Capítulo 14: Siempre hay que alzar la voz

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Convencer a la abuela para que me diera permiso de quedarme a dormir con Diego no fue fácil.

—¡Tú no vas a ningún lado! Y mucho menos con ese mequetrefe —se negó molesta.

Afortunadamente, mamá ya había llegado de trabajar para entonces e intervino de manera drástica mientras Maite y yo observábamos la escena.

—No puedes prohibirle nada a Miguel. Como bien sabes, ya cumplió la mayoría de edad —dijo confrontándola.

—Eso no le permite hacer lo que quiera en esta casa. Hay reglas —se defendió la abuela.

—¿Y qué? ¿Esto es una cárcel para mantener reglas de aislamiento? ¿Ahora no podemos divertirnos? —intervino Maite.

—Mira, tú no te metas porque eres la menos indicada —le recriminó la abuela mientras regresaba la mirada a mí—. Tú no te mandas solo.

—Te equivocas —le dije—; la que ya no tiene poder absoluto sobre mí, eres tú.

Al escucharme tan determinante, enmudeció.

—En dado caso, a la que le tendría que rendir cuentas es a mi madre. Y como bien lo dijo, ella me apoya. Si me permites, tengo una reunión con mis amigos.

Di la vuelta hacia mi habitación. La abuela permaneció en silencio mientras mi madre le dijo:

—Espero que algún día puedas entender que esto no es el ejército, mamá.

Tanto ella como Maite, dieron la vuelta hacia sus habitaciones.

Al arreglar una pequeña mochila, mamá entró y cerró la puerta.

—¿Ya llevas todo? —preguntó con una sonrisa.

—Sí—contesté cerrando la mochila—. Gracias ma, no sé qué haría sin ti. Espero esto no traiga nuevos problemas.

Mamá me miró a los ojos.

—No sabes lo orgullosa que me siento de ti. Ya eres un hombrecito y sé que serás el mejor. Perdón si no he sido la madre que necesitas...

Al decirme eso, un nudo en la garganta la invadió.

—No digas eso. Eres la mejor mamá del mundo. Sé que has estado ausente mucho tiempo pero no es tu culpa. Todo ha sido por Maite y por mí, y te lo agradecemos — le dije con amor.

—No es justificación, hijo —se lamentó—; lo que menos he querido es que pasen por estas cosas. Si no quise que las pasaran con su padre, menos con su abuela. Yo no sé en qué momento todo comenzó a complicarse. Viven un infierno y lo único que busco es que sean felices. Nunca debí regresar a esta casa... —se derrumbó en llanto.

—Hiciste lo que considerabas mejor para todos. Fue un sacrificio que no pienso reprocharte —tomé su rostro con dulzura—. No niego que ha sido difícil, pero sé las cosas que has tenido que soportar por darnos un techo dónde dormir. Y eso, es el mayor acto de amor que una madre puede hacer. Te aseguro que de ahora en adelante las cosas cambiarán. No dejaré que la abuela siga maltratándonos con sus palabras o sus actos. Ya tengo la edad para defenderme y defenderlas. Y así será.

La abracé fuertemente mientras lloraba. Sentí horrible de verla así. Siempre sintió culpa por la actitud de la abuela, pero tampoco podía hacer mucho, pues no teníamos a donde ir. Aguantar era la única opción, pero... ¿Hasta cuándo?...

Después de consolar a mamá y de tranquilizarme yo también, sabía que necesitaba distraerme. Al llegar a casa de Diego, me recibió con entusiasmo. Christian y Roberto ya estaban ahí y la música acompañaba la velada con grupos como Linkin park, Hoobastank o The Rasmus.

Recuerdos en mi habitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora