Por varios minutos caminé bajo la lluvia no importándome nada. Solo, tratando de asimilar todo. Ya no lloraba; mi mirada estaba tan perdida como mi vida sin Sheryl. No quería pensar, pero debía hacerlo. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Cómo superarlo? ¿Cómo ayudarla? ¡Dios! Qué prueba tan grande estaba teniendo.
Como parte del hospital, había unos jardines alrededor de él y me fui a recargar en un árbol para tener un momento de soledad.
Perdí la noción del tiempo, no supe cuánto pasó hasta que me senté y recargué mi cabeza en él. La lluvia había cesado y escuché unos pasos cerca. De pronto, una voz familiar me dijo:
—Sabía que te iba a encontrar por aquí —mamá estaba parada junto a mí, observándome con esa paz que siempre desprendía.
—¿Cómo supiste? —pregunté atolondradamente.
A ella no le importó sentarse en el pasto húmedo. Lo hizo y se puso a contemplar la vista conmigo. Veíamos más árboles frente a nosotros y a lo lejos, el hospital.
—Cuando eras niño, cada que había un problema en casa, regaño o lo que fuera, te salías a refugiar al jardín; a esconderte entre los árboles. Y un día me dijiste: mamá, quiero mi casa del árbol, así podré encerrarme y nadie me molestará —sonrió nostálgica—. Lo malo es que nunca pudimos construirla. Se vería linda, eh.
Esbocé una diminuta sonrisa y le dije:
—Supongo que ya supiste lo que pasa.
—Diego le habló a tu hermana y llegamos de inmediato. Me contaron todo.
Suspiré.
—No sé qué hacer, ma —dije con un hilo de voz—. Hace unas horas estaba celebrando el campeonato con Sheryl y de un momento a otro la podría perder para siempre. Todo pasó tan rápido...
—Al contrario. Ha sido una lenta agonía para ella. Es una chica maravillosa y no merece lo que le pasa.
—¿Qué se supone que debo hacer? —le pregunté necesitando un consejo.
—Cielo, a veces ocultamos cosas para no lastimar a quien amamos. Hacemos sacrificios enormes para verlos felices... —me acarició el cabello con ternura—. Lo de Sheryl es un gran acto de amor. Y lo menos que deberías hacer, es juzgarla o reclamarle.
—Pero mamá, si me hubiera dicho antes, yo...
—Tú hubieras sufrido, te hubieras lamentado cada día al verla así... la misma agonía que tiene ella la tendrías a cada momento. Vivirías con incertidumbre de no saber si al día siguiente estaría bien. Por eso mismo no te lo dijo. Ella quería disfrutar junto a ti; vivir al máximo. Y parece que lo logró. Así como ella te ha regalado un nuevo aire y una nueva esperanza para cumplir lo que deseas, así debes de corresponderle ahora —me miró fijamente—. ¿La amas?
—Claro que la amo, ma... —contesté entrecortado—. Sheryl es mi vida...
—Bueno, pues es momento de que tú le regreses un poco de lo que hizo por ti. Apóyala, motívala. No sabemos cuánto tiempo más esté contigo, pero cumple con lo que ella quería: vivir sus últimos días a tu lado.
Las palabras de mamá entraron en mi disco duro y tenía razón, no había nada que reprocharle a Sheryl. No podía ser egoísta con ella, pues su sufrimiento era mayor a lo que yo sentía por el "engaño" hacia mí. Así que me limpié las lágrimas y le dije:
—Lo haré, mamá. No sé de donde sacaré fuerzas, pero lo haré.
—¿Recuerdas lo que me decías al ver la novela de tus rebeldes? —me preguntó—. "Mamá, ojalá algún día tenga una novia como la pelirroja" —me miró y sonreí con vergüenza—. Bueno, quizás no se pinta el cabello así, pero sí es una rebelde; es una luchadora incansable y tú has aprendido mucho de ella y de esa novela. Ninguno de esos personajes se rindió nunca y cuando estaban a punto de hacerlo, dieron el último esfuerzo. Tú puedes hacer eso y más porque te conozco y nunca te había visto tan feliz, hijo...
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Recuerdos en mi habitación
Roman pour AdolescentsMiguel está por cumplir treinta años. Despedido de su trabajo y con mil rollos existenciales, decide volver a la casa que lo vio nacer. Sin saber que ahí, se reencontrará con aquello que pueda regresarlo al camino y que lo motivó a ser un verdadero...