Durante los siguientes días, nos cuidamos las espaldas de manera excesiva. Christian estaba muy preocupado por Ángel, pues temía que Joaquín lo delatara frente a todo el equipo de americano. Y aunque a su novio no le afectaba, mi amigo no dejó de alterarse por los señalamientos que pudieran hacerle al ser gay.
—Malditos prejuicios de la gente —dijo Sheryl con molestia al dirigirnos a la cafetería—. Como si fuera algo vergonzoso. Love is love, que no sean tan brutos.
—Muchos no piensan así. Y es lamentable —repuse—. Pero no te dejaremos solo, Christian. Si Joaquín se atreve a tocarte de nuevo, no se irá limpio.
Los tres continuamos nuestro camino hasta que Sheryl vio algo que le llamó la atención y nos dijo:
—Oigan, ahorita los alcanzo.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
—Nada. Es que quiero pasar a la biblioteca a dejar un libro antes de que se me olvide. Ahorita los veo —me dio un beso y se fue corriendo mientras nosotros seguimos hacia la cafetería.
Al ir por las escaleras que llevaban a la biblioteca debajo de la cafetería, Sheryl se percató que Mía entró al lugar de manera apresurada. Además, lloraba intensamente. Al inspeccionar que nadie más estuviera alrededor, corrió para seguirla.
Cuando llegó a la puerta, chocó con alguien:
—¿Qué onda, güey? —Jessica le preguntó en voz baja—. Oye, acabo de ver a la muñequita de pastel y traía una cara...
—Ya sé —coincidió Sheryl—; yo también la vi. Lo sorprendente es verte a ti en la biblioteca.
—Ja, ja —rió falsamente su prima—. Muy chistosita. ¿Qué habrá pasado?
—No sé —revisó Sheryl por todo el lugar—; pero vámonos al tiro para averiguarlo.
La señora responsable de la biblioteca exclamó un "Shhh" desde su lugar a unos metros de ellas. Era de edad avanzada, estatura mediana, cabello canoso y recogido en una cola de caballo.
Las chicas le sonrieron y caminaron apresuradamente para buscar a Mía.
Tras revisar varios de los pasillos llenos de libreros, Jessica se detuvo al final de uno para hacerle señas a Sheryl, pues había encontrado a la rubia.
Cuando caminaron hacia dicho sitio, vieron que estaba sentada y con la cabeza recargada en las rodillas mientras lloraba desconsolada.
Sheryl le pidió a Jessica mediante señas que se quedara a vigilar en una de las esquinas, mientras se acercaba lentamente a Mía.
—Hey... cabra, ¿Estay bien? —le preguntó en voz baja arrodillándose a su lado.
Mía se asustó y de inmediato se limpió las lágrimas sintiéndose intimidada.
—¿Qué haces aquí, Hormazabal? —la cuestionó tratando de ponerse de pie.
—Ver por qué te sientes tan terrible... y no te atrevas a decir que no lo estás, porque se nota. No vendrías a refugiarte aquí si la estuvieras pasando la raja.
—A ver —añadió Mía con fastidio—. En primera, no me vengas con tus palabras raras porque no las entiendo. Y en segunda, ¿Qué te importa mi vida? ¿De cuándo a acá quieres ser la madre Teresa de Calcuta?
—Mira, muñequita de aparador —Sheryl elevó la voz—. No vengo a pelear contigo. Aquí no importa si nos llevamos o no. Eres una chica como nosotras y si la estás pasando pésimo, podemos ayudarte.
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Recuerdos en mi habitación
Ficção AdolescenteMiguel está por cumplir treinta años. Despedido de su trabajo y con mil rollos existenciales, decide volver a la casa que lo vio nacer. Sin saber que ahí, se reencontrará con aquello que pueda regresarlo al camino y que lo motivó a ser un verdadero...