Días pasaron después de mi horrible hazaña en la tardeada. Aunque los golpes fueron mejorando el fin de semana, lo cierto es que al lunes siguiente debía asistir a clases. Y no porque me sintiera mejor, sino porque la abuela no paró de reclamarme mi mala conducta y prefería estar en clases que escuchar los mismos regaños. Obviamente no le pareció que yo me peleara como un mequetrefe. Lo que ignoraba, es que más que pelearme, fui un costal recibiendo los golpes de un boxeador.
—No debiste venir. Aún no estás bien —me dijo Sheryl mientras me ayudaba a caminar hacia el auditorio, donde tendríamos nuestra primera reunión del taller de artes escénicas.
—Es mejor estar aquí que en casa. Además, no me siento tan mal. No te preocupes.
Al llegar al auditorio, varios de los chicos que ese año entrarían, esperaban ansiosos. El taller de artes escénicas no tenía como tal un valor de calificación. Simplemente era un complemento; un curso más que podíamos tomar opcionalmente.
Cada año, distintos chicos de 4to 5to y 6to año se inscribían. Aunque no todos quedaban.
Había que hacer audición para ver si de verdad tenían el talento y pasión para estar ahí.
—¡Qué bueno que llegaron! —exclamó Jessica y se refirió a mí—. Tú, vienes conmigo.
Jessica me llevó hasta la primera fila de asientos en donde ella, Rivera y yo, estaríamos para platicar con los nuevos alumnos.
Cuando miré a las filas, me di cuenta que a mitad del auditorio, Mía estaba con sus otras dos amigas. Al percatarse de que la vi, me sonrió y saludó con la mano. Sheryl lo notó y un poco seria, se dirigió a buscar un asiento en donde estaban Diego, Christian y Roberto.
Nunca imaginé que Mía quisiera ser parte de un taller así, pero después me resultó lógico, ya que tiene que ver con llamar la atención y probablemente eso le gustaba.
Patricio Rivera (nuestro profesor) entró al auditorio y caminó hacia el escenario. Era un tipo alto, delgado, de cabellera lacia y siempre usaba boina. Era de unos treinta y cinco años, amable y muy entusiasta. Nosotros le teníamos un gran cariño, pues nos ayudaba demasiado y de todos los profesores, era el más sabio y comprensivo con los alumnos. En quinto año había sido nuestro tutor.
—Bienvenidos, chicos —miró sonriente al auditorio—. ¡Vaya! Qué bueno ver a tanto aspirante. Creo que será un gran año. Quiero agradecerles que sean parte de este día, pues como bien saben, somos un taller de artes escénicas en donde nos encanta hacer cosas del corazón. Obviamente, acompañadas de música, baile y mucho más. Aquí, es un lugar donde la expresión no tiene límites.
El auditorio permaneció en silencio, pues todos lucían expectantes a las palabras del profesor.
—Si son buenos cantando, bailando, actuando o tocando algún instrumento, este lugar es para ustedes. Cada año presentamos un trabajo final que ensayamos durante todo el ciclo escolar. En esta ocasión, será muy importante, ya que una generación increíble vive su último ciclo y me encantaría despedirla como se merece.
Jessica me dio un codazo emocionada.
—Este año tengo en mente un musical diferente, emotivo. Pero los detalles los daré más adelante, pues lo primero, es formar nuestro nuevo grupo y cuerpo de baile. Es por eso que las audiciones anuales están próximas a suceder. Y para ver quiénes serán los afortunados en ser parte de esto, tendré como ayudantes a dos chicos que durante los últimos años han sido pieza fundamental de este taller —nos miró a Jessica y a mí—. Y quiero que pasen aquí al frente. Jessica Salcedo y Miguel Aguirre.
ESTÁS LEYENDO
Recuerdos en mi habitación
Подростковая литератураMiguel está por cumplir treinta años. Despedido de su trabajo y con mil rollos existenciales, decide volver a la casa que lo vio nacer. Sin saber que ahí, se reencontrará con aquello que pueda regresarlo al camino y que lo motivó a ser un verdadero...