Durante la comida mantuve un silencio que Mariluz cuestionó. Según ella me veía cabizbajo, pensativo y algo triste. Apenas y comí.
—Estoy bien, solo me duele la cabeza —contesté mientras picaba la ensalada sin siquiera comerla.
—¿Sí sabes que soy niña pero no tonta? Después de que te pregunté por tu primer amor te pusiste así —dijo un tanto seria—. Nada más tenías que decir sí o no.
Se levantó de la mesa pues ya había terminado de comer. Dejó los platos en la cocina y salió de ella diciéndome:
—Quien cocina no lava, así que te dejo los platos.
Salió al jardín para jugar con Tobby y me quedé a solas.
Durante los próximos minutos me dediqué a lavar los platos y dejar todo en orden en la cocina. Si Maite llegaba y veía algo mal puesto, seguro nos tocaba una serie de gritos.
Al ver por la ventana a mi sobrina y al perro, decidí subir a la azotea para contemplar el atardecer.
Me senté en la orilla y recordé aquella vez que Sheryl me acompañó y me hizo el cambio de look.
La nostalgia me invadió.
La recordaba con mucho cariño y más con la pregunta de Mariluz.
Hay veces que de jóvenes no nos percatamos de cuánto amamos a una persona. Y no precisamente tiene que ser tu pareja. Puedes amar a tus amigos, familia... a quien sea. Pero cuando la vida se encarga de llevarlos por caminos diferentes, es como si una parte de la tuya se fuera con ellos. Algo así me pasó con Sheryl.
Era una lluvia de sentimientos encontrados la que tenía en esos momentos. Ser despedido, no saber qué hacer con mi vida, reencontrarme con mi familia y revivir momentos cruciales de mi adolescencia. Todo eso logró que mi corazón explotara y llorara nuevamente. Al estar sentado y viendo al cielo, grité de manera incontenible.
Me llevé las manos a la cabeza y saqué todo ese sentimiento que me apretaba el alma. Ni yo mismo sabía lo que me pasaba. Mi llanto era tal, que no me percaté cuando alguien llegó detrás de mí y me abrazó fuertemente.
—Tranquilo, estoy aquí contigo... —escuché la tenue voz de Maite en mi oído—. Saca todo lo que traigas...
En ese momento, una fuerte lluvia comenzó a caer sobre nosotros. Arreció de un momento a otro.
Lloré por varios minutos en sus brazos. No hacía falta decir nada. Maite sentía mi dolor, mi impotencia, todos y cada uno de los sentimientos que en ese momento estaban en mí. El sentirla era medicinal, reconfortante. Es impresionante cómo en un abrazo, las palabras sobran.
Al bajar a la casa, Mariluz nos había preparado chocolate caliente. Maite y yo nos cambiamos de ropa y nos sentamos los tres en la sala.
Tobby era acariciado por la niña mientras ella comía un poco de pan dulce.
—Quiero pedirte perdón. No quise asustarte —le dije a la pequeña con mucha pena.
Ella sólo me miró, sonrió y contestó:
—Bueno, pude haber subido a calmarte. Pero creí que necesitabas un gendarme como mi mamá. Así que fue más adecuado.
Sus palabras nos hicieron sonreír. Tenía frases para calmar la tensión.
—Te estarás preguntando todavía el porqué estoy así... —le dije.
Mariluz se encogió de hombros.
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Recuerdos en mi habitación
Roman pour AdolescentsMiguel está por cumplir treinta años. Despedido de su trabajo y con mil rollos existenciales, decide volver a la casa que lo vio nacer. Sin saber que ahí, se reencontrará con aquello que pueda regresarlo al camino y que lo motivó a ser un verdadero...