Capítulo 17: Lucha fuerte sin medida

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Pasaron horas hasta que el doctor nos dijo que la abuela había despertado y quería vernos a los tres. Sheryl y mis amigos ya se habían ido a descansar y sólo estábamos nosotros, así que armándonos de valor acudimos al llamado y llegamos al cuarto en el que se encontraba.

Recostada y con un semblante bastante tranquilo, la abuela nos vio entrar en compañía del doctor, quien antes de irse nos recomendó no darle emociones fuertes.

Poco a poco y con cautela, nos acercamos a la señora sin decir nada. Aunque por dentro existían varios sentimientos, tratamos de dejarlos a un lado y concentrarnos solamente en su salud.

—¿Cómo te sientes, mamá? —le preguntó nuestra madre con tranquilidad.

—Diría que he estado en peores situaciones, pero no quiero mentir. Estoy mejor, gracias.

La abuela se portó amable y a nosotros nos extrañó demasiado.

—Nos dijo el doctor que querías vernos —mencioné.

Tomó aire y se incorporó un poco para vernos bien a los tres.

—Lo que debería hacer, es tratarlos como basura por provocar que casi muera —dijo con su tono hiriente de siempre—. Aunque... más bien debería agradecerles.

Un silencio se hizo presente en el cuarto. ¿La abuela nos estaba agradeciendo algo? Había de dos sopas; o el medicamento la tenía sin sensatez, o verdaderamente lo decía con sinceridad.

—¿Tú? ¿agradecernos? Creo que esto sí lo debo grabar... —dijo Maite simulando sacar su celular.

—Mai, por favor —le dijo mamá deteniéndole la mano.

—No tienes nada que agradecer, abuela. Podremos ser todo lo que quieras, pero jamás te dejaríamos morir —le aclaré con honestidad.

—Lo sé —agachó la cabeza y se lamentó de una manera que nunca imaginamos—. Quiero pedirles perdón...

Los tres nos miramos atónitos.

—Ok, esto ya me está asustando. ¿Quién eres y qué hiciste con Doña Blanca? —le preguntó Maite con sarcasmo.

—Sé que es sorpresivo y más viniendo de mí —suspiró y perdió su mirada en un punto fijo—. Y aunque no soy buena diciendo cosas así, lo más honesto que puedo encontrar es eso; pedirles que me perdonen.

Mi madre puso atención a su discurso mientras que Maite y yo observábamos atentos y un tanto renuentes a creerle.

—A lo mejor no es fácil y ahorita pueden pasar por su mente muchas cosas. Es natural que quisieran aventarme por la ventana o algo parecido. No los juzgo. Yo también lo haría si estuviera en su lugar —dibujó una sonrisa ligera y un tanto inusual—. La cosa es... que si me puse como me puse, fue porque nadie se había atrevido a desafiarme de esa manera. Y lo peor del caso, es que tenían razón. No es fácil admitirlo, pero en todo lo que dijeron la tenían.

Mamá se sentó en la cama y tomó su mano.

—No sé qué pretendas, pero no voy a caer nuevamente en algún chantaje tuyo. Ya no. Y mucho menos, exponer a mis hijos a algo así —le dijo viéndola fijamente.

La abuela la miró y le sonrió nuevamente. Sus gestos eran reales, de conmoción, de ternura. Prácticamente, inusuales en ella.

—Lo sé. Y por primera vez en muchos años les estoy hablando de corazón —aclaró y se tornó reflexiva—. Toda mi vida hice lo que me dijeron; lo que mis padres y su educación consideraban mejor para mí. Fui hecha a su manera; con todos esos impedimentos para ser feliz. Y cuando me harté, hice lo mismo que ustedes —me miró con atención—. Lo mismo que hiciste tú, y lo mismo que hizo Maite.

Recuerdos en mi habitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora