color gris, las cortinas lucían un desaliñado color marrón y el desorden en la habitación era inminente. Un pequeño estante de libros viejos se encontraba tirado en el suelo ocupando gran parte del lugar, el closet se encontraba abierto y la ropa sucia en el suelo era obvia, en el pequeño escritorio ubicado en una esquina de la habitación, vasos y tazas habían sido dejados, además de, curiosamente, un par de libretas rotas a la mitad y una navaja. No obstante, lo más desastroso del lugar no eran las tazas ni el pequeño estante, no, el mayor desastre en la habitación era un pequeño pelirrojo totalmente desaliñado y con la mirada perdida puesta en el techo.

Hace semanas el muchacho se había permitido llorar, tirar todo, gritar hasta quedar sin voz y fantasear con su muerte al menos doce veces al día. Sin embargo, nada de eso fue suficiente, después de todo, quizá cuando se pierde a una madre el dolor y el lamento nunca se van.

Nakahara Chuuya había llorado hasta desgarrarse el alma y la garganta hace exactamente tres semanas, después de eso, los cobradores y las deudas del hospital no lo dejaron acabar con su luto adecuadamente, y su cuerpo y cabeza demasiado cansadas, simplemente no le permitieron pensar en muchas opciones.

Fuku, su madre, una pelinegra de hermosos ojos celestes, había conocido hace años a un extranjero dueño de un color de cabello tan rojo como el fuego. Después de tantas tardes hablando juntos y con la desaprobación por parte de su padre, Fuku había huido hacia Yokohama con ese hombre que le había prometido mar, cielo, luna, estrellas y un amor incondicional. 

Pero el amor, tan bonito como engañoso, tenía otros planes. Después de meses tratando de establecerse económicamente y con la noticia de un embarazo, el pelirrojo simplemente partió una tarde de ese lugar con una compatriota francesa dispuesta a regresarlo a su país, dejando una carta, un par de billetes, una promesa rota y a una devastada pelinegra embarazada.

Pese a ello, Fuku, dueña de una fuerza incansable que ni ella misma conocía y con un creciente amor por su futuro bebé, no se dejó vencer. Logró conseguir empleo en una tienda con una noble pareja de ancianos que, sabiendo de su condición, no podían dejar a la amable chica sufriendo en la calle. Tras largos nueve meses de espera y con el apoyo de la anciana pareja, había dado a luz a un precioso bebé de ojos como el cielo y cabello como el atardecer. Nakahara Chuuya era un niño precioso, desde el primer momento en que su madre los sostuvo en sus brazos supo que por fin y tras varios lamentos, había conocido al amor de su vida.

El pequeño pelirrojo creció siendo un niño amable, leal y bondadoso -y hasta cierto punto, fácil de hacer enfadar-, la anciana pareja disfrutaba de cuidarlo y mimarlo cuando su madre iba a su trabajo en una pequeña oficina. Pero, con la pareja de ancianos decididos a pasar sus últimos días en su pueblo natal, Fuku y Chuuya volvieron a estar solos. Con un mejor empleo como secretaria en una empresa de bienes raíces y con el regalo de la pareja de pagarle clases de artes marciales al pequeño pelirrojo, madre e hijo se las arreglaron muy bien durante un largo tiempo.

Pese a vivir en una humilde casa en los barrios bajos de Yokohama, con un ambiente de violencia de por medio, Fuku se había encargado de darle todos sus cuidados y amor a Chuuya, quien desde muy pequeño trató de ser independiente y servir de apoyo para los demás. Cuando era un niño ayudaba a los ancianos a atender la tienda, cuando estos se fueron y recién comenzaba la secundaria, consiguió un empleo de medio tiempo en la biblioteca de la ciudad donde inmediatamente descubrió su pasión por la literatura y, especialmente, por la poesía. Fueron largas tardes y noches que Chuuya dedicó a llenar con bellos versos las páginas de sus libretas, sin embargo, cuando el cáncer le fue detectado a su madre una semana después de haber cumplido los 16, simplemente todo se fue por un caño.

El pelirrojo recordaba vivamente cuando el doctor anunció la noticia, recordaba la sonrisa que le dedicó su madre en un intento por calmarlo y como de un momento a otro se había convertido en el proveedor absoluto de su pequeña familia. Las artes marciales, sus visitas a la biblioteca y la escritura fueron desplazadas de su vida para conseguir un empleo con una paga mínimamente decente  en un lujoso bar de la ciudad, así fuera aún menor de edad - y es que sus razones habían logrado convencer al dueño del lugar-.

Cuando el miedo a perder a su madre incrementó, el pelirrojo intentó dejar definitivamente la escuela, sin embargo, Fuku se negó rotundamente. Aun así, pese a todos sus esfuerzos la salud de su madre se iba deteriorando, y tras largos meses después de la noticia, su madre había dejado de respirar un día de febrero.




- Nota -

De antemano agradezco que pases a echarle un ojo a esta lectura, es mi primera vez escribiendo sobre esta hermosa pareja y no sé qué tal saldrá (jajaja), sin embargo espero terminar la historia. Las actualizaciones serán los sábados, sin embargo trataré de adelantar  la escritura de la historia para actualizar más seguido. De nuevo gracias por echarle un ojo a esta historia y me disculpo por las faltas ortográficas.

Zurcir [Soukoku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora